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Hace pocos días se estrenó en salas montevideanas “La noche más oscura”, película de Kathryn Bigelow ambientada en el tiempo presente. En la ficción se alude al presidente Obama, el mismo que ocupa el salón Oval y que una noche de estas asistió, en el sofá presidencial, a una historia que, aunque en forma indirecta, protagoniza. Similar sensación siente el espectador de Argumento contra la existencia de vida inteligente en el Cono Sur, de Santiago Sanguinetti.
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Sea en modo realista o en forma de comedia negra y delirante, está hablando del hoy, del presente. No del paisito desde el exilio, sino, según esta ficción, del país de la Facultad de Humanidades como epicentro de la reflexión contemporánea y el de Sandino Núñez como referente intelectual de una parte de la juventud alineada ideológicamente con la izquierda. Sea lo que sea, hable de lo que hable, no es usual que una obra de teatro uruguaya tenga sus coordenadas en el aquí y ahora. Y la experiencia es bienvenida. También se agradece la polémica —de baja intensidad, por ahora— que ha generado su estreno.
Cuatro jóvenes de clase media, dos parejas con hijos recién nacidos, estudiantes de filosofía, planean un disparate: quieren entrar a la Facultad de Humanidades y disparar contra todo lo que se mueva, en el marco de un triple atentado. En la misma mañana también morirá gente acribillada en la UBA y la Universidad de Chile. El trofeo mayor es Sandino Núñez. A él en especial, lo quieren con los pies para adelante.
Sí, los tipos están mal de la cabeza, pero actúan como seres normales. Quieren iniciar la revolución, y quieren hacerlo a lo grande, como en el Primer Mundo, como los dementes que abren fuego en las escuelas yanquis. Pero dándosela bien a la inteligencia, a la intelectualidad que ellos mismos integran. Quieren salir en la CNN y en toda la televisión del planeta. Pero no tienen ni idea. De nada. Carecen de la mínima solidez conceptual. Citan a Mariátegui y a Quijano, dos de los predictores de la generación que quiso cambiar el mundo en los 60 desde Latinoamérica y ahora citan a Núñez. Como en su libro “Disney War”, se ponen caretas del ratón Mickey para grabar un video, el típico video en el que los terroristas reivindican ideas y se atribuyen acciones en nombre de algo. Pero no tienen ni idea. De nada. Tampoco tienen bandera y ponen sobre la mesa ratona una de Bella Vista, el cuadro del que uno de ellos es hincha.
Tampoco exhiben demasiadas virtudes humanas dignas de destaque. Sus vínculos personales son bastante inestables, alimentados por discusiones estúpidas y alternados por la euforia y la depresión. Salvo por el detallecito de que quieren iniciar una revolución absurda, de un modo aún más absurdo. Parecen ser parte de la apatía ideológica dominante.
Sanguinetti, dramaturgo, director y actor uruguayo nacido precisamente en junio de 1985, tres meses después del retorno a la democracia, arriesga mucho al meterse con sus contemporáneos y da en el blanco en su descripción. El mambo ideológico que pinta en cada uno de sus cuatro personajes es importante. Pero, como escribió esta semana en su perfil de Facebook, en respuesta a un editorial de “El País”, su planteo no es desde fuera de los límites de la izquierda intelectual, sino desde dentro.
El editorialista interpreta el espectáculo como un palo furibundo y una ridiculización a los izquierdistas, y alienta una luz de esperanza en que la juventud reaccione a su seducción. El director rechaza esa mirada y asegura que el epicentro de su pensamiento —y por ende su actividad creativa y artística— sigue estando dentro del pensamiento marxista: “La obra está en el filo, y, sí, confío en los cuestionamientos, dudas y críticas como materia esencial de la dramaturgia y del teatro contemporáneo. La obra está en el filo. La obra, no yo”, dice. Aclara que acepta todas las opiniones sobre su trabajo, pero agrega: “Hablo de la izquierda porque considero que la izquierda es lo único de lo que podemos hablar. El resto es charanga y pandereta. (...) Es a propósito que elijo hablar del Che y no de Benito Nardone, por poner otro nombre. Traigo a Cuba, y dejo afuera al resto. Y esto no es inocente. ¿Crítica? Sí, seguro. Pero siempre para y desde la izquierda. El resto es silencio”.
