En una sala del sector de cuidados intensivos del Hospital Maciel, con ventanales grandes que dejan pasar una cantidad innecesaria de sol, se acumulan camillas, tachos para residuos, monitores y algunos respiradores. Entre estos últimos, hay dos que tienen pegados carteles de advertencia escritos a mano. El primero dice “no usar, sin autonomía”. El segundo, “no usar, error en celda de O2”.
“Mi temperatura me dice que este lugar está como a 30 grados”, señala el director de CTI del hospital, Marcelo Barbato, mientras atraviesa ese viejo almacén de aparatos de uso médico y advierte que “los equipos disfuncionan a determinadas temperaturas”.
En ese espacio conviven equipos viejos con algunos que el Maciel recibió como donación a principios de la pandemia de Covid-19. Según Barbato, todo lo que está allí es, en su mayoría, utilizable. Pero existe un “déficit” en cuanto a la gestión de esos aparatos porque, si alguno se rompe o presenta algún tipo de falla, en general no hay en el hospital personas capacitadas para repararlos, hacerles mantenimiento o darlos de baja. Esto no ocurre solo en el Maciel, sino que se trata de un problema “en toda la medicina nacional”, aseguró el intensivista.
Durante la pandemia, distintos centros de salud de Uruguay adquirieron una gran cantidad de respiradores. En su mayoría, eran importados y provenían de distintos países. Algunos jamás se habían usado en nuestro país y, en otros casos, los médicos ni siquiera habían escuchado nombrar su marca alguna vez. En el caso del CTI del Hospital Maciel, según Barbato, llegaron a usarse seis o siete modelos distintos de respiradores para un total de 28 camas. Eso causó “un problema, porque 200 funcionarios tenían que aprender a manejar seis o siete modelos”, contó a Búsqueda. Y un motivo frecuente de disfuncionamiento de los equipos es el mal manejo relacionado con la falta de conocimiento sobre su uso. Sin embargo, en ese hospital no se registraron accidentes por disfunción de respiradores, algo que supo ser un riesgo en los picos más altos de contagios de Covid-19.
A falta de técnicos que sepan revisar y comprobar el estado de los respiradores y otros equipamientos, los centros de salud suelen acudir a los propios proveedores de esos insumos para realizar esa tarea. “Pero quien debe definir eso, por razones de costos, hasta de conflictos de intereses que se pueden haber generado, no puede ser el servicio en sí mismo”, advirtió Barbato.
El jefe del CTI de la Asociación Española, Arturo Briva, participó del Grupo Asesor Científico Honorario y, desde ese rol, apoyó al gobierno en las decisiones de compra de respiradores. Recordó que cuando se abrió el llamado para adquirir esos equipamientos se presentaron muchas marcas, algunas que les eran familiares y otras “absolutamente desconocidas”.
“Eso fue un problema grave, porque vos tenías que decidir si era bueno o malo el equipo por un folleto”, contó a Búsqueda.
“Se intentó, en ese momento, que las marcas de ventiladores que se adquirieran tuvieran un representante local, pero recién ahora estamos viendo cuánto rinden esas marcas”, dijo Briva. Añadió que un desafío de todo Uruguay es lograr un sistema que certifique el correcto funcionamiento y la vida útil de los equipos.
Además de los respiradores importados, durante la pandemia surgieron iniciativas para que ingenieros y técnicos uruguayos pudieran fabricar esos equipos en el país. La Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) lanzó un llamado para financiar proyectos de construcción de ventiladores mecánicos y se presentaron más de 15 propuestas. De ellas se financiaron dos, que realizaron más de 25 prototipos. “Esos prototipos funcionaban bien en la mesa de trabajo del investigador, del ingeniero que los había hecho, pero faltaba todo un período de validación para que nosotros, de manera segura, pudiéramos conectar pacientes”, dijo Briva.
Los investigadores habían cumplido con el proyecto y tenían respiradores que creían prontos para usar y dar respuesta a los pacientes que los necesitaran durante la pandemia. Pero en el Ministerio de Salud Pública y en la Universidad de la República (Udelar) notaron que no existía una estructura capaz de validar la seguridad de esos equipos para su utilización en humanos. Ni siquiera podían permitirlo en un caso de emergencia. “Se elaboró un protocolo para que esos equipos fueran evaluados, se les empezó a hacer un test de durabilidad, de rendimiento, y esos ventiladores, en esa primera etapa, no pasaron el test”, afirmó el jefe del CTI de la Española.
El coordinador del Núcleo de Ingeniería Biomédica de las Facultades de Medicina e Ingeniería de la Udelar, Franco Simini, también recordó el llamado de la ANII. Al respecto, opinó que el problema fue que los investigadores hicieron “muy rápido un trabajo muy bueno” y que “para asentar una industria que haga que esos equipos tengan la confianza de los médicos se precisa mucho más tiempo”. Sin embargo, resaltó que, aunque esos equipos se construyeron, no fue necesario recurrir a ellos, porque entre los importados y los que se repararon para volver a poner en uso fue suficiente para el sistema de salud nacional. Es que, además de la importación, otra estrategia que se usó en muchos centros de salud fue la de reparar viejos equipos. Simini recordó que un grupo de voluntarios de la Udelar “reflotó algunos ventiladores de otras épocas”, que “estuvieron al pie del cañón en momentos críticos”.
Varios profesionales médicos compartieron su preocupación por la escasez de ingenieros biomédicos en Uruguay, quienes serían los más capacitados para realizar el mantenimiento y reparación de los ventiladores mecánicos. Pero Simini destacó que se están formando, aunque no con el título específico de ingeniero biomédico, sino a través de la ingeniería eléctrica o mecánica, con la realización de una tesis específica en Ingeniería Biomédica. Algunos profesionales con esa formación ya están trabajando en distintos hospitales, aseguró.
Sin embargo, reconoció, “es cierto que faltan, porque las instituciones se están equipando cada vez más con aparatos más costosos y complejos, por lo tanto, la ecuación económica pasa por tener ingenieros biomédicos en planta, igual que en las industrias”.
Otro potencial soporte para los equipamientos médicos son los técnicos en Ingeniería Biomédica que la Universidad Tecnológica del Uruguay (Utec) está formando en su sede de Fray Bentos (Río Negro). Según Simini, esa tecnicatura se diseñó en el ámbito de la Udelar, pero se ejecuta en la Utec y se pensó para dar respuesta a una necesidad de un mercado que “pide tecnólogos para las instituciones de salud”.
Fuentes del ámbito de la salud pública comentaron a Búsqueda que la Facultad de Ingeniería de la Udelar se encuentra en conversaciones con algunos hospitales para poder formar junto con equipos de ingenieros que sean capaces de asesorar en los procesos licitatorios de adquisición de nuevos equipos médicos, hacerles el correcto mantenimiento y repararlos. La decana de la Facultad de Ingeniería, María Simón, confirmó a Búsqueda esa información y admitió que, “ciertamente, se precisarían más personas especializadas para tener más equipos, mejor calibrados y encima gastar menos”.
La facultad ya tiene cierta experiencia en ese ámbito desde que, a través de un convenio, comenzó a apoyar al Fondo Nacional de Recursos en las auditorías de equipamientos especializados para los Institutos de Medicina Altamente Especializada (IMAE). Simón resaltó, además, que en Paysandú se dicta la carrera de Ingeniería Biológica, que no es lo mismo que Biomédica pero tiene “puntos de contacto” y está comenzando “a tener egresados”. Además, dentro de la carrera de Ingeniería Eléctrica existe un posible perfil relacionado con la biomedicina y los estudiantes tienen la opción de tomar cursos sobre esa área. Sin embargo, “los perfiles no constan en el título”, dijo la decana.
El Núcleo de Ingeniería Biomédica, que dirige Simini, existe desde hace 20 años y por allí han pasado estudiantes de grado y posgrado que realizaron muchos proyectos aplicables a centros hospitalarios. Algunos de ellos fueron “objetos de patentes”, destacó Simón.
Briva, por su parte, reflexionó que una de las lecciones que debería dejar la pandemia en Uruguay sería que hace falta “un sistema de certificación de equipamiento médico con valoraciones”.
“O sea, que yo me lleve este ventilador a un lugar, lo mida y te diga: ‘Está perfecto’ o ‘tiene un deterioro del 10% en estas funciones’, y a lo mejor hay que ponerlo en plan de recambio”, explicó.