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La enseñanza de la historia de la dictadura traslada a las aulas tensiones políticas y sociales que persisten medio siglo después
Profesores se enfrentan al desafío de que lo que se enseñaba como historia reciente es una realidad “lejana” para los alumnos y ven en esa distancia una pérdida del “involucramiento emocional” pero también la oportunidad de ganar “riqueza analítica”
Conmemoración del Día internacional de los detenidos desaparecidos de la enseñanza, en la explanada de la Udelar. Foto: Santiago Mozzarovich, adhocFOTOS
Durante el primer gobierno de Tabaré Vázquez (2005-2010) se produjo un cambio en las políticas oficiales sobre el “pasado reciente” en Uruguay. En ese quinquenio se activaron procesos judiciales por delitos cometidos durante la dictadura que gobernó el país entre 1973 y 1985, se iniciaron trabajos arqueológicos en los cuarteles para la búsqueda de los restos de desaparecidos y se abrieron archivos oficiales con documentación que hasta entonces se había mantenido oculta.
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El sistema educativo no estuvo ajeno a ese impulso político. La iniciativa de revisar el estudio de la historia del golpe de Estado en los programas de enseñanza pública también formó parte de las medidas promovidas desde el Poder Ejecutivo, cuyo efecto generó expectativas y debates.
En ese momento afloraron planteos tendientes a impulsar la enseñanza de estos temas desde diferentes sectores, pero también emergieron resistencias de grupos que consideraban mejor dejar atrás la revisión de estos hechos y hasta quienes argumentaron que para hacerlo se debía esperar a que los protagonistas estuvieran muertos.
Más allá de las diferentes visiones, el impulso de la enseñanza de la historia de la dictadura pasó a ser promovido y legitimado por el poder político. En esa línea, la decisión tomada por la autoridad educativa de revisar los programas y los contenidos fue en sentido contrario de la política predominante desde que terminara la gestión del educador, historiador y político Juan Pivel Devoto, el primer director de Enseñanza Pública designado en democracia (1985-1990) y también el primero en promover la inclusión del estudio de la dictadura en la enseñanza oficial.
Los hallazgos de restos de desaparecidos en la primera década de este siglo abrieron de nuevo un debate intenso que luego se fue diluyendo y quedando al margen de la agenda. Algo parecido sucedió con las expectativas por los cambios en la enseñanza del pasado reciente.
No obstante, cada tanto resurgen los debates. A 50 años del golpe de Estado, ciertas tensiones sociales y políticas aparecen casi inalterables y, en muchos casos, se trasladan a las aulas.
Bibliografía discutida
El debate sobre la enseñanza del pasado reciente tuvo un episodio de controversia a fines de 2022. En el marco de la transformación curricular impulsada por la actual Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), el Consejo Directivo Central (Codicen) introdujo cambios en la bibliografía sugerida para ese grado.
Las principales variantes pasaron por una significativa reducción de una bibliografía —que en un principio excluía trabajos del historiador Carlos Demasi— que fue acompañada de la inclusión de algunos textos que causaron polémica. Entre ellos La revolución imposible, del periodista Alfonso Lessa; Orientales. Una historia política del Uruguay, del también periodista y profesor de Historia Lincoln Maiztegui; y La agonía de una democracia, del expresidente de la República y actual secretario general del Partido Colorado, Julio María Sanguinetti.
Asimismo, en materia de contenidos, se habían sustituido varias referencias a los derechos humanos y se eliminó la expresión terrorismo de Estado.
Los cambios fueron aprobados por los tres consejeros designados políticamente en el Codicen —con los votos contrarios de los delegados docentes— y se aplicaron sobre la propuesta que elaboró una comisión compuesta por profesores designados por el ente autónomo. Enseguida llegaron críticas de distintos actores.
La Asociación de Profesores de Historia del Uruguay (APHU) manifestó su preocupación por los cambios y la Asamblea Técnico Docente (ATD) de Secundaria señaló que reflejaban “un claro sesgo político conservador, anclado en la denominada ‘teoría de los dos demonios’”.
“Estamos asistiendo a un intento refundacional desde el campo de las derechas”, sostuvieron desde ese colectivo.
El presidente del Codicen, Robert Silva, defendió los cambios argumentando que no tuvieron ninguna “intencionalidad oculta”, sino que buscaron establecer el contexto de la dictadura cívico-militar, atendiendo a la violación de los derechos civiles, políticos y a los derechos humanos en general. En la última semana del año, el organismo introdujo nuevos cambios bibliográficos, pasó de 30 textos a más de 80 y se incluyó uno de Demasi.
Otros autores que figuran en el programa oficial de la Dirección General de Educación Secundaria son Gerardo Caetano, José Rilla, Gonzalo Varela Petito y Daniel Corbo. Varios profesores consultados para esta nota dijeron que suelen usar libros de Virginia Martínez, Álvaro Rico, Jaime Yaffé, Ana Frega, Inés Cuadro, Magdalena Broqueta, Vania Markarian, Pablo Langone y Benjamín Nahum, además de manuales oficiales, recortes de periódicos y otras lecturas breves para explicar el 27 de junio de 1973, fecha en que el presidente Juan María Bordaberry disolvió las cámaras y consumó el golpe de Estado.
