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Las imágenes son estremecedoras porque la cámara registra sin piedad en primer plano los rostros ajados y sufrientes de ancianos que están como muertos en vida: no hablan, si lo hacen responden con monosílabos, están inertes en una cama o en una silla de ruedas. Algunos son visitados por familiares, otros están abandonados. La mayoría sufren del mal de Alzheimer o demencia senil, aunque hay también afectados por otras patologías y habitan en casas de salud en Estados Unidos.
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El asistente social Dan Cohen comenzó a experimentar qué ocurría si a esos enfermos les hacía escuchar la música que —según información recogida previamente— habían disfrutado en su juventud, y se encontró con un resultado aún más conmovedor que el cuadro de aislamiento y desamparo previo. El enfermo salía de su mutismo y se conectaba, por la música, con su propia vida y sus imágenes archivadas en una memoria hasta ese momento estéril.
Alive Inside: a Story of Music and Memory (EEUU, 2014) es el documental escrito y dirigido por Michael Rossatto-Bennett que puede verse en Netflix y que muestra el seguimiento hecho a Cohen durante tres años por distintos hogares de ancianos de EEUU.
Henry es un negro nonagenario de quien se ha averiguado qué música disfrutaba en su juventud. Está mudo, acurrucado en una silla de ruedas, la cabeza caída hacia adelante con el mentón pegado al pecho. Cuando le colocan unos auriculares y un iPod con su música preferida, la transformación es tan inmediata, tan intensa, que es imposible para el espectador controlar el asombro y la emoción que provoca la escena. Henry canta, mueve los brazos, los pies, llora de alegría, revive. Además, su reacción perdura aun en los intervalos en que le quitan los auriculares para conversar con él.
Denise es una esquizofrénica bipolar que tiene entre 60 y 70 años. Se desplaza asistida por un andador porque está convencida de que de otra manera no puede hacerlo. Cuando le conectan los auriculares con “su música” se emociona, deja el andador y comienza a bailar con el propio Cohen.
Steve es un hombre de mediana edad, gran coleccionista de discos de música pop en su juventud, a quien la esclerosis múltiple tumbó en una cama hace ocho años. El iPod con su música lo ha sacado de su aislamiento; Steve disfruta oyendo y comenta lo que escucha, cuando antes prácticamente no hablaba.
A John, otro veteranísimo, le resbalan las lágrimas mientras canta los temas de Frank Sinatra y Tommy Dorsey que escucha. Marylou abandona su quietud y baila desenfrenada al compás de lo que está oyendo. Norman hace diez años que cuida en su casa a Nell, su mujer, que sufre de Alzheimer. No ha querido llevarla a un hospicio. Mientras Nell canta y baila en el living de su casa, Norman afirma que ningún medicamento provocó en ella el efecto que tuvo escuchar la música personalizada.
Pero no son solo los testimonios experimentales de Cohen lo que esta película exhibe. Hay un sustento científico y ético basado en opiniones de eminencias como el neurólogo Oliver Sacks y el geriatra Bill Thomas. Con palabras sencillas explican que estos pacientes, para protegerse del mundo exterior, se refugian en su mundo interior; progresivamente se van aislando, cierran sus ojos y después de un tiempo entran en estado vegetativo, se convierten en muertos vivientes.
Entonces afirma Sacks: “La música es inseparable de las emociones y convoca a la persona entera. La parte del cerebro que almacena la música es la última que se ve afectada por Alzheimer. Para lograr este efecto casi mágico, tiene que utilizarse una música que tenga un significado para el paciente y esté relacionada con sus recuerdos y sentimientos”.
Bill Thomas, por su parte, cuestiona el hecho de que se permita suministrar a estos enfermos todo tipo de medicamentos pero que en el sistema de salud no haya rubros para comprarle un iPod a cada uno. Su conclusión es sombría: “La evolución de los hospicios en nuestro país ha sido más bien una involución: al comienzo fueron casas que alojaban seres humanos; hoy se han transformado en hospitales que alojan enfermos. Este enfoque debe cambiar. No hemos hecho nada para tocar el corazón y el alma del paciente. La música personalizada es un elemento fundamental para comenzar este cambio, para que con esa estipulación los pacientes quiebren su encierro y comiencen a comunicarse”. Entonces el documental se perfila además como un duro cuestionamiento al sistema de salud vigente en Estados Unidos.
Dan Cohen preside hoy una asociación sin fines de lucro con el nombre de Música y Memoria. Su proyecto es crear conciencia para que cada ciudadano elija un asilo y done un iPod. Nos cuenta esperanzado que en Estados Unidos hay 16.000 asilos y, al momento de finalizarse la filmación, se había cubierto la necesidad de música personalizada en 650 de ellos. Cuando la película está por finalizar queda claro que, más allá de la fabulosa tarea científica y social que hay detrás de todo esto, la protagonista sin rostro de este fenómeno es la música, un elemento tan natural en el ser humano como el porcentaje de agua que contiene su organismo o el aire que respira. Tan natural que —en otra escena memorable— hace que un niño sano y normal se plante frente a un espejo y dirija la 5ª Sinfonía de Beethoven con movimientos tan adecuados como los de un conductor eximio.