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    La maldición del superhombre

    Obras maestras: Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons

    Cómo sería el mundo si existieran los superhéroes. Alan Moore, el mayor guionista de cómics de todos los tiempos, y el dibujante Dave Gibbons empezaron a trabajar desde esa pregunta. Los habían contratado para recuperar superhéroes de Charlton Comics, adquirida por DC Comics, y el escritor británico vio la oportunidad de hacer magia otra vez. Era un experto en reanimar fósiles —hizo milagros con La Cosa del Pantano, también para DC—, y realizó una jugada maestra con Batman: La broma asesina, mostrando los orígenes del Guasón. Debido a las ideas que el autor de La voz del fuego tenía en la cabeza para el destino de los personajes, optaron por crear nuevos encapuchados a partir de aquellos. Así surgió la pregunta. Mientras muchas editoriales buscaban más espectacularidad, musculatura y acción, Moore y Gibbons condujeron hacia otro lado. Se metieron en el interior, escarbaron en las zonas menos exploradas de los héroes. Y de ahí salió Watchmen.

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    La única historieta que Time colocó entre las mejores 100 novelas del siglo XX. El primer cómic galardonado con el Premio Hugo, el más importante de la narrativa de ciencia ficción. Una ucronía que ensambla, a través de su trama detectivesca y de ciencia ficción, la sátira política con una aventura de superhéroes que desarticula las aventuras de superhéroes. La mayoría de los personajes de este relato de aliento épico de más de 400 páginas no están en condiciones para salvar al mundo —de hecho, son en buena medida responsables de que el mundo se esté cayendo a pedazos. Una escena: el Comediante y Búho Nocturno, vigilantes enmascarados, supuestamente héroes, contienen una revuelta en las calles. Tres personas escriben un grafiti: “¿Quién vigila a los Vigilantes?”. Comediante, versión tóxica del Capitán América, dispara balas de salva. “¿Qué pasó con el sueño americano?”, pregunta, desorientado, en medio del caos, Búho Nocturno, un Batman de presupuesto moderado. “Se hizo realidad”, dice el Comediante. “Lo estás mirando”.

    Publicada originalmente en doce volúmenes entre setiembre de 1986 y octubre de 1987 por DC, Watch­men sigue reeditándose mundialmente en distintos idiomas en uno o dos tomos de lujo y ediciones especiales. La acción transcurre principalmente en Nueva York, en 1985. Richard Nixon sigue en la Presidencia, Dr. Manhattan, el primer superhéroe de la historia, es estadounidense, y gracias a él, EEUU ganó en Vietnam. La Guerra Fría se devora el futuro y se hace visible a través del Reloj del Apocalipsis, con la humanidad “a minutos de la medianoche”. Los primeros justicieros enmascarados fueron los Minutemen, que operaron entre 1938 y 1948. Watchmen, los Vigilantes, surgieron precisamente con la aparición de Dr. Manhattan, en la década de 1960. Este superhombre de color azul es lo que quedó de Jon Osterman, científico que tras un accidente en un experimento nuclear adquirió facultades sobrehumanas. En 1977, el Acta Keene declaró ilegal el combate del crimen mediante el uso de capuchas; los Vigilantes se disolvieron, cada uno arrancó para donde pudo. Dr. Manhattan y el Comediante trabajaron para el gobierno, Búho Nocturno colgó la capa y el antifaz, y Laurel Juspezcyk, nombre real de Espectro de Seda, acompañó a su pareja, el Dr. Manhattan. Dos años antes, Adrian Veidt había abandonado a los Vigilantes: había revelado ser la identidad secreta de Ozymandias y, convertido en empresario, se había hecho rico vendiendo toda clase de mercancía posible basada en su figura. Otro justiciero, Rorschach, se negó a abandonar la lucha. Y es la voz con la que comienza el relato.

    Rorschach, escéptico y paranoico, comienza a investigar el asesinato de Edward Blake, cínico antihéroe, presunto asesino de los periodistas Woodward y Bernstein, que, en otros tiempos, fue el Comediante (“Una vez que te das cuenta de que todo es una broma, ser comediante es lo único que tiene sentido”). Siniestro, depresivo, resentido, cruel y vengativo, Rorschach tiene una hipótesis: alguien está matando a los viejos Vigilantes para que no puedan detener el avance del reloj hacia la medianoche. Rorschach lleva adelante un diario donde plasma su visión del mundo, que es, al igual que su máscara —que emula el famoso test proyectivo de psicodiagnóstico—, en blanco o negro. Los globos en los que aparece la voz están resquebrajados. Como cada personaje, tiene una historia subterránea que se va revelando en tramos. Y hay un capítulo dedicado a recorrer su mente, hábil y desequilibrada. El enmascarado nietzscheano tiene algunas de las mejores líneas de diálogo. En cárcel, después de haber atacado a otro recluso, mientras los guardias se lo llevaban, dice: “No estoy encerrado aquí con ustedes. Ustedes están encerrados aquí conmigo”.

    Además de la densidad de la historia y de las capas emocionales de sus protagonistas, lo que también resulta cautivante, y uno de los motivos por los que se regresa a Watchmen es el dispositivo narrativo articulado por Moore —el guion del primer capítulo tenía 101 páginas, y lo usual es poco más de 30— y que Gibbons supo aprovechar en cada cuadro. Lejos de coartar su libertad, las exhaustivas referencias del guionista, autor de V de Vendetta, Promethea y From Hell, entre otras piezas monumentales del cómic, le otorgaron mayores insumos. La viñeta inicial de cada capítulo, la confección de efectos simétricos en las páginas, el uso de flashbacks, los cambios de punto de vista, los patrones visuales que se repiten de forma subliminal, el avance del reloj hacia la medianoche, al final de cada capítulo: todo está criminalmente ensamblado. Watchmen es un palacio elegante donde están las huellas de Jung, Einstein, Bradbury, Orwell, Blake, Dylan, Lovecraft. La historieta contiene otra historieta dentro, Tales of The Black Freighter, leída por un personaje secundario, espejo negro de una trama oscura. Cada episodio tiene anexados documentos extra que extienden el universo: recortes de diarios y revistas, prólogos de libros científicos, expedientes médicos, archivos policiales, cartas, fragmentos de Detrás de la máscara, la biografía de Hollis Mason, el primer Búho Nocturno, que relata, entre otros sucesos, los inicios de los Minutemen.

    Watchmen es una audacia pensada para ser leída. Razón por la cual Moore se ha manifestado siempre contrario a cualquier intento de adaptación. “En los 80 intenté concentrarme en aquello que solo las historietas podían lograr, la manera en que una gran cantidad de información puede ser incluida en cada panel, la yuxtaposición entre lo que un personaje dice y lo que podía ser la imagen que el lector estaba mirando. Creo que se puede decir que la mayoría de mi trabajo estaba diseñado para ser infilmable”, comentó. “Es lo que le tuve que explicar a Terry Gilliam cuando fue originalmente elegido como director de la tan discutible película de Watch­men”. Ocurrió, recuerda Gilliam, en 1989, cuando Joel Silver, productor de la trilogía The Matrix, le ofreció dirigir el proyecto. “Nadie ha hecho una buena versión de Guerra y paz, y para mí Watchmen es el Guerra y paz de los cómics”. El director pasó tiempo con su coguionista Charles McKeown viendo cómo “reducir ese monstruoso libro a una película de dos horas y media”. Robin Williams quería el papel de Rorschach, Richard Gere quería un lugar en el filme. Gilliam habló con Moore. Lo cuenta en Alan Moore-Retrato de un caballero extraordinario:

    —Alan, ¿cómo harías Watchmen en el cine?

    —Si te soy honesto, Terry, yo no lo haría.

    Silver no consiguió financiación. La mala noticia fue la mejor noticia. “Estaba salvado”, concluyó el realizador. “Y, quizá, Watchmen también. Algunas obras es mejor dejarlas en paz, en el medio en que fueron concebidas”. (Igual, se adaptó en 2009 con dirección de Zack Snyder, Moore no figura en los créditos).

    El episodio nueve del cómic, La oscuridad de la existencia, es una pieza de relojería asombrosa que logra ilustrar cómo Dr. Manhattan percibe el tiempo. Exhibe también el drama personal de Laurie. Todo esto en Marte, cuando la Tierra está al borde de la muerte —y el universo ni siquiera se va a dar cuenta. Es infilmable. “El tiempo es simultáneo”, dice el hombre con el modelo atómico de Bohr tatuado en la frente. “Una joya que los humanos insisten en observar por una sola cara cada vez cuando el diseño completo es visible en cada faceta”. Lo que se presenta a continuación es precisamente eso. Watchmen está diseñado esencialmente así: como una joya para contemplar y recorrer a través de sus múltiples y complejas dimensiones. Solo el cómic permite hacerlo. El capítulo finalmente honra lo insignificante, lo que Manhattan denomina “el milagro termodinámico”, eso que se ha convertido en rutina pero que, visto desde otra perspectiva, es irrepetible, y todavía puede asombrarnos.

    Vida Cultural
    2016-01-21T00:00:00