En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
“Durante toda mi vida he pensado a diario en la vida y en la muerte. He intentado suicidarme continuamente”. La frase es de Yayoi Kusama (Japón, 1929) legendaria artista nipona. La dijo en una entrevista reciente a un periodista argentino, pero la repitió durante muchos años a lo largo de su vida. Construida de diferentes formas, más o menos dramáticas o escandalosas. La mujer que la repite ahora es una viejita de 84 años. Vive en una residencia psiquiátrica desde los años 70 donde se internó por voluntad propia. De allí sale y entra cuando quiere, generalmente en silla de ruedas y siempre con su peluca roja, su vestido rojo con lunares blancos, medias y zapatos con lunares. Sale para ser aclamada por la prensa y aplaudida por el público ya masivo que la reconoce y la idolatra. Sale para mostrar su obra, para inaugurar alguna exposición donde irremediablemente hay “lunares” o pequeños círculos que parecen lunares. En realidad son puntos, de diferentes tamaños y color, incorporados a distintas estructuras planas o espaciales, en formas alucinadas. Es un juego de repeticiones detallado y prolijo, aunque la imagen completa sea básicamente el lunar o el punto y no la construcción de la imagen.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Es una de las marcas registradas de esta señora que alucinó al mundo contemporáneo, en especial en los años 60 en Nueva York, donde pasó una buena temporada junto a los grandes artistas de la época, comandada por las propuestas pop y las performances o acciones callejeras, donde Yayoi fue muy destacada. Se dice que ella fue pop antes que Warhol, a quien frecuentó sin “colgarse” de su fama. De hecho, se vinculó a artistas más potentes que venían produciendo obras en otras direcciones.
Cuenta que salió de Japón gracias a la reconocida pintora Georgia O’Keeffe, que vivía en México y la motivó a viajar. Ese fue su primer contacto con el mundo occidental de posguerra, tan alejado de su patria derrotada, donde solo había lugar para el trabajo manual. Ella era artista, dibujaba y pintaba pequeñas obras maravillosas, entre la tradición caligráfica y el dibujo clásico japonés y la sensibilidad contemporánea. Tradición arrasada por la carga emotiva de una persona con depresiones intensas, trastornos obsesivos compulsivos, notorios rasgos de lo que hoy se llama “bipolaridad”.
De intensas obsesiones trata su obra, construida por pequeños soles y lunas, líneas cortadas y círculos perfectos, pequeñas manchas de colores fuertes, intensos, que la artista despliega sobre objetos o telas. Llega incluso a ocupar el espacio vacío de pequeños puntos de colores, a modificar una escena cotidiana con una lluvia de luces o a pintar paisajes atravesados por sus círculos. Ella se involucra continuamente, pero también ofrece paisajes vacíos de humanidad, como un cuarto tapizado de rojo y lunares, ocupado por esferas o globos enormes que invitan a entrar en una imagen del inconsciente.
Cuando llegó a Estados Unidos era una treintañera exótica, chiquita pero de bellísimo cuerpo, de rostro fino y cautivante, de ojazos y pelo negro seductores. Era la japonesita que rápidamente se convertiría en militante del pop, reina o princesa de una época en la que primaban los actos “heroicos” y los escandaletes que permitían ubicarse en el centro de la movida. Los artistas eran también parte de la obra, en muchos casos el centro de la obra. Si se desnudaban, mejor. Kusama entendió las reglas del juego y se desnudó. Públicamente, en puentes y avenidas donde todo el mundo viera su gesto, antimilitarista, antiimperialista, liberador.
Dicen que fue feminista, de las primeras en asumir todos los rasgos de una lucha todavía novedosa. Fue también la primera en consagrar matrimonios gays, en ceremonias paganas de alto impacto. De las primeras ecologistas, claro. Como tantos, fue a la Bienal de Venecia y provocó su pequeño escándalo. Instaló un montón de bolas de metal espejado por el jardín de la Bienal. La gente caminaba y se veía reflejada en las esferas. Y se cruzaba con la artista de atuendo y postura oriental repartiendo panfletos en el que un crítico de la época reconocía su talento y vendiendo sus bolas por dos dólares. Fue la época en que el argentino Nicolás García Uriburu (1937) teñía los canales de Venecia de verde intenso para protestar contra la contaminación ambiental. Pero las performances más fuertes las montó junto a otros artistas en las calles neoyorquinas, donde aparecía desnuda pintando lunares.
Es difícil vincular esa imagen a esta viejita con cara de niña, siempre con los ojos abiertos desmesuradamente, profundos, entre dulces y dolorosos. En el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) acaba de inaugurarse una muestra retrospectiva, Obsesión infinita, que reúne más de cien trabajos de diferentes épocas, desde su desorbitada creación lunática hasta los primeros dibujos, fotos, esculturas, instalaciones y videos de diferentes momentos. Es una oportunidad única para entender parte de la conexión impensable entre la vida pública de la Kusama de los años 60, hasta la más difícil y cruda de su vuelta a Japón en los años 70 y la lucha por sobrevivir, entre la pobreza y la locura. Una imagen que desde siempre anduvo entre la vida y la muerte, entre la frivolidad y la lucha con un interior cargado de conflictos y complejas conexiones, entre una infancia de violencia familiar y la vejez reconocida, con mensajes de paz y amor, una visión cósmica y espiritual. Es una artista indefinible, compleja, de aristas que en otro abriría un mar de sospechas.
Aunque sus lunares pueden expandirse por las vidrieras del mundo gracias a la visión de los diseñadores de la empresa Luis Vuitton (carteras, zapatos, objetos), su obra la mantiene a salvo desde siempre, gracias a un talento superior. Hay quien dice que viene de su lado más desajustado, de ese interior conmovido por la angustia y los estados depresivos. Ella dice que su “psicólogo neoyorquino era freudiano y nunca le permitió expandir su arte”. Cuando llegó a Japón, cambió de psicológo y su obra se desprendió y navegó por caminos de altísimo vuelo. También pasó muchas dificultades económicas y sociales. Retoma algunos trabajos anteriores y en especial su famosa “red infinita” en la que produce obras en las que explotan las líneas curvas cortadas, los lunares, los penes blandos de tela, la mirada elevada y el tránsito por interiores más surrealistas, más freudianos a su pesar.
La última artista pop viva junto a la argentina Marta Minujin, parece ahora una viejita buena, como seremos todos algún día. Pero en su momento y en su lucha como artista enfrentó demonios terribles y a fuerza de locura, amor y muerte sacudió la mirada contemporánea. Los árboles de la avenida principal que conduce al Malba están envueltos en una tela roja con lunares blancos. Es el camino que conduce a Yayoi Kusama y a una experiencia grandiosa, de cuartos iluminados por finísimas redes de lucecitas de colores y espejos que reproducen la imagen hasta el infinito. Es el camino de una japonesita que durante toda su vida quiso morir. Pero no solamente para aliviar la angustia de vivir sino para fusionarse “con el flujo del tiempo infinito y volver al universo”. Su obra la detuvo de este lado.
“Obsesión infinita” de Yayoi Kusama. En el Malba (Avda. Figueroa Alcorta 3415, tel 4808 6500, Buenos Aires). Hasta el 16 de setiembre.