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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMe refiero a la entrevista al Sr. Juan Salgado, publicada en la pasada edición de vuestro prestigioso semanario. Tras su primera lectura, “sentí” que algo olía mal en esas líneas; eso pasa a veces, nos asalta una certeza intuitiva que no podemos explicar acabadamente con palabras. Repasándola, advertí que me disgustaba el modo del entrevistado de referirse al presidente de la República: “Tabaré”, una y otra vez; tanto como que repitiera hasta la náusea que el presidente es “su amigo”, “amigo de verdad”, “un gran amigo”, “realmente amigo”. Recibido fuerte y claro, tomamos nota. Me quedé sin entender bien de dónde son tan amigos, si del barrio, del fútbol, del directorio de Cutcsa, de los negocios médicos, de los pasillos del poder. Después caí en la cuenta de que la confusión entre lo público y lo privado aparece como una constante en la relación entre Salgado y Vázquez, quien quiso “reconocerlo con ese cargo” (asesor honorario de la Presidencia) en virtud de tan estrecho vínculo exclusivamente personal. Porque entiéndase bien que Salgado no actúa políticamente, no: “No estoy en política. Más allá de que parezca, no es así”. ¿Y en qué está el buen hombre? Él es un exitoso empresario, que lo que hace con el presidente de la República es “agarrar un tema, analizarlo y conversar”; “para que tenga opiniones que no tienen ningún tipo de interés. ¡De ningún tipo! Mucho menos político”. Yo no creo que Salgado sea estúpido, ni que crea que el resto de los mortales somos estúpidos; creo que Salgado sencillamente no se da cuenta de la enormidad de sus dichos, porque carece en absoluto de sensibilidad republicana. Porque al mismo tiempo de negar toda participación en política, avisa que si “Tabaré” mañana le dice “Juan, preciso que me hagas esto o lo otro”, él está para “ayudar”. Y en recuadro le indica al intendente Martínez lo que está bien y lo que está mal en inversiones viales, anunciando de paso el aumento del boleto. Y antes les aclaró a los empresarios que él le puede soplar al oído al presidente de la República cosas que “a otros capaz les cuesta más”. Y que si fuera necesario también se lo dice a la Sra. de Vázquez o a los hijos, con quienes tiene la misma relación de confianza —la falta de pudor no conoce límites; todo un reality. Y en el medio, confiesa que Vázquez quería que se candidateara a la Intendencia de Montevideo (¿por todo el FA?, ¿por el PS?, ¿por la Concertación?), pero que se negó porque la actividad política es totalmente distinta a la actividad privada: “Podés ser un exitoso empresario y en la política no dar pie con bola”, dice, desmarcándose de su socio Edgardo Novick, con quien al mismo tiempo se saca una foto en el piso para ricos y famosos de las Twin Towers uruguayas. Pienso en los últimos presidentes colorados, y se me ocurren varios nombres de quienes sabíamos eran sus amigos personales: fueron ministros, embajadores, ocuparon cargos en Presidencia, o en los entes; estaban sometidos a responsabilidad política, ante el partido y ante el país. A normas y a procedimientos, a incompatibilidades, a controles y a contrapesos. Otras relaciones privadas, que las tendrían, no salían en los diarios. No eran el “amigo personal con cargo honorario”, con intereses multimillonarios en expansión, tan dependiente del poder público como incidente en las vidas y haciendas privadas (desde un shopping con apartamentos hasta el precio del boleto, pasando por la salud y yo qué sé qué más). Tanta promiscuidad entre lo público y lo privado enturbia las fronteras de la república, tornándola vulnerable a la arbitrariedad, el tráfico de influencias, la patota. Más formalista este gobierno que el anterior, el cargo de Salgado equivale a la institucionalización del “Pato Celeste”. Haría bien el presidente Vázquez en destituir a un asesor tan locuaz, y en pasar los fines de semana por el resto del quinquenio en compañía de amigos más sobrios.
Miguel Manzi
CI 1.337.437-7