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    La pluma exquisita de la novela moderna

    Miguel de Cervantes a 400 años de su muerte

    Hay que imaginarse una ciudad española a comienzos del siglo XVII. En las calles reina el descreimiento, la pobreza, el desencanto. Las fachadas de los grandes caserones son sobrias, aunque por dentro aún guardan las huellas de una época de opulencia. Lo que más se ve son iglesias, conventos, capillas, ermitas. Por alguna calle angosta se puede llegar a una de las tantas casas empobrecidas. Allí hay un hombre sentado frente a un manuscrito, su mano derecha tiene una pluma; la izquierda descansa sobre el escritorio, tullida, porque así quedó después de una herida de guerra. Pero el hombre ya no es más un soldado, desde hace años es un escritor empobrecido, desencantado, que se propuso hablar de su época a través de un personaje fuera de época. Él aún no lo sabe, pero su protagonista será uno de los más famosos de la literatura universal, y su novela la más traducida de la historia después de la Biblia.

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    Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en 1547. Su padre era un médico modesto que vivía endeudado para mantener a sus cuatro hijos, y en alguna ocasión estuvo tras las rejas. Cervantes recibió una formación jesuita, pero sus estudios se vieron interrumpidos por la inestabilidad económica de la familia. En definitiva, el escritor más importante de las letras españolas fue pobre la mayor parte de su vida.

    En 1571 peleó contra los turcos en la batalla naval de Lepanto, donde una bala de arcabuz le dejó inutilizada la mano izquierda. Pero no la perdió, por eso es erróneo el apodo “el manco de Lepanto” como aún se lo llama. Años más tarde, en esa novela que lo hará célebre en el mundo y que llamó El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pondrá en boca de su protagonista un discurso contra las armas, y especialmente sobre el arcabuz dirá: “A cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención”.

    La propia vida de Cervantes tuvo rasgos novelescos. Cuatro años después de Lepanto, cuando regresaba de Italia hacia España, unos piratas berberiscos atacaron el barco, lo atraparon y lo vendieron como esclavo en Argel. Pasó cinco años cautivo, luego regresó a España y se casó con Catalina Palacios. Antes, había tenido una relación amorosa con la hija de un tabernero de la que nació Isabela de Saavedra, a quien Cervantes reconoció pero con quien nunca tuvo mucha relación.

    Pero además Cervantes fue recaudador de víveres para la Armada y el Ejército, y recaudador de impuestos en Granada. Y por uno y otro cargo estuvo preso, acusado de irregularidades.

    Su primera novela fue La Galatea (1585), protagonizada por pastores que hablan del amor. Es una novela bucólica y platónica, en la que aparece una estructura de “literatura dentro de la literatura”, con poemas y pequeñas nouvelles intercaladas con la historia central, estructura que Cervantes va a desarrollar a sus anchas en el Quijote.

    De hierro y de oro.

    Cuando publicó La Galatea, aún era un hombre inspirado por los ideales renacentistas, que admiraba las costumbres sencillas y la armonía de la naturaleza. Pero algo estaba sucediendo en aquella España que había proclamado con Carlos V el lema: “Una fe, un monarca, una espada”. Algo se había resquebrajado con el ascenso de los Felipes I y II y la pérdida de la Armada Invencible (1588). Y Cervantes, un hombre en el tránsito entre el siglo XVI y XVII, verá caer todos los ideales, sentirá la intolerancia religiosa y el parasitismo social.

    Entre la melancolía y la crítica se mueve su obra, escrita mayormente en plena crisis. “Yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro”, le dice Don Quijote a Sancho. Y justamente en oro se convirtieron las letras españolas en pleno decaimiento de las instituciones. Por eso se conoce a este período como Siglo de Oro, porque en medio de la miseria, de la falta de mano de obra en las ciudades y de campesinos en el campo, brillaron las artes plásticas, el teatro español, la poesía, la novela.

    Todo es relativo.

    La primera parte de Don Quijote se publicó en 1605 y enseguida fue un éxito, aunque las ganancias no le alcanzaron a Cervantes para salir de la pobreza. La historia del hidalgo que pierde la razón por leer novelas de caballería se interpretó como una sátira a un género de evasión cuyos héroes ya no tenían sentido y hablaban con un lenguaje ampuloso y anacrónico. Y es justamente este anacronismo lo que hace reír en el Quijote, que se mueve tras ideales ya caducos.

