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En noviembre de 1969, la monja Catherine Cesnik salió de compras a un centro comercial de Baltimore y nunca regresó a su casa. Dos meses más tarde, su cadáver apareció en una zona boscosa: la habían asesinado con un golpe en el cráneo. Cathy, como todos la conocían, era una joven de 26 años de amplia sonrisa que enseñaba lengua inglesa en la preparatoria Keough, un colegio católico y femenino de Baltimore. Era una muchacha amigable y bondadosa, que tocaba la guitarra, cantaba y les impartía seguridad a sus estudiantes. No parecía la persona a la que alguien quisiera asesinar. Pero lo hicieron, y su crimen aún está impune y la investigación abierta.
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¿Quién mató a la hermana Cathy? Es la pregunta que guía la investigación en The Keepers, una serie documental de siete capítulos producida por Netflix que acaba de estrenarse. Su director, Ryan White, sigue un largo periplo en el que aparecen, casi 50 años después, personas relacionadas con la hermana Cathy: familiares, ex alumnas del colegio, policías, abogados, jueces y sacerdotes. Lejos de ser lineal, la investigación se vuelve cada vez más intrincada y minuciosa, como si se fueran levantando sucesivas capas. Y cada vez que se levanta una, surge algo muy sórdido de implicancias políticas, eclesiásticas y jurídicas.
Lo novedoso de esta investigación es que no solo la lleva adelante White con su equipo de producción, sino también con tres ex alumnas del colegio Keough que tuvieron como profesora a Cathy. Ahora cercanas a los 70 años, estas mujeres actúan como una especie de detectives de la tercera edad. Ellas abrieron una cuenta en Facebook sobre el crimen para que todo aquel que tenga información la acerque. El sitio se llama Justice for Catherine Cesnik and Joyce Malecki, porque el mismo día que desapareció Cathy también desapareció Joyce, una joven que vivía cerca. Su cadáver se encontró un poco antes que el de Cathy y, por algunos indicios, ambos crímenes podrían estar relacionados.
A medida que avanzan los capítulos queda claro que el asesinato de Cathy fue el desenlace de una red de impunidad que comenzaba en el colegio y tenía como figura central al padre Joseph Maskell, su capellán. A través del testimonio de ex estudiantes va surgiendo la figura siniestra de este cura que abusaba física y psicológicamente de las adolescentes en su despacho, les decía que su semen era sagrado y a veces las “entregaba” a políticos o policías o las llevaba a un ginecólogo que las revisaba y manoseaba frente a él.
Las “detectives de la tercera edad” buscan testimonios, hacen mapas con datos e itinerarios, miran videos con la información de los crímenes, consultan con un viejo periodista que siguió los casos, se reúnen con posibles implicados en el asesinato. En definitiva, hacen lo que no hizo ni la Policía ni la Justicia y mucho menos la Archidiócesis de Baltimore, cuyas autoridades ocultaron información, trasladaron a Maskell a otras ciudades y se negaron a dar testimonio para el documental.
El título de la serie, The Keepers, hace referencia a los recuerdos dormidos, aquellos que quedan en lo más profundo de la memoria y que los niños o jóvenes víctimas de abuso reprimen para poder seguir con sus vidas. Pero un día aparecen señales de lo vivido y las cicatrices se abren. Algunas víctimas de Maskell se casaron y tuvieron hijos, otras se perdieron en la historia. Ninguna denunció nada en su momento porque el sacerdocio en Baltimore ejercía gran autoridad y porque Maskell las manipulaba y aterrorizaba. Además, provenían de familias católicas que iban a la misa dominical y a los bautismos de Maskell. Para sus padres era un sacerdote confiable y respetable, ¿quién iba a creerles a aquellas adolescentes?
Pero a comienzos de los años 90, una ex estudiante empezó a recordar lo que había vivido treinta años atrás. Entre las terribles imágenes, evocó una reveladora: estaba en un bosque frente al cadáver de la hermana Cathy mientras el padre Maskell le decía al oído: “¿Ya ves lo que pasa cuando dices cosas malas de la gente?”. Jane, que así se llama esta mujer, también recordó que Cathy se había acercado a ella y le había preguntado por sus visitas al despacho del capellán. Cathy sabía lo que allí pasaba.
Entonces Jane se animó a denunciar al sacerdote, y tras ella apareció otra mujer con una historia similar y varias cartas con otros testimonios. El caso llegó a la Justicia, pero el pesado aparato legal de la Archidiócesis logró desacreditar la teoría de los “recuerdos reprimidos” y a las dos mujeres que denunciaron.
Si bien por la vía judicial no se ha probado la vinculación de Maskell con el asesinato de Cathy, The Keepers va deshaciendo el entramado de su entorno. Y lo que muestra no es agradable, porque se ve una especie de mafia eclesiástica con poder sobre policías, políticos y fiscales. La serie es impecable en su investigación y logra involucrar e indignar a quien la mira, igual que otras que tuvieron al mismo equipo de producción de Netflix: Making a Murderer y Amanda Knox.
Al final de los siete capítulos de The Keepers quedan varias dudas, pero hay algo sincero: los ojos de las víctimas, que pasan de la tristeza más profunda a la impotencia y rabia. Y esa rabia es contagiosa y lleva a la página de Facebook y a esperar que algún día allí se publique la verdad.