Es respetable y muy válida su opción artística. Queda claro que lo suyo es una crítica constructiva desde dentro, y no un palo desde afuera. Lo que no parece muy feliz es su denostación de la mirada no izquierdista. A miles de uruguayos y latinoamericanos que no se consideran “de izquierda” les interesaría mucho ver este espectáculo. Algunos lo aplaudirían, lo disfrutarían a destajo, y otros se irían enojados de la sala, pero seguro lo procesarían y juzgarían según sus propios códigos estéticos e ideológicos.
Volviendo al escenario, la acción fluye natural, a buen ritmo, con un encare textual mucho más callejero, coloquial, vulgar, con un planteo de diseño hiperrealista que deja ver todo puertas adentro, a través del recurso de las “paredes transparentes” —solo están los marcos de las aberturas—. Cada ambiente simboliza las acciones humanas básicas: comer, socializar, aprender, dormir, procrear y defecar. Todo está a la vista —y oídos— del público. La mano del Sanguinetti-director aparece en gran forma con cuatro actores que no parecen estar actuando: el espectador los espía por el ojo de la cerradura, en la intimidad de las cuatro paredes. Entre ellos, Alejandro Gayvoronsky acapara los merecimientos y se recibe con honores de comediante: su papel de demente adolescente tardío, imbécil y detestable por momentos, pelotudo o desaforado la mayor parte del tiempo, y apenas querible en un par de escenas, hace reír y estremecer por igual. Es, por lejos lo mejor que ha hecho en su carrera, además de escribir aquella comedia muy divertida llamada “Santa familia”.
También estamos, sin dudas, ante el trabajo más redondo de Sanguinetti como autor, enmarcado en una obra ascendente, que se consagró con la apocalíptica “Ararat”, subió el listón con “Nuremberg” —cabal retrato de un neonazi en la hora previa a cometer una barbarie— y ahora lo deja más alto con este volumen primero de la “Trilogía de la Revolución”, que intenta retratar a la juventud contemporánea occidental. La segunda parte está ambientada en un batallón de soldados uruguayos en Haití. Al mismo tiempo, prepara junto a Gayvoronsky, Gabriel Calderón y Luciana Lagisquet, una pieza sobre Felisberto Hernández que dirigirá Mariana Percovich y otra con Marianella Morena.
Mención aparte merece la inclusión del dúo puertorriqueño Calle 13 como banda sonora exclusiva: el guiso ideológico revolucionario de la patria grande que sirve René Pérez, con sus pantaletas y zapatillas Nike, sus palos al capitalismo que le da de comer, sus entradas y salidas del “sistema”, viene como anillo al dedo para pintar a una generación que dice “No a la minería”, iluminando la cancha con un coro de smartphones que funcionan gracias al coltán que llevan dentro, extraído de las entrañas de las montañas del Congo, con el costo invalorable de millones de litros de sangre africana derramada.
Hasta el 24 de febrero se puede (y se debe) ver este espectáculo apto para bien y mal pensantes, sean del palo que sean.
“Argumento contra la existencia de vida inteligente en el Cono Sur”, escrita y dirigida por Santiago Sanguinetti. Elenco: Bruno Pereyra, Josefina Trías, Alejandro Gayvoronsky, Carolina Faux. Escenografía e iluminación: Laura Leifert y Sebastián Marrero. Vestuario: Florencia Rivas. Sala Zavala Muniz (Teatro Solís). Viernes y sábados, 21.30 horas; domingos, 20.30.