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    La guerra actual

    Sr. Director:

    , regenerado3

    La tercera guerra mundial. Hubo momentos en la historia que se pensó que ya no habría más revoluciones ni guerras.

    En 1815 los emperadores de Austria y Rusia con el rey de Prusia firmaron un “acuerdo” por el que se resolvía que nunca más habría revoluciones en el mundo. Habían triunfado sobre Napoleón y la Revolución Francesa. Este acuerdo “de la unidad del cristianismo” proponía el fin definitivo de una etapa de la historia y el comienzo de otra. La felicidad no duró más allá del festejo.

    En 1945 (Yalta) se reunieron Churchill, Roosevelt y Stalin y sellaron la paz para el mundo. Se deseaba que fuera definitiva. El enorme sufrimiento humano, las muertes y la destrucción masiva hacían suponer el fin definitivo de la guerra. Reforzaba el argumento la existencia de la bomba atómica con lo cual la opción era: fin de la humanidad o paz.

    La guerra, como modo de resolución de conflictos, no terminó. Sí cambió su presentación y formalidades.

    Ya no hubo más guerras “declaradas”; ahora las guerras serían sucias o frías. Quedaron abolidos los protocolos, los convencionalismos y los estilos bélicos. Incluso comienza a desarrollarse un estilo de guerra sin enfrentamientos de tropas en los campos de batalla. El desarrollo de la aviación militar lo hizo posible, pero… no hay guerra que se gane sin la presencia en el terreno de los vencedores.

    La disolución de la URSS hizo pensar que ya definitivamente la guerra no tendría más posibilidades ni sentido. Incluso se habló del “fin de la historia”. En adelante ya todo sería repetición de lo mismo, progreso y paz definitiva. Fue el sueño de una noche de verano para algunos; otros jamás lo creyeron.

    2015, “arde París”. El Papa reitera que ya empezó la tercera guerra mundial.

    Coincido y pienso que los historiadores del futuro marcarán la primera “batalla” de esta guerra con la caída de las Torres Gemelas el 11 de setiembre del 2001. Lo de “batalla” es un eufemismo; fue un atentado terrorista. Es el nuevo estilo de la guerra. Es imposible encontrarle una justificación razonable o racional. Vivimos la era del absurdo corriente. Una fracción fundamentalista musulmana quería marcar presencia para amedrentar al imperialismo yanqui. El presidente G. Bush (h) reaccionó con furia y canalizó profundos odios populares logrando ampliar su base política.

    ¿Qué pasó en estos días en París? Es difícil entenderlo si mantenemos los esquemas referenciales de la guerra convencional. Esto es una guerra pero sin declaración ni desembarcos. Es el terrorismo que mueve profundos y enredados resentimientos y sentimientos de odio y venganza. Para que exista una pelea los contendientes tienen que haberse visto, conocerse, tener algo en común…y los dos deben estar de acuerdo en pelear.

    ¿Cuál es ese vínculo fuerte que amerita esta reacción tan violenta?

    Tendríamos que retroceder unos mil años, al 1096 (siglo XI) cuando se inicia la primera cruzada que parte de Francia para ir a reconquistar en Jerusalén el Santo Sepulcro. Aquel movimiento masivo de pueblos enteros, acompañados de ejércitos profesionales, degenera en una guerra santa, en una guerra de civilizaciones. Los europeos, llamados francos, generan con este movimiento soluciones políticas internas que reorganizan la distribución de tierras y el poder. A los invadidos, palestinos y árabes, les crea serios problemas de persecución y despojo. A los invasores les brillaban los ojos por la riqueza y poder que alcanzaban con la guerra.

    Aquella fue una guerra de civilizaciones.

    ¿Habrá que retroceder hasta allá para encontrar algún motivo causante de la actual agresión? Esto me lo hizo pensar un joven musulmán que, con un puñal en la mano y una metralleta a la espalda, se refería a Francia como “la abanderada de la cristiandad”. Pensé que este adolescente había faltado a las clases de historia del siglo XVIII en adelante donde Francia deja las banderas de “hija predilecta de la Iglesia” para asumir el papel de abanderada de la laicidad y también del laicismo. Pasó mucha agua bajo los puentes.

    Sin embargo, allí están los jóvenes yihadistas con su mensaje de muerte, tan compenetrados con su misión que inmolan sus vidas en aras de su fanatismo. Seguramente sus motivaciones inmediatas no tienen nada que ver con aquellos recuerdos históricos. Acá estamos frente a motivos profundos que podrán ser religiosos o de poder, es un pueblo que crece y se siente constreñido a un lugar y un papel dictado desde “occidente”. Puede ser, también, que estemos frente a un engranaje perverso que se nutre a sí mismo.

    Estamos nuevamente frente a un choque brutal de civilizaciones. ¿Qué hacer?

    El presidente François Holland responde con ira y agresión militar. Es difícil juzgarlo, tiene que responder al clamor de un pueblo que se siente agredido en su casa y que perdió la seguridad. La respuesta se asemeja a la de G. Bush. Además está próximo a las elecciones regionales, es político y hombre de partido. El socialismo queda en manos del partido de Le Pen según se resuelva este emergente. En este caos bélico, ¿renuncia el socialismo a comprender la guerra actual como el enfrentamiento de aniquilación?

    Pero, ¿esta furia desatada a quien favorece? A la larga será más guerra por muchos años. Es adentrarse en un conflicto interno del mundo musulmán intrincado y riesgoso. Circunstancialmente ingresa Rusia al conflicto con lo cual los aliados europeos vuelven a jugar juntos en esta guerra, lo cual ratifica el conflicto de civilizaciones.

    Ya Toynbee nos legó en su teoría de la Historia  su afirmación de que las civilizaciones tienen una entidad sustantiva que va más allá de los individuos. Estas sufren un proceso semejante al de todo ser viviente: nace, crece, se desarrolla y muere. En estos procesos de vida puede encontrarse el desarrollo de una civilización que signifique la muerte de otra.

    Holland responde con más violencia. En la guerra se consumen armas, ¿quién las produce? Francia está entre los primeros productores del mundo, entre los cinco miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, junto con EEUU, Inglaterra, Rusia y China. El Estado Islámico las compra con el dinero que le proporcionan los compradores de petróleo del mundo occidental, incluida Francia. El dinero generado por la venta de armas en Occidente compra consumismo, droga, placer y poder. Se acumula en unos más que en otros. Los que reciben más distribuyen un poco más para que haya siempre más consumidores de lo mismo: pero en forma controlada.

    ¿Quién está dispuesto a parar la fabricación de armas que se vende a los terroristas? La media docena de países occidentales que las fabrican tienen la palabra. Si no hablan es que les interesa seguir el juego de la mosqueta.

    La voz que se eleva con fuerza es la de Jorge Mario Bergoglio, papa Francisco. Pide la paz y no producir más armas sabiendo que esto conlleva limitar los ingresos para el desenfreno de los países ricos. El Nazareno Errante desde el centro del conflicto sigue presente a quienes lo quieran escuchar.

    Lic. Jorge Scuro