Esta nota podría comenzar describiendo la primera muestra antológica sobre Petrona Viera (Montevideo, 1895-1960) que se llama El hacer insondable y se está exhibiendo hasta el domingo 24 de mayo en las salas 1, 3 y 4 del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV), con curaduría de María Eugenia Grau y Verónica Panella. Sin embargo, comenzará en otro lugar: en un apartamento de Malvín donde vive Matilde Bocage Viera, sobrina de Petrona, con su esposo, el escritor y periodista César di Candia.
Bocage vivió desde los dos años hasta los 20 en la casa de sus abuelos maternos. Allí convivió con su tía Lala, como le llamaban a Petrona en la familia, y con una tropa de tíos. Su abuelo Feliciano Viera, quien fue presidente de la República entre 1915 y 1919, y su abuela María del Carmen Garino, tuvieron 11 hijos. Petrona fue la mayor y la siguió Feliciano.
“Cuando la abuela tuvo a esos dos niños se fue para Salto, donde vivía la familia de su esposo. Allí mi abuela tuvo a Luisa, la tercera hija, que fue la única salteña. Ella acompañó a Petrona toda la vida. Después volvieron a Montevideo y vivieron en 8 de Octubre y Aldea, lo que hoy es Avenida Italia, hasta 1915, cuando mi abuelo fue electo presidente y compró la quinta donde está la Escuela de Sanidad Militar de las Fuerzas Armadas”.
Los Viera eran un familión al estilo de la época. Tuvieron otro hijo varón llamado Rivera que murió a los 8 meses de tétanos. La tercera hija mujer fue Carmen, a quien llamaban Tata. Después nació otro varón y le pusieron también Rivera. Lo siguieron Lidia, Lola y Matilde, madre de Bocage. Años después llegaron Venancio y Sara, madre de José Feliciano, que todavía está vivo.
“Estos sillones eran de la salita de música de la quinta original”, dice mientras señala el juego de sofá y dos butacas. También conserva el trinchante, un aparador donde se cortaba la carne antes de servirla en los platos, una preciosa vitrina y algunas sillas de lo que fue un gran juego de comedor. En una pared está la presencia de Petrona con algunos de sus cuadros de paisajes, desnudos y niños. “Me gusta la época de los desnudos y la época planista. Pero los dibujos y los verdes (señala los pequeños cuadros de paisajes) son lo que más me gusta.
Petrona tenía 42 años cuando Bocage fue a vivir a la casa de sus abuelos y ella la recuerda como una señora de moño que vivía para la pintura en su atelier. “Conmigo era un encanto. Me regalaba muchos libros y me llevaba a su taller a pintar. Allí tenía mi cajita con óleos y acuarelas. Mientras ella pintaba, yo lo hacía a su lado. No me daba indicaciones, no recuerdo que me diera clases, pero me permitía estar con ella”.
A los dos años, Petrona quedó sorda debido a una meningitis. Sus padres contrataron a una profesora particular, Madeleine Larnaudie, que le enseñó a leer y escribir y hacerse entender mediante gestos. Bocage cuenta que su tía Lala hablaba, sobre todo con la familia y especialmente con ella, aunque quien no estaba acostumbrado no la entendía. “Ella tenía sus propias señas que la familia interpretaba. Era una mujer muy integrada a la casa, y mi abuelo la ayudó e incentivó mucho”. Bocage afirma que en la familia valoraban a Petrona como artista y que era la única que tenía una mesada para que pudiera comprar sus materiales.
Viera le daba especial importancia a la música y al arte. Bocage también conserva un “álbum de visitas”, propiedad de su tía Luisa, con las firmas de artistas que pasaron por su casa. Luis Cluzeau Mortet, Arturo Rubinstein, García Lorca y Margarita Xirgu son algunas de las personalidades que estamparon sus firmas en ese valioso álbum.
En El hacer insondable tienen una presencia importante los miembros de la familia, sobre todo los hermanos de Petrona. Un precioso retrato de Matilde con el violín; Luisa con un cuello de Pieles; Venancio muy joven con un pulóver azul profundo. Hay una secuencia de otros retratos de niños o jóvenes, posiblemente de la familia, tan naturales que parecen fotografías.
La propia Bocage aparece en el cuadro Matildita. “Ahí estoy yo con una muñeca enorme de cara de porcelana que había sido de mamá. Era prácticamente de mi tamaño”.
Petrona, la ignorada.
En la familia siempre atribuyeron a problemas políticos que la obra de Petrona no hubiera sido valorada con justicia en su época. “Fue bastante ninguneada: era mujer, sorda y además hija del presidente que había tenido problemas políticos. Mi abuelo había sido muy amigo de José Batlle y Ordóñez, pero en 1917, con el alto de Viera (un ‘alto’ a las reformas batllistas), se separaron. Hubo mucho resentimiento y quedaron muy mal. En mi casa batllismo era mala palabra”.
Cuando murió el presidente Viera la familia sufrió serios problemas económicos. La abuela de Bocage tuvo que mantener una familia numerosa que tenía muchas mujeres que no trabajaban. Obtuvo una pensión graciable y gracias a la ayuda de amigos de Viera del Partido Nacional pudo comprar la casa más pequeña de 8 de Octubre.
Petrona había expuesto en Montevideo en 1923, en Buenos Aires en 1931 y en París en 1938, aunque nunca viajó. En 1927 obtuvo el primer premio en el Salón de Otoño del Círculo de Bellas Artes con un cuadro de grandes dimensiones, de 2,52 metros, por 2,94 metros. Pero el jurado, que cuestionó que la obra se llamara Retrato en el jardín, resolvió que fuera un premio compartido con los artistas Bernabé Michelena y Ricardo Aguerre. Pidió además que el cuadro se titulara Composición. La crítica tampoco le fue favorable y la artista terminó devolviendo el premio.
En Composición aparecen cuