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    La suma de todos los dramas

    Jorge Denevi dirige Viaje de un largo día hacia la noche

    Por lo general, los deseos de los muertos se cumplen religiosamente. No fue el caso de esta obra escrita entre 1939 y 1942 por Eugene O’Neill “con lágrimas y sangre”, según sus palabras. Esta oda a la desdicha fue demasiado hasta para el propio escritor, quien antes de morir, en 1953, expresó su deseo de que nunca fuera representada y recién fuera publicada 25 años después. Pero su viuda, impresionada por la potencia dramática del texto, licenció rápidamente los derechos a la Royal Dramaten de Suecia, que la estrenó en 1956.Viaje de un largo día hacia la noche es considerada la obra maestra de O’Neill y está entre lo mejor del teatro norteamericano del siglo XX. Ambientada en el verano de 1912, narra un día en la vida de una familia, en un pueblo pequeño, desde la mañana hasta pasada la madrugada. El dramaturgo dejó ver una esencia, amarga como la hiel, de su propia vida. Son cuatro personajes. Un padre que fue actor de una sola y muy exitosa obra comercial, con los años transformado en un sujeto avaro al extremo de comprometer la salud de su familia por conservar sus propiedades. Una madre adicta a la morfina que arrastra varias internaciones y una tremenda infelicidad. El hijo mayor alcohólico, sin trabajo y frustrado por sus trastornos emocionales y otro hijo intelectual, con proyección artística y una incipiente tuberculosis que pone en jaque su existencia. En un puñado de escenas, O’Neill muestra las luces y sombras de los cuatro, disecciona los vínculos entre cada uno y hace brillar este póker de desgracias. Eso sí, se toma su tiempo. La versión original, de unas tres horas, es frecuentemente reducida. Esta, de dos horas y veinte minutos, tiene una duración considerable para el teatro actual. Más teniendo en cuenta que no hay cambio de decorados. Es conveniente que el espectador esté prevenido, pero atención: la calidad de esta puesta paga con creces el “sacrificio”. Este viaje es de esas obras que significan un mojón para cualquier actor o actriz, por la intensidad de los cuatro protagónicos. La han representado, en las grandes capitales del teatro, estrellas como Laurence Olivier, Jack Lemmon, Vanessa Redgrave, Norma Aleandro, Alfredo Alcón, Kevin Spacey, Philip Seymour Hoffman, Stacy Keach y Jason Robards, un verdadero apasionado por esta historia, que hizo del borracho Jamie en teatro y en la película de Sidney Lumet (1962), y la dirigió en Brooklyn en 1976, encarnando al viejo James. En 1988 fue montada por Ingmar Bergman en Estocolmo con Jarl Kulle y Bibi Andersson. Jessica Lange la estrenó en Londres en 2000 y actualmente interpreta a Mary en Broadway. En Londres la versión de este año tiene a Jeremy Irons y Lesley Manville. Aquí fue estrenada por Orestes Caviglia con la Comedia Nacional en 1961, por La Gaviota en 1998 (con dirección de Jorge Denevi) y por el Circular en 2012, por María Varela. Ahora, el veterano director se sacó las ganas de presentar su propia versión traducida del texto original.O’Neill no tuvo concesiones. Puso toda la carne en el asador. El espectador se enfrenta a un gran texto y un gran elenco que lo defiende con uñas y dientes. Los vínculos­ entre padres e hijos y entre hermanos pocas veces fueron tan bien representados como en este dramón de profundas connotaciones psicológicas. Ya sea con la familia en pleno o en los varios duelos dialécticos que tienen lugar en este día. El amor y la conveniencia. La sinceridad y la hipocresía. La frialdad y la ternura. El rencor y la aceptación del otro. La autenticidad y la insania que enferma a las personas y a las relaciones. Y la religión como fachada para ocultar las miserias. El texto no se apresura, va pintando los personajes sin prisa y con calma y recién al promediar el relato comenzamos a sacarles la ficha. Cada actor tiene su momento. Nidia Telles vuelve a demostrar que es una gran actriz. Conmueve en la piel de esta madre infortunada que se volvió morfinómana para combatir un dolor crónico y es acusada de drogadicta por un hijo que es alcohólico. Su actuación es mínima, sutil, y deja ver los pliegues de su personaje. Roberto Jones compone su James Tyrone con el aplomo y la gravedad suficientes como para sostener las numerosas máscaras que lleva este hombre. Recién en la reveladora conversación con Edmundo deja ver un resquicio de humanidad. Álvaro Armand Ugón está hecho para este Jaime, otra coraza de testosterona detrás de la cual se esconde un niño herido por la enfermedad de la madre. Y Sebastián Serantes demuestra su sensibilidad para estos hombres frágiles de carácter, que parecen estar todo el tiempo queriendo escapar. Por más que esta familia está sumergida en un océano de dolor, O’Neill se las ingenia para que emerja el humor en pequeñas dosis, suficientes como para aliviar la presión y desactivar la bomba, que está siempre a punto de explotar. La vida misma. A la vez, Denevi sabe conducir este pesado camión con zorra cargado de pena y sufrimiento y hacer de él un espectáculo intenso y disfrutable, para quien esté dispuesto a doblar el lomo. Viaje de un largo día hacia la noche, de Eugene O’Neill. Versión, traducción y dirección: Jorge Denevi. Escenografía y vestuario: Nelson Mancebo. Iluminación: Rosina Daguerre y Eduardo Guerrero. Música: Alfredo Leirós. Teatro Alianza (Paraguay 1217). Miércoles y jueves, 20 h. Entradas: $ 390, en Abitab y boletería. Javier Alfonso