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    La “reforma de Rama movió el tablero” del sistema educativo; “al FA le falta valentía para encarar un cambio impostergable”

    “Hoy no hay plan, liderazgo ni equipo. Veinte años de pérdida de tiempo tiene un costo demasiado alto para Uruguay”, dice Carmen Tornaría

    Carmen Tornaría asume con sonrisa resignada haber sido “la cara visible de la época caótica” que transitó la reforma educativa liderada por el profesor Germán Rama desde el Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), durante la segunda presidencia de Julio María Sanguinetti (1995-2000). Esta profesora de Historia y feminista, activista de la ONG Plemuu (Plenario de Mujeres del Uruguay), está convencida de que Rama “avasalló” y fue blanco de críticas porque para cambiar la realidad hay que defender las convicciones con firmeza, “sin idioteces” y separando el proyecto público de la lucha político-partidaria o gremial.

    “Rama era muy calentón, todavía tiene esa sangre gallega”, dice mientras golpea dos veces la mesa quien fuera su alumna de Historia Nacional en el liceo Bauzá (1966), y luego de Sociología en el Instituto de Profesores Artigas (1971). Y para graficarlo, Tornaría cuenta que una vez yendo en coche rumbo al Este, el director de la ANEP vio un cartel en la ruta que decía “Rama hijo de puta”.

    “¡Fijate que se están metiendo con mi madre! ¡Una gallega que vino al Uruguay en barco...!”, explotó, furioso. La consejera resopló: “¡Qué se van a estar metiendo con tu madre, Germán! ¡Se están metiendo contigo!”.

    Tornaría se corrige al evocar la anécdota: “Aquello no era contra Germán ni contra la reforma, sino contra Sanguinetti”.

    Hoy Rama, a sus 85 años, sigue los avatares del mundo desde su residencia en París, con una visión agria de la realidad educativa uruguaya. “Todos estamos muy preocupados con lo que está pasando en educación, y en especial con algunas cosas que se hicieron bien y se desecharon” durante los últimos gobiernos, apunta Tornaría. Sin embargo, ella prefiere ver el “vaso medio lleno”, porque los ejes fundamentales de la reforma se retomaron durante estas administraciones, pese a tantas “resistencias” y “mezquindades” de algunos sectores de la izquierda, dijo a Búsqueda la exconsejera y frenteamplista independiente, de 68 años, a dos décadas de la Reforma Educativa del Plan 96.

    —¿Qué dejó la reforma?

    —Hasta el día de hoy recibo llamadas de gente que valora lo que hicimos hace 20 años, y entonces se rechazó. Hubo una pérdida de tiempo, y eso te da bronca. Pero no me lo tomo como algo personal. Hay que seguir para adelante. Yo era la secretaria de la Asamblea Técnica de Secundaria y compartí aquel plan a pesar de que no provenía del partido de gobierno que yo votaba. Pero siempre tuve muy claro que la autonomía en la educación tiene que ver con que los equipos que entran a gobernar deben prescindir de sus partidos y volcarse a la tarea. Tras la conovcatoria de Germán, me llamó (el líder histórico del Frente Amplio, Líber) Seregni; le dije que no iba a ser un instrumento político-partidario y me dio su apoyo. Con la misma idea entró (José Claudio) Williman (consejero por el Partido Nacional), y Germán. Fuimos del año ‘95 al 2000, y después yo seguí hasta el 2005 en la siguiente administración (también colorada), pero eso fue completamente distinto.

    —¿Por qué no integró ningún gobierno de izquierda?

    —Le escribí una carta al doctor Tabaré Vázquez cuando asumió, diciéndole que iba a colaborar en todo lo que necesitara, pero que mi tarea ya había sido suficiente, tras 10 años en el Codicen. Los primeros cinco años fueron muy intensos y los segundos fueron de hacer la plancha por parte de las autoridades educativas, y mi carácter no es el de hacer la plancha. Así que me autoexcluí. Al asumir (José) Mujica vino a hablarme a casa, en Malvín, y le di un consejo: “Llene el país de UTU, porque Secundaria es un agujero negro y hay que reivindicar la educación técnica”. Y un poco de caso me hizo…

    —¿Cuáles fueron los ejes del plan?

    —El motor del plan era tratar de recuperar las bases varelianas de la educación uruguaya: el universalismo y esa reciprocidad entre la gratuidad y la obligatoriedad, que refleja un gran pacto entre la ciudadanía y el Estado. Las medidas concretas comprenden un sinnúmero de acciones. Pero los ejes parten de tres grupos de problemas: la educación pública ha dejado de ser el motor de equidad social y de igualdad de oportunidades, tiene debilidades en cuanto a calidad y tiene debilidades profesionales.

