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    La línea y todas sus capas

    Nada del arte le fue ajeno: Nelson Ramos a diez años de su muerte

    Es la primera vez que se despliega en forma total la obra de Nelson Ramos. Y en este caso la palabra “desplegar” adquiere varios sentidos porque el artista fue construyendo como en sucesivas capas un arte diverso —que incluyó dibujo, pintura, instalaciones, esculturas, objetos y collage—, y al mismo tiempo recurrente en temáticas y en el uso de la línea que estuvo en el origen y en su destino creativo. “Desde el punto de vista formal, la protagonista de la obra de Ramos de principio a fin es una reflexión sobre el comportamiento de la línea”, escribió Ángel Kalenberg en el cuidado catálogo de la muestra que lo tuvo como curador. Kalenberg acompañó a Ramos desde sus inicios y su estudio ayuda a entender la singular creación del artista además de sus diferentes influencias.

    Nada del arte le fue ajeno se llama esta exposición antológica que se exhibe en el Museo de Artes Visuales (MNAV) hasta febrero. Reúne 140 obras que van desde sus inicios en los años 60 hasta sus últimas creaciones con papeles chinos, que trabajó uno sobre otro y fue “rasgando” para mostrar pequeñas franjas de colores o de capas o de líneas verticales. “Para Kalenberg no es una retrospectiva, sino una muestra antológica. La diferencia es que no hay una linealidad cronológica en su obra porque Ramos trabajaba en series que no cerraba. Por eso lo primero que se ve en la muestra no es ni el principio ni el final”, explica a Búsqueda Enrique Aguerre, director del MNAV.

    Ramos nació el 19 de diciembre de 1932 en Dolores, pero pasó gran parte de su infancia en Juan Lacaze. En los años 50 se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y tuvo entre sus maestros a Miguel Ángel Pareja, Vicente Martín, Ricardo Aguerre y José María Pagani. Luego se fue becado a Brasil y también residió en España. Participó en varias bienales y obtuvo el Premio Figari, entre otras distinciones. Falleció en Montevideo en febrero de 2006.

    “Ramos no hablaba mucho y no hacía explícitos sus procesos. Además tenía un perfil bajo y su obra normalmente no la exhibía. Por eso esta exposición no solo es buena para la gente, sino también para los otros artistas. Creo que es la más importante que hice en los últimos seis años. No solo por la obra sino por lo que significó Ramos: fue uno de los mayores maestros de las artes plásticas de la segunda mitad del siglo XX”, señala Aguerre, quien está al frente del MNAV desde 2010.

    Cuando cerró Bellas Artes, el taller de Ramos, junto con el de Clever Lara y Guillermo Fernández, fue uno de los principales en la formación de artistas. De allí surgió otra generación de grandes plásticos, entre otros, Ricardo Pascale, Ignacio Iturria o Claudia Anselmi.

    La mayor parte de la obra que ahora se exhibe pertenece a May Wolf, viuda de Ramos y también artista. Las otras piezas forman parte de 16 colecciones diferentes que se reparten entre el MNAV, el Banco Central, el Museo Blanes, el Palacio Legislativo, diferentes galerías o casas de privados. Algunas obras pertenecen a figuras públicas como el expresidente Julio María Sanguinetti o el economista y artista Ricardo Pascale.

    Una presencia recurrente en la obra de Ramos son sus collages con claraboyas y cometas, a las que llama “pandorgas” o “tarascas”, hechas con cartón, a veces combinado con acrílico, otras a las que incorpora palitos o papeles. De la misma forma elaboró estacionamientos de supermercado vistos desde diferentes perspectivas o algunas figuras humanas, como en el magnífico y enorme collage Mundo triste, fechado en 1987, en el que aparecen figuras “encasilladas” en rectángulos y cuadrados.

