N° 1884 - 15 al 21 de Setiembre de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn tiempos que se estaba fraguando lo que después conoceríamos como conciencia nacional, Hume primero y Rousseau más tarde reflexionaron sobre los componentes y sujetos de ese fenómeno. Así, como traídas por el carro de Faetón, van a regresar a la literatura política palabras que los griegos y los romanos establecieron y explicaron debidamente, pero que las buenas costumbres de la Edad Media y las todavía más precavidas formas del antiguo régimen consiguieron vaciar de contenido y también de emotividad. Pero la gloriosa revolución de 1688, y con ella el espíritu republicano que sobrevoló toda la Ilustración, obligarían a muchos autores a precisar, definir o redefinir términos. En la segunda parte de su Antropología en sentido pragmático (FCE, que distribuye Gussi), en el capítulo final, Kant, en su afán por definir el carácter del pueblo, trabaja la semántica de algunos vocablos: “Por pueblo, (populus) se entiende el conjunto de seres humanos unidos en un territorio, en cuanto constituye un todo. Aquel conjunto o parte de él, que se reconoce en un todo civil por un origen común, se llama nación (gens); la parte que se exceptúa de estas leyes (el conjunto bárbaro dentro de este pueblo), se llama vulgus, cuya unión contra la ley es amotinarse (agere per turbas), una conducta que le excluye la cualidad de ciudadano de un Estado”.
Esta última y despreciable especie, que hoy resulta tan familiar, le merece una llamada, que reza: “El nombre denigrante la canaille du peuple tiene probablemente su origen en canalicola, un tropel de haraganes que en la antigua Roma iban y venían junto al canal y se burlaban de las gentes atareadas”. Se refiere el filósofo a una variedad de parásitos que habían optado por no trabajar y que, según denunciara Plauto en algunas de sus obras y testimoniaran luego algunos cronistas, tenían por costumbre agruparse en torno al canal de la Cloaca Máxima y practicaban el actualísimo oficio de exigir limosnas, reclamar benevolencia de parte de los poderes, hacer mofa de las personas que obedientemente cumplían con sus deberes de padres, de ciudadanos, de buenos vecinos. Estos hombres apiñados junto al canal, estos canallas se daban a los desmanes del vino, a la insolencia, y pretendían que se los mantuviera a como diera lugar.
La disputa etimológica entre can y canal no se resolvió satisfactoriamente porque la palabra evolucionó hasta su uso moderno. Los que estaban bajo el canal eran como una jauría, una banda de perros dispuestos a atacar a quien se cruzara en su camino. En cualquiera de las dos biografías, el vocablo alude a una condición infame de las grandes urbes, cual es la de aquellos elementos que parasitan el trabajo y los derechos empeñosamente ganados por los ciudadanos honestos y responsables. Se entiende que hay algo ruin, algo perverso, algo innoble en esa actitud de burlarse del que trabaja y a la vez esperarlo todo de él, por eso la acepción del término se amplía; con la palabra canalla se remite al taimado, al que deliberadamente procede mal con el prójimo. En uno de los capítulos del Zarathustra, Nietzsche establece algo que ya había dicho Schopenhauer, con justa y fina razón, a saber: que “la vida es un manantial de goces; pero donde la canalla deja envenenadas las fuentes”. Y para precisar más, describe la calamidad a la que nos ha llevado la política, en trato y abuso con la canalla: “En el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las represente: grandes hombres llama el pueblo a esos actores. El pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene sentidos para todos los actores y comediantes de grandes cosas. En torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo. Espíritu tiene el comediante, pero poca conciencia de espíritu. Cree siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer —¡a creer en él! Mañana tendrá una nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Sentidos rápidos tiene el comediante, igual que el pueblo, y presentimientos cambiantes. (…) Lleno de bufones solemnes está el mercado —¡y el pueblo se gloría de sus grandes hombres! Estos son para él los señores del momento”.
La finalidad de la democracia contemporánea es universalizarse hasta el extremo vil de no dejar fuera nada que les asegure a los políticos la renovación de su porvenir. De ahí la importancia que ha ganado la canalla como protagonista de la actualidad.