    —¿Cómo se expresaron esos ejes en el sistema?

    —Las líneas de innovación fueron en tres direcciones. En Primaria, impulsar la preescolarización en tres, cuatro y cinco años —que desde el punto de vista biológico son vitales para el desarrollo físico y neurológico posterior—, y crear más de 100 escuelas de tiempo completo. Esta es además una política de género, porque, desde mi experiencia de trabajo con mujeres de escasos recursos, uno de los grandes problemas de las madres solas es dónde dejar a sus gurises mientras ellas estudian o trabajan. En Secundaria, extender el tiempo de clases y de turnos, actualizando contenidos de planes y programas, separando el primer y segundo ciclo, e introducir herramientas de alfabetización como informática e inglés. Y en UTU, los bachilleratos tecnológicos. En formación docente, la creación de centros regionales de profesores en el interior —Salto, Rivera, Colonia, Maldonado—, en condiciones de igualdad con los estudiantes de Montevideo. Así creció enormemente el número de profesores. Equidad social, calidad educativa y profesionalización docente fueron, pues, los ejes de una reforma que movió el tablero del sistema educativo.

    —Inconsulta, autoritaria y antidemocrática... Tales fueron algunos de los calificativos que recibió la reforma. ¿Por qué hubo tanta resistencia?

    —Gobernar implica tomar decisiones, realizar opciones, y esto necesariamente lleva a afrontar resistencias. El plan se criticó mucho por inconsulto, cuando fue absolutamente consulto; son de esas cosas que afirman cuatro o cinco en Uruguay, y luego quedan como una verdad. Lo inconsulto, autoritario y falto de democracia resultó estar en algunas asambleas de padres, docentes y alumnos a las que asistimos. Asambleas donde el autoritarismo de gritos y aplausos futboleros interrumpieron muchas veces los intentos de informarse y debatir. Quienes prefirieron soplarles mentiras al oído a los estudiantes, a veces disparates, no contribuyeron al cambio educativo. Yo recorría los centros y, por las preguntas que me hacían los estudiantes, me daba cuenta de que estaban absolutamente desinformados y manijeados. Aprendí en el IPA que a los alumnos no hay que usarlos nunca, ni temerles. Y aquí hubo quienes tomaron como escudo a los chiquilines.

    —¿Cómo?

    —Al transitar el camino de la bronca o el resentimiento, que se traduce en que “el problema está afuera”: en el ministro de Economía, en el capitalismo, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en los alumnos. Esa administración recurrió con éxito, como luego pasó con gobiernos de otros signos políticos, a préstamos de bancos internacionales. Pero las ideas sobre qué hacer y cómo siempre fueron del gobierno de la educación nacional. El BID puso dinero fundamentalmente para ladrillos, para construir escuelas, y para capacitación. Y acá se planteó la resistencia fundamentalmente basada en que la reforma era un invento del BID y de los organismos internacionales… El reclamo de detener una reforma por eso no resiste el análisis lógico. Después está la resistencia al cambio, que es algo característico del Uruguay. Lo risible del caso es que muchos de los que encabezaron ese discurso después fueron autoridades de la educación y aun firmaron los convenios con el BID sin ningún problema. ¡Y hoy también!

    —También fue criticada la tercerización de servicios como el de limpieza, certificación médica y de alimentación. ¿Todas eran críticas malintencionadas?

    —Ninguna reforma puede estar cerrada y bienvenidas las críticas; sin masa crítica ningún proceso puede avanzar. Pero cuando uno critica o protesta, la cuestión de lo posible es un punto de referencia, entre muchos. Y cuando uno tiene que hacer, lo posible se vuelve fundamental, porque si no la gestión se torna una mera instancia decorativa, consultiva o declarativa, a la espera de que alguien haga algo algún día, cuando estén dadas “las condiciones ideales”. Pero mientras tanto, como cantaba Mercedes Sosa, “el tiempo pasa, y nos vamos volviendo viejos”. Y el caso es que cuando lo que se vuelve viejo es el sistema educativo público, las consecuencias pueden ser catastróficas a nivel personal y colectivo. Entonces aparece una especie de mezquindad en algunos sectores de la izquierda, entre los que no me cuento.

    —¿Quién planteó mayor resistencia?