    Pero además del contenido paródico, la obra sorprendió por su narración a modo de cajas chinas. Hay una gran historia, que se puede resumir como la aventura de Don Quijote con su escudero Sancho Panza, que a su vez encierra múltiples relatos unitarios que desembocan uno en el otro, como en capas. Esta estructura le da un sentido “polifónico” a la novela y también una perspectiva hacia el infinito, como mucho más adelante lo haría Velázquez con su cuadro Las Meninas. Cervantes fue un adelantado en crear una técnica narrativa que cambió la concepción de la novela y que varios siglos después desarrollaría el cine. Fue un adelantado en crear la primera novela moderna.

    Y es también una novela barroca, que usa el contraste y un mundo sin equilibrio, donde todo puede ser relativo, desde la realidad hasta las ideas: Eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”, le dice el caballero a Sancho. El Quijote no percibe el mundo distorsionado, sino que lo amolda a como quiere que sea. Igual que Cervantes, el personaje quiere un mundo ideal, donde haya justicia, donde se defienda a los más débiles, donde gane el amor. Pero en el mundo real, ganan los malos. Y de eso se dará cuenta Don Quijote en la segunda parte de su historia.

    En 1615 se publicó Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha. Lo peculiar de esta continuidad de la historia es que en ella aparece como tema la primera parte de la novela y los protagonistas se cruzan con personajes que han leído el Quijote, son conscientes de su éxito y saben que son célebres. También se pone en duda la autoría de la novela que se atribuye a un escritor árabe (Cide Hamete Benengeli) y que Cervantes habría traducido.

    En esta segunda parte, las historias intercaladas son menores y al Quijote le sucede algo que lo llevará a la muerte: comienza a hacerle concesiones a la realidad. Y esa es la tragedia del personaje, igual que la de Hamlet, curiosamente creado por Shakespeare por la misma época: ambos luchan contra una realidad que termina por vencerlos, y viven en una realidad paralela, relativa, entre la duda y la locura. Que ambos autores hayan muerto con un día de diferencia, hace 400 años, es una coincidencia, que sus personajes tengan similitudes, es parte de las reflexiones de los grandes genios.

    Para leer a Cervantes.

    Entre la primera y segunda parte del Quijote, Cervantes publicó las Novelas ejemplares (1613), un volumen con doce novelas cortas que encierran una enseñanza. En su prólogo aparece una confesión del autor: era tartamudo. Algunas tienen un tono idealista y otras son realistas. Estas segundas son las más conocidas, tal vez por su espíritu de crítica social, como Rinconete y Cortadillo, El licenciado Vidriera, El coloquio de los perros o La gitanilla, y algunas de ellas ya se habían insertado en el Quijote.

    Cervantes escribió también algunos poemas y obras de teatro que le sirvieron para paliar su situación económica. Su última obra, publicada poco antes de morir, fue Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1616), una “novela bizantina” que retoma el género de aventuras de la literatura griega.

    A 400 años de su muerte, ocurrida en Madrid el 22 de abril de 1616 (aunque fue enterrado al otro día, de allí la coincidencia con la muerte de Shakespeare), la pregunta es cómo leer hoy a Cervantes, autor obligatorio en los cursos de Literatura de liceales y universitarios. El éxito que el escritor tuvo en su época se debió no solo a las historias, sino a cómo las contaba. Cervantes mantuvo un armónico equilibrio entre el lenguaje popular y las expresiones cultas. Y aunque hoy parezca complicadísima su sintaxis y su vocabulario, en su momento apostó a la claridad.

    En 2014, La Real Academia (RAE) le encargó al escritor Arturo Pérez Reverte una edición del Quijote adaptada para uso escolar. El objetivo fue facilitar la lectura quitándole a la trama principal las historias secundarias. “En cada caso se ha procurado respetar la integridad del texto, los episodios fundamentales, el tono y la estructura general de la obra”, comenta Pérez Reverte en el prólogo, y aclara que solo se corrigieron “algunos términos quizá confusos para un lector convencional y cuyo significado no puede deducirse con facilidad del contexto”. La edición también aplica la ortografía actual de la RAE.

    Que es una publicación vergonzosa, que es una versión light que hace retroceder la comprensión lectora, que mutila la creación del mejor autor de la literatura española y no soluciona la falta de lectura de jóvenes y niños. Todo eso se ha dicho en contra de la publicación “podada” del Quijote.

    Como defensa, se podría argumentar que la esencia de Cervantes se mantuvo: el espíritu de aventura y la esperanza en un mundo mejor. Y si esta edición logra que los jóvenes se entusiasmen con su lectura, el ingenioso hidalgo habrá vencido.