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Montevideo es la única ciudad sudamericana que se repite en el itinerario de Paul McCartney respecto a su gira de 2012. Como aquella vez, el bajista de los Beatles iniciará su recorrido por la región en el Estadio Centenario y en abril. El sábado 19, poco después del atardecer, volverán a sonar himnos como “Hey Jude”, “Yesterday”, “A Day in the Life” y “Get Back”, junto a los clásicos de Wings y el resto de su vasta obra solista. La gira mundial “Out There” agrega al repertorio archiconocido de este genio de la música popular algunas canciones de su último y notable disco, “New”, que continúa la senda virtuosa iniciada en 2005 con “Chaos and Creation in the Backyard”, que contribuyó en gran medida para la cosecha de cinco premios Grammy obtenida por Paul en febrero.
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El show, de tres horas de duración, para el cual se llevan vendidas unas 45.000 localidades de un total aproximado de 55.000, insume el trabajo de 90 personas para armar un escenario de 70 metros de ancho y 22 de alto. Además de fierros y tarimas, las cien toneladas de equipos trasladadas en 31 camiones, incluyen 650 metros cuadrados de pantallas (150 más que en 2012), 400 luces móviles (140 más que en 2012) y 150 altavoces. Las tareas afectarán siete días el entorno del estadio, donde se instalarán 900 metros de vallado para un operativo de seguridad a cargo de 400 personas contratadas. Las entradas (de $ 900 a $ 17.000) se siguen vendiendo en Tienda Inglesa y en www.paulmccartney.com.
Un reciente documental puede servir como aperitivo, mientras transcurren los días hasta el sábado 19. Corre el año 1961, la chica tiene 17 años y trabaja como mecanógrafa en una empresa en Liverpool. A la hora del descanso para almorzar, dos compañeros de la oficina la invitan y los tres van entonces a The Cavern, un lugar del que se habla mucho entre los jóvenes. Un grupo de cuatro músicos ameniza el sótano y Freda Kelly, que así se llama la chica, queda seducida por la música y por sus intérpretes. Los días siguientes Freda reincidirá en The Cavern una y otra vez hasta que conseguirá acercarse a los músicos, charlar con ellos, hacerse amiga. Los músicos son John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Pete Best, que poco tiempo después será reemplazado por Ringo Starr.
Freda está en el pelotón de fans femeninas del grupo y ya frecuenta el boliche no solo al mediodía sino también después del trabajo. Pero hay algo que la distingue del resto de las chicas gritonas e histéricas, aunque ella también grite y llore y esté durante el show al pie del cañón como las demás. Algo que hace que los muchachos le den más entrada a ella que a las otras, algo que hace que más de una vez Paul y George la alcancen en auto hasta su casa. Algo que cuando Brian Epstein aparece en escena y toma el comando del grupo hace que la elija a ella como secretaria del Club de Fans de los Beatles.
Cuando hoy Freda Kelly cuenta su historia en el documental de Ryan White Good Ol’ Freda (Gran Bretaña, 2013, disponible en el catálogo de Netflix y programado esta semana en el Bafici porteño), es una mujer de 68 años, divorciada, con una hija, ha perdido a su hijo varón y tiene un nieto pequeño que es su pasión y el motivo confeso de que por un momento haya postergado su discreción y su bajo perfil y haya permitido finalmente que una cámara entre en su vida y en sus recuerdos. Para que cuando ese nieto crezca sepa quién fue su abuela, en qué trabajó y con quiénes estuvo durante 11 años, desde 1961 hasta 1972, al frente del Club de Fans.
Se confiesa más admiradora que fanática del grupo y quizás ahí esté la clave de cómo logró captar la simpatía de los músicos y el interés de Epstein, o “Eppy”, como le dice cariñosamente. Son muchos los relatos que la película revive con fotos y algunos registros fílmicos de la época: el impacto del primer hit “Love Me Do”, el aumento incesante del número de cartas de fans que cada día llegaban a su casa hasta que cambiaron su dirección por la de la empresa de Epstein, porque no había lugar material para guardarlas. Cuenta cómo un día tiró los sellos de goma con las firmas de los Beatles porque quería que las respuestas que se redactaban llevaran las firmas auténticas y ella misma se ocupaba de recorrer las casas de los cuatro y recogerlas. Ese trabajo la fue llevando a contratar más y más ayudantes para poder cumplir con responder a todos los que escribían. Como admiradora entendía mejor que nadie los sentimientos de quienes escribían y tuvo una pelea que terminó en despido de uno de sus ayudantes cuando este puso un mechón de pelo propio para alguien que pedía un mechón del pelo de McCartney. “No puedo confiar más en ti”, le espetó.
Es emocionante verla relatar la relación que cultiva con los padres de Ringo Starr, en particular con la madre, ya que Freda perdió a su propia madre muy joven. Dos hechos pintan esa relación entrañable: en 1964 la Alcaldía de Liverpool organiza una recepción a los muchachos; los únicos invitados son las familias de los cuatro músicos y de Epstein. Freda no es de la familia, es una empleada, pero la madre de Ringo la hace incluir en la lista de sus familiares. Freda no olvidará nunca ese gesto, así como la imagen de esa fiesta y de las 200.000 personas que se congregaron en la calle frente a la Alcaldía para vivar al conjunto. El segundo hecho es cuando la propia madre de Ringo le sugiere a Freda que pida aumento de sueldo y viendo su timidez aprovecha una reunión del conjunto con Epstein y le pregunta a este qué está esperando para pagarle más a Freda. “Eppy” acusa el golpe y pocos días después le comunica a la secretaria que han decidido aumentarle el salario.
Dice de Paul que era amigable y amable; de George, que era muy detallista en todo; de John, que hablaba mucho pero que era muy sincero. Describe a Epstein como un hombre elegante, de familia pudiente, con muy buenos trajes, excelente acento y algunos ataques de malhumor que ella siempre supo evitar. Se ríe de su propia ingenuidad cuando preocupada le comenta a Lennon que tiene que quedarse a trabajar tarde en la noche, a solas con Epstein, y John a carcajadas le dice que con él las mujeres no corren peligro.
Esos intensos once años junto a los famosos no cambiaron a Freda Kelly, que ante la cámara sigue siendo una mujer sencilla, común, prudente y de bajo perfil, que el ojo clínico de Epstein supo detectar cuando solo tenía 17 años. El prototipo de la secretaria excelente.