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    La decisión de partir, de Park Chan-wook

    Mala mujer, sí tienes corazón

    El gato y el ratón no tienen lugar en La decisión de partir, el último laberinto de intriga policial concebido por el director y guionista surcoreano Park Chan-wook. La metáfora animal resulta diminuta ante tamaña película, que fascina por su propuesta sobre los misterios de la atracción, reta al espectador con un puzzle voyerístico y reafirma que el director de Old boy no es solo un maestro en explorar la venganza, sino que ahora también lo es en el romance. Esta es la historia de lo que sucede cuando la montaña inamovible se enfrenta al mar imparable y, en el medio, se enamora.

    La decisión de partir se hizo desear en su arribo a cines uruguayos. Quienes hayan hecho un seguimiento atento de su llegada puede que hasta hayan presenciado un amague en su anuncio de estreno, cuando fue fijado sobre principios de año, y luego removido en un abrir y cerrar de ojos. Con una apuesta posterior a un lanzamiento en Argentina por parte de la distribuidora Diamond Films, y su consecuente llegada a Uruguay a través de Life Films, se da finalmente, y desde hoy, el estreno de una de las mejores películas de 2022. Fue premiada en el último Festival de Cannes por su trabajo de dirección y erróneamente ignorada por los Premios Oscar. La Academia no solo no le brindó ni una nominación, sino que además premió a la más superficial de las nominadas a Mejor película extranjera, Sin novedad en el frente.

    Lo último del director de La doncella es una película sobre el derrumbe de las superficies construidas para mantener una identidad, y el descubrimiento de lo que se esconde por debajo cuando las fisuras emocionales de los protagonistas comienzan a aparecer en el medio de una investigación criminal. La premisa parte de un misterio encontrado en la base de una montaña y esa es solo la punta de un iceberg de pasiones y crímenes complejos. El público tendrá que observar, con una atención poco exigida dentro del cine policial reciente, una historia sobre dos enamorados que buscan sobrepasar la dificultad de ser honestos entre ellos y con sus verdaderas emociones. Nada fácil cuando esa premisa recae sobre un detective y la principal sospechosa de un asesinato.

    Casi que sin vueltas, la historia comienza con un cuerpo sin vida. Un hombre ha caído de la cima de una montaña y un detective debe investigar su muerte. ¿Saltó al vacío o lo tiraron? La pregunta se la hará Jang Hae-Joon (Park Hae-il), un detective de película. Apuesto, atlético y admirable en su devoción al oficio, su figura solo se realza en contraposición con la de su compañero, un policial temperamental y atropellado. El segundo sí tiene un punto, de todas formas, cuando afirma que Hae-Joon ha llevado su pasión por el trabajo a un nivel insalubre. El trabajo de Hae-Joon ocurre en Busan pero su vida doméstica, junto a su esposa, es en la ciudad de Ipo, a donde vuelve solo los fines de semana. El resto de las noches, el detective investiga los crímenes que no ha resuelto aún. “Siempre estás vigilando, por eso no dormís lo suficiente”, le reclama su segundón. “No es por la vigilancia que no puedo dormir”, responde el detective. “Vigilo porque no puedo dormir”.

    El insomnio incrementará cuando Hae-Joon conozca, debido a ese cadáver envuelto por una campera roja que cayó o tiraron al borde de una montaña, a Song Seo-rae (Tang Wei), esposa del difunto y principal sospechosa del posible asesinato. Seo-rae es china y su coreano es, en sus palabras, algo deficiente. La comprensión y desentramado de qué esconde realmente el personaje parte de la deformación que la película hace sobre la figura de la femme fatale. Seo-rae no puede ser comprendida por su atracción o por sus secretos pero La decisión de partir nos llevará, a nosotros y a Hae-Joon, a intentar hacerlo.

    Con la edición a cargo del montajista Kim Sang-bum (cuya filmografía lo delata como un pilar del cine coreano contemporáneo), la película apunta inicialmente a montar escenas breves, sin concesiones hacia el espectador en términos de darle un respiro si algún detalle le fue comunicado de manera demasiado rápida. A medida que la relación entre el detective y la sospechosa se vuelva más cercana, candente y venenosa, también habrá en la película instancias de transformación en la naturaleza de su género cinematográfico. El policial se convierte en un romance y así una y otra vez. Si el comienzo está sustentado en la creación de una sensación de intriga, hay suficientes giros en la trama sobre la segunda y tercera mitad de la película para sentir que su duración, que supera las dos horas y media, no se perciba como tal.

    Bajo una propuesta de imágenes que combinan lo urbano y lo tecnológico como el paisaje perfecto para la construcción de la mentira, Chan-wook logra un relato intelectual y desafiante que invita, de inmediato, a volver a ver la película por segunda vez, en búsqueda de todas las pistas que se encuentran escondidas en cada plano. Es notoria, además, la honestidad con la que Chan-wook nos revela detalles sobre los personajes y sobre su historia, con encuadres, posicionamiento de sus actores y un diseño de producción que no desaprovecha escenario alguno para diseccionar la tormentosa fuerza que une a los dos principales enamorados. Como advertencia, es posible que cualquier otro estreno del momento se vuelva inocuo una vez que el manejo de cámara implementado en La decisión de partir sea visto en pantalla grande.

    Si antes el cineasta apostaba por desentrañar la violencia y la brutalidad, aquí el impacto se logra a través de la comprensión del deseo y la obsesión. Aunque Chan-wook se entretiene con muchos de los símbolos y códigos del cine noir (Vértigo, de Hitchcock, parece ser la gran referencia), hay un mayor interés por explorar otras de las grandes ideas de las historias de detectives: el fracaso rotuno. Qué irónico, porque esta película es un verdadero triunfo.