    Tal vez lo más impactante sea su serie sobre la colonización española. Allí aparecen sus famosas calaveras intercaladas con muñequitos que representan a los indígenas y a los españoles. “Años atrás hubo algún problema con la exhibición de algunos de estos cuadros en una muestra del BID. Ramos es muy político y aquí se hace explícito”, dice Aguerre. En estas piezas se ven, por ejemplo, decapitaciones de indios o la sodomización de un indígena por un clérigo, y los títulos son ilustrativos: Invasores muestra la potencia militar en el exterminio; Coleccionistas es un conjunto de calaveras “custodiadas” por un vampiro que está en el lugar de Cristo, mientras que en Victoria es una reina la que domina en lo alto un mundo que tiene en lo bajo un cementerio de huesos. “Aquí está la pulsión de la muerte y el destino histórico del continente”, agrega el director del museo.

    Ramos trabajaba tanto el marco de sus cuadros como el interior. Hay detalles mínimos como el dibujo de chinches o pequeños puntos de colores hechos a pincel. Además construía como un artesano los personajes de sus composiciones. Para Aguerre, en este aspecto estaba también la singularidad del artista. “Hasta hace poco el trabajo del artesano estaba muy mal visto en las artes plásticas. Lo que tiene Ramos es una misma excelencia tanto en el proceso creativo como en la manufactura. Es muy raro ver este nivel de complejidad que logran muy pocos artistas”.

    Pionero en la experimentación con dibujos y objetos, Ramos fue el primero en hacer instalaciones en los años 60. En la planta alta del MNAV se encuentran sus instalaciones con grandes bidones, sillas, mesas, altares en negro o bodegas. Todo atravesado por una línea blanca. Algunas de estas piezas se rehicieron para la muestra, pero mantienen las características originales de “pintura en el espacio” que obliga a trasladarse siguiendo la coherencia de la línea.

    Otras instalaciones son más “escénicas”, como la obra Ausencias: un conjunto de nichos instalados en dos paredes con los nombres de los artistas plásticos de varias generaciones que fueron muriendo. En el piso, una lápida está dedicada a Ramos Garibaldi, madre del artista. Ahora la instalación tiene un nuevo nicho que dice: Nelson Ramos (1932-2006).

    El arte de ser un banco es otra de sus instalaciones. Con esta obra, Ramos había participado en un certamen en el que se debía intervenir un banco, como los que se ubican en las ramblas o en las plazas. Él lo transformó en una especie de biombo vertical con las varillas pintadas de colores. Encima instaló un paraguas y en el medio un inodoro. “Dialoga con un cuadro de su amigo Espínola Gómez”, dice Aguerre y señala la obra Sifón, expuesta en otra sala y que fue Gran Premio Nacional en 1954.

    Las herramientas de trabajo también inspiraron piezas artísticas y en algunas, Ramos desplegó mucha ironía, como en la inmensa Máquina capadora, que, curiosamente, integra la colección del Palacio Legislativo. Hay serruchos, cuchillas, compases, un pájaro enorme de pico pequeñito. Hay también grandes dedos o formas negras con volumen, algunas con influencia japonesa.

    Ramos dejó dibujos en los que usó crayola, óleo o tinta china, o varias técnicas combinadas. En algunos incluía signos y números; en otros, líneas verticales de colores, a veces abstracciones. La figura humana también aparece, en general asociada con lo lúgubre, sobre todo en los dibujos de fines de los años 60, cuando ya el artista presagiaba algo oscuro que se acercaba.

    También están sus “cuadros tapados”, en los que se insinúa el trabajo del artista con alguna textura o color en el borde. Pero lo que el público ve es la parte de atrás, como si hubiera querido mostrar solo el revés de la trama.

    Un pequeño retrato de Ramos hecho por Ignacio Iturria mira al visitante cuando pasa de una sala a otra. Luce su barba tupida y una semisonrisa, y parece estar observando cómo los visitantes siguen la línea que se transforma en dibujo, en materia, en volumen, en piezas de arte que estaban a la espera de esta merecida exposición.