“Historia de los abuelos”
En décadas pasadas, el abordaje del golpe de Estado y la dictadura era un tema que muy pocos docentes llegaban a dar en tercer año. Algunos sacrificaban contenidos, rompiendo la línea de tiempo, para enseñar esta etapa.
El programa incluido en la reformulación establece una serie de “conceptos básicos que deberá trabajar el docente”, a modo de sugerencia, y en materia de contenidos se estructura en función de épocas. Para el período 1955-1985, que es el que causó más polémica, la propuesta que se aplicará en las aulas a partir de este año pone el énfasis en el abordaje de los derechos humanos.
También se refiere a la situación de Uruguay en el contexto de la Guerra Fría y, en ese marco, se inscriben las “amenazas a la democracia”, el “debilitamiento de las instituciones republicanas”, además de los procesos de “radicalización política, guerrilla y polarización social”. Por otra parte, se aborda la última dictadura “cívico-militar”, mencionando “el avasallamiento de las instituciones” y “los derechos humanos, civiles y políticos”.
En bachillerato, el programa de Historia “todavía se está ajustando”, según dijeron fuentes de la ANEP. Si bien la mayoría de los docentes no tienen muy claro cuáles serán los cambios, desde los gremios, en general, son escépticos y advierten “un vaciamiento de los contenidos”. Los programas “no tuvieron participación docente real, porque las ATD no fueron escuchadas”, aseguró a Búsqueda la profesora Mary Corales, integrante de la Sala de Historia del Instituto de Profesores Artigas (IPA).
“La historia reciente es algo que nos atraviesa como ciudadanos y frente a estas conmemoraciones y debates debe ser abordada desde distintas aristas: culturales, artísticas, de derecho y otras asignaturas, así como en trabajos en proyectos e interdisciplinarios”, dijo Corales, y enfatizó que eso requiere tiempo, lo que en general “hace falta”.
Durante conversatorios organizados en abril por la Asociación de Profesores de Historia sobre los programas del nuevo marco curricular también se plantearon críticas a la propuesta oficial. Allí, el profesor de Historia Gabriel Quirici, integrante de la Sala de Profesores de Historia del IPA, también aludió al tema en el marco de “los 50 años del golpe” y a otras actividades sobre la enseñanza de la época (ver recuadro).
Hay profesores “más comprometidos” con el tema que, por ejemplo, suelen llevar a sus alumnos al Museo de la Memoria y que este año trabajan como “tema eje” el golpe de Estado a través de distintas modalidades, como sucede actualmente en el bachillerato artístico del Liceo Zorrilla, que trabaja esta temática en coordinación con estudiantes de la Universidad de la República.
Para otros docentes, la propia denominación “pasado reciente” resulta “inadecuada” al aludir a episodios de hace medio siglo. “En la tercera década del siglo XXI, los conflictos que desembocaron en la dictadura, tan vivos en la memoria para para quienes fueron sus protagonistas o testigos directos, están quedando progresivamente en el pasado lejano”, contó una de las profesoras consultadas que, como otros consultados, pidió no ser identificada por temor a eventuales “efectos negativos” en su trabajo.
“Los jóvenes que hoy cursan el sistema educativo y reciben clases sobre la dictadura nacieron en este siglo y muchos no tienen experiencia directa de esos acontecimientos, excepto por algún familiar o conocido. Para ellos no es historia reciente, porque ya es muy lejana. (…) Es prácticamente la historia de los abuelos”, dijo otra docente que se desempeña en centros públicos y privados de Carrasco y Malvín.
Ambas profesoras coincidieron en que para muchos alumnos el episodio más traumático de la historia reciente seguramente ya no es el quiebre institucional de 1973 sino el impacto de la crisis económica de 2002. Agregaron que la “brecha generacional” de alguna manera “enfría” el impacto de los hechos y también permite un análisis “más crítico”, por lo que creen que puede ganarse en “riqueza analítica” lo que se pierde en “involucramiento emocional”.
Según Corales, ese compromiso emocional aún interpela a los estudiantes como un componente “importante” para considerar la gravedad de las violaciones a los derechos humanos y el peligro de las alteraciones del orden institucional. De allí explicó la necesidad de tener una estrategia pedagógica que aborde los conflictos del pasado en el aula y que revise con espíritu crítico las experiencias que llevaron a un período de autoritarismo para promover la consolidación de las tradiciones democráticas.
En sus clases, esta docente dijo buscar un “cruce intergeneracional” entre alumnos y familias. “Que lo que se trabaje en el aula llegue a la casa. Que sea el comienzo de un diálogo familiar, y que luego vuelva al aula. Que sea la apertura de un espacio para el encuentro con otras voces familiares y ajenas. Allí el interés aflora”, dijo.