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    La estrategia de Mujica

    “Ordeñar la burguesía”. Cortita y al pie esta frase, típica del presidente Mujica, puede sintetizar perfectamente cuáles son las claves de su actual conducta política y cuáles son sus fundamentos económicos. Y todo eso graficado con toda claridad apenas en tres palabras: una verdadera hazaña gramatical que algunos no entienden y otros no quieren entender.

    Reconoce la existencia de una clase social, no la descalifica ni amenaza con liquidarla como suelen hacer muchos de sus correligionarios, pero nada indica que haya cambiado los anarco ideales que lo movilizaron desde sus inicios en los duros años 60 y 70. Simplemente, ha modificado la estrategia y los caminos para poder alcanzar los mismos objetivos. El fin justifica los medios.

    Con los fierros no se pudo ni hay miras de que se pueda, pues entonces trataremos de arrimarnos a la antigua utopía socialista, empezando por el sistema del voto secreto y la democracia representativa, renunciando (por ahora) al Poder y conformándonos (por ahora) con el mero Gobierno. Cuestión de tiempo y de paciencia. Y de pies en la tierra. En materia económica para no limitarse a repartir miseria, muy igualitaria pero miseria al fin, hay que comenzar a distribuir partiendo de un país desarrollado, capaz de financiarse por sí mismo sus lujos sociales y el Uruguay está lejos de serlo. Sencillamente, el señor Mujica trata de ubicarse en nuestra realidad y en la de este universo globalizado donde estamos inmersos.

    Desaparecido el gran paraguas del campo socialista y en un mundo totalmente matrizado por la filosofía capitalista, donde navegan los anónimos fondos de inversión y las grandes empresas transnacionales, no queda (por ahora) otra cosa que transar con todo eso y procurar sacarles el mayor jugo posible en beneficio de las arcas públicas: acumular recursos para poder pagarnos nuestro futuro país justo y solidario.

    Digamos, una réplica económica de la acumulación social predicada en la doctrina marxista cuyo ejemplo mayor y más exitoso lo es sin duda la actual China comunista, de la misma forma en que Cuba y Corea del Norte son los mejores testimonios del fracaso, con su marxismo tradicional. Recordemos: ni siquiera 1.300 millones de laboriosos chinos, uncidos al implacable yugo de Mao, fueron capaces por sí solos de concretar el gran salto socioeconómico que hoy, con su inyección de capitalismo, nos demuestra el gigante asiático.

    En estos tiempos, el desarrollo requiere necesariamente inversiones a gran escala y tecnología de punta. En un mundo sin fronteras financieras, la producción artesanal resulta muy romántica y ecológica pero muy poco competitiva dentro del gran mercado mundial. Y puestas así las cosas, solo quedaría pendiente decidir de dónde van a salir los fondos multimillonarios que se necesitan para poner en marcha con un buen impulso inicial la maquinaria económica: del Estado o del Mercado.

    En otros y muy lejanos tiempos el Uruguay lo intentó por el camino estatal, financiándolo, primero, garroneando el trabajo de sus rurales y cuando eso no fue suficiente, con emisiones monetarias o préstamos internacionales pero nunca pudo salir de su pequeño negocio familiar y terminó fracasando con el mayor éxito. Ni qué decir que algo así, ahora resultaría absolutamente impracticable. Impensable.

    Hoy por hoy, los antiguos piratas de ojo emparchado, los de adentro y los de afuera, han mejorado su cotización y (por ahora) son la mejor y casi diría la única solución. Pueden aportar muchísimo dinero pero además, sumado con algo todavía mucho más importante y difícil de conseguir: conocimiento, tecnología y experiencia para su aplicación.

    Aportando justamente los dos ingredientes básicos para un rápido despegue económico que nos haga posible ese país de primera del que suele hablarnos nuestro presidente en su FM24.

    Por supuesto, tales personajes no vienen gratis: están dispuestos a invertir su dinero y su tecnología pero siempre dentro del esquema capitalista, incluyendo el respeto de la propiedad privada y las ganancias de su inversión. Y por qué no decirlo, también algo de explotación del hombre por el hombre y de aquella maligna plusvalía, tolerables (por ahora) en la medida que el Mercado produzca abundante para que después el Estado pueda distribuir lo suficiente.

    Sin duda nuestro presidente debe sufrir en lo más íntimo estas inevitables concesiones, tanto en materia económica como política y social. El liberalismo y la dispersión de poderes que implica el sistema institucional dentro del cual debe lidiar con estos tigres del capitalismo, suelen complicarle mucho la concreción de su ideario progresista y pese a que (por ahora) no lo ha planteado abiertamente, es muy probable que hoy esté soñando con una reforma política que haga a su Ejecutivo mucho mas ejecutivo y se ilusione (esto sí lo ha dicho) con un escape hacia lo colectivo por la vía del cooperativismo y la autogestión aunque (por ahora) esto último sea casi a título experimental, como en el Fondes del Banco República.

    En los hechos, solo un camino de esperanzas pero que bien vale la pena. Evitaría el peso muerto de la burocracia estatal, preservando de alguna forma los derechos individuales, aun mediatizados en el marco de una organización cooperativa y la frutilla de la torta, lograría el milagro de conciliar esas dos funciones sociales básicas, separadas a partir de la era industrial: los que fabrican y los que administran. No es poca cosa en estos tiempos tan revueltos. Es cierto, las ganancias del República que hacen posible el generoso Fondes BR dependen en gran parte de las ganancias non sanctas que genera el capitalismo. Todos estos hermosos sueños democrático-igualitarios están fundados sobre la gordura de la leche que el Estado consiga ordeñarle (pacíficamente) al Mercado pero al menos por ahora y con su habitual modestia, nuestro presidente puede decirnos a todos los uruguayos que le estamos prendiendo “una pequeña velita al socialismo”.

    Después, veremos.

    Gerardo Tejera Barrios

    CI 1.555.465-6

    Bello Horizonte (Canelones)

    PD: “Las metas de derrotar la pobreza solamente serán conquistadas por personas que puedan pronunciar las palabras ‘mercado’ y ‘capitalismo’ sin desprecio”.

    “The Economist”

    “Cuadernos de Marcha” Nº 199

    Agosto 1994