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Es una muestra enorme que abarca los últimos 50 años de la trayectoria artística y vital de Rimer Cardillo (Montevideo, 1944). Se extiende por tres salas del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) e incluye grabados, dibujos, fotografías, xilografías, instalaciones, esculturas, collage, trabajos artesanales en madera, en papel, en cerámica o yeso, trabajos digitales y otros que mezclan varias técnicas. La naturaleza y sus elementos, la naturaleza y su geometría, la preservación y las amenazas al medioambiente, el legado de las culturas precolombinas, la selva amazónica, los paisajes criollos y los más rurales de Nueva York: todo se reúne en Rimer Cardillo: del Río de la Plata al valle del río Hudson, que cuenta con la curaduría del norteamericano Karl Willers y se puede visitar hasta el 19 de agosto.
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Cardillo se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, estudió también en Berlín del Este y en la Escuela de Artes Gráficas de Leipzig. Representó a Uruguay en la Bienal de Venecia (2001), expuso en varios continentes y su obra se exhibe en museos de Estados Unidos, América del Sur y Europa. Actualmente, es profesor de Arte en Sony New Paltz, en la región de Hudson Valley, Nueva York. Dos veces al año viaja a Montevideo, donde continúa trabajando en su taller.
El jueves 12 ofreció una visita guiada (que se repetirá hoy jueves 19 a las 18) en el MNAV a la que asistieron unas 40 personas, varias de ellas también artistas. Micrófono en mano, Cardillo fue explicando el origen de sus obras, sus técnicas y su elaboración.
Primera parada: serie de círculos de colores inspirados en flores y plantas. Algunos de estos grabados (xilografías) integraron en 1967 el único Salón Nacional en el que Cardillo participó, luego viajaron a una Bienal Internacional en Tokio. “Provengo de una familia muy vinculada con la jardinería. Mi abuela tenía un jardín increíble en La Teja y era lo primero que iba a ver cuando la visitaba. Mi familia tenía afición también por ir a acampar y siempre me sentí muy cercano a la naturaleza”, explica. “También hay algo erótico en estas obras”, dice, señalando los labios que se forman en el centro de los círculos, de las flores y de las hojas.
Cardillo viajó a Alemania Democrática en 1969 con una beca del Club de Grabado. De su aprendizaje en Berlín y en Leipzig provienen sus litografías con planchas de metal. Para Cardillo, el grabado en metal es un trabajo casi de orfebre por las técnicas que usa. Luego descubrió la madera de imbuia (brasileña), que utilizó como un nuevo soporte para sus obras en cobre.
Otra parada en el recorrido: sus fotografías de insectos. “Toda esta serie la hice en 1973, en pleno golpe de Estado. Había quedado desvinculado de todos mis compañeros de Bellas Artes y trabajaba solo en mi taller. Tienen nombres significativos por lo que se vivía en la época, como El escarmiento”, explica. Algunas de estas fotos están trabajadas con dibujos y son realmente impactantes.
Cardillo contactó al entomólogo Carlos Carbonell, que aún vive y tiene cien años, para que lo ayudara a manejar los insectos muertos. “Él me enseñó a humidificarlos para que no se quebraran al manipularlos. Empecé a usar clavos, alfileres y todo lo que tenía en el taller para que las patitas quedaran en su lugar. Cuando el insecto se seca queda en su forma natural. Con el tiempo empecé a ver otro significado, porque parecen torturados, puestos en situaciones espantosas”.
El artista vive al norte de Nueva York en una zona de campo y bosques. Comparte un lago con un vecino y tiene al fondo el río Hudson. Está en un terreno rico en fósiles que, claro está, incorpora a sus obras. Muchos fósiles los guarda en cajas de madera de diferentes tamaños que fabricó con algunos de sus estudiantes. Algunas son tridimensionales, con varias bandejitas y reparticiones; otras tienen pájaros grabados en bronce y están hechas con maderas del Amazonas que encontró descartadas en talleres por sus marcas de insectos. “Me gusta cómo quedan las cajas con esas marcas. Son como el tatuaje de la madera”.
En sus viajes por Bolivia y Perú quedó fascinado con el barroco de sus iglesias y portales, que le inspiró obras mixtas. Una de ellas es la foto de un San Jorge de piedra que está estaqueando un grillo en lugar de un dragón.
En Ecuador fotografió a una mujer india que vendía una tortuga gigante en la calle y realizó un enorme collage con esa fotografía. De fondo, utilizó un papel estampado, como el que se emplea para paredes. “Es una población a la que le encanta lo kitsch, uno entra a sus cocinas y son la cosa más espantosa. Por eso usé este papel”.
Entre sus obras más llamativas está el cupí, palabra guaraní que significa hormiga u hormiguero. Los cupí de Cardillo son grandes montículos escultóricos de tierra y cerámica, pero los últimos son también de papel. Recuerdan las construcciones que fabricaban los indígenas para enterrar a sus muertos. “Cuando estuve en la Bienal de Venecia con un cupí hecho en Estados Unidos tenía un camión y medio de tierra y cerámica. Entonces se me ocurrió cambiar la cerámica y hacer grandes relieves de papel. Ahora transporto el cupí en una valija y lo armo en el lugar”, cuenta el artista, que para esta exposición recibió ayuda de estudiantes y pudo armar el cupí en pocos días. “Si lo hago solo me lleva una semana”, explica.
Una noche muy fría, Cardillo encontró un búho atropellado en la carretera. Pensó que estaba nevando, pero en realidad lo que confundió con nieve eran las plumas del ave. “Lo recogí y lo llevé al taller. Estaba todavía vivo y le tomé varias fotografías antes de que muriera y quedara rígido”, explica el artista a los visitantes. Las fotos muestran al animal en todo su esplendor, con sus garras y sus plumas coloridas. “Estas aves y sus restos también proporcionan información, no solo sobre el conflicto entre el hombre y la naturaleza, sino también sobre la belleza de la vida natural, incluso en la muerte”, escribió el artista para el catálogo de la muestra.
Otra fuente de inspiración para Cardillo fueron los cuentos de Horacio Quiroga. En su visita a Misiones tomó muchas fotografías de la casa del escritor y de su entorno. También descubrió que Quiroga era un enamorado de las herramientas que él mismo fabricaba. Por eso, las fotografías van acompañadas de una serie de herramientas que provienen del siglo XVIII o XIX y que pulió un herrero conocido del artista.
En la muestra también hay caparazones de tortugas hechos en acero inoxidable, paisajes del campo uruguayo combinados con zonas rurales de Estados Unidos, y la reproducción en papel de un enorme mural hecho originalmente en porcelana con más de mil baldosas. Además, hay esculturas inspiradas en “la geometría orgánica” que se encuentra en la naturaleza y en sus elementos.
La visita guiada duró dos horas, hubo preguntas sobre técnicas y sobre la influencia de las nuevas tecnologías en el arte. Cardillo dice que muchos de sus nuevos alumnos quieren volver al trabajo manual, al grabado, al dibujo, pero que hoy se combina todo y que no hay una línea que sea vanguardia. Este viaje del Río de la Plata al Hudson parece confirmarlo.