    —Entre los sindicatos, los que se plantaron más duro fueron los de Secundaria. Pero también hubo un grupito de dirigentes políticos —no voy a dar nombres— que largaba una cosa y una parte de la izquierda, aunque no estaba de acuerdo, le temía a las consecuencias.

    —¿Por qué?

    —Porque algunos sectores mezquinos de la izquierda no podían meter en su cabeza que la reforma necesaria en el Uruguay se desarrollaba durante un gobierno colorado. Toda esta resistencia no fue contra la reforma ni contra Rama, aquello era contra Sanguinetti. Y eso no lo comparto de ninguna manera, porque el sistema educativo debe estar al servicio de la ciudadanía y no de un partido político. Es lo que decía (José Pedro) Varela, hay que mantener al gobierno de la educación lo más lejos posible de los avatares políticos partidarios. Y Rama, como Varela, fue un adelantado para su tiempo.

    —Eso dijo a Búsqueda el consejero Héctor Florit, otrora secretario general del gremio de los maestros.

    —Lo leí.

    —También dijo que fue un “autocrático”…

    —Rama era muy calentón, todavía tiene esa sangre gallega… Su liderazgo era de tipo fuerte, con una gran vocación de servicio público: buscaba a quienes creía que eran los mejores, sin importar lo que votaran, e iba para adelante…

    —… era avasallante.

    —Es que cualquier reforma es avasallante. Impulsar un cambio profundo es avasallante, siempre dentro de la ley (todo el plan de reforma se aprobó por amplísima mayoría en el Parlamento), pero yendo para adelante, y sin distraernos en idioteces. La resistencia siempre entorpece, pero no impidió hacer las cosas.

    —¿Cómo evalúa la educación desde entonces?

    —Creo que fueron 20 años de pérdida de tiempo, y eso es muy grave para Uruguay. Para trasformar la educación se necesitan tres cosas: un liderazgo, un plan claro y un equipo que crea en él y lo impulse para llevarlo adelante. Hoy esas tres cosas están faltando. Lo fundamental es el plan, porque sin plan no hay equipo. Entonces es muy difícil lograr una reforma integral del sistema, que es lo que necesita Uruguay para salir de este letargo. Y hablo de un líder que la pelee hacia afuera y también hacia adentro del sistema político. Yo lo vi a Germán pelearla duro con Sanguinetti y con Economía para que apoyaran el proyecto, sin polititquería ni lenguaje vacío e imbécil que nadie entiende. Porque los cargos de gobierno no son para hacer doctorados, no son para viajar ni gastar con tarjetas corporativas, son para que demuestres tu vocación de servidor público concentrado en el trabajo que te confía la gente, y ningún cargo de gobierno debe tomarse para hacer la plancha.

    —¿Cree que el gobierno “hace la plancha” en educación?

    —Falta un plan. Acá aparentemente el plan estaba en el Ministerio de Educación y no hubo respuesta política de las autoridades directas de la educación. Yo espero que esto en algún momento dé un viraje. Porque el drama para la tradición educativa del país es que se siga perdiendo tiempo. No es suficiente hacer una reformita por acá y por allá, algo cosmético. Hay que darle soporte político a los que saben y tienen capacidad de liderazgo. Yo creo que al Frente le falta valentía para encarar una reforma educativa impostergable. Encaró la de salud, le salió, y creo que es buena. Pero en educación…

    —¿El Plan Ceibal?

    —El Plan Ceibal fue la gran innovación, pero que no salió de las autoridades de la educación, salió de Presidencia de la República. Fue una innovación muy importante para la equidad en tecnología. Pero no sé el impacto educativo desde el punto de vista de los resultados. Es un instrumento positivo para el sistema. Ahora, hay que trabajar mucho para que ese instrumento dé sus frutos. Cuando haya un plan en serio, eso se logrará. Pero mientras…

    —¿Cuál es el costo social de no hacer en educación?

    —Es como un homicidio. En educación o salud, el no hacer nada o hacer cosas salpicadas y no en torno a un plan, es comprometer a las familias y a los chiquilines: estás comprometiendo al país.

    —¿Ya es tarde?

    —Nunca es tarde. Hay una confianza entre la ciudadanía y la educación que todavía es fuerte en Primaria, aunque está absolutamente quebrada en Secundaria, y algo reforzada en UTU. Esa confianza en la educación pública es una base de la democracia por la heterogeneidad de quienes integran el sistema. Y nunca es tarde para hacer. A mí me encanta la acción y disfruté mucho de haber formado parte de aquella reforma. Pero insisto: veinte años de pérdida de tiempo tiene un costo demasiado alto para la gente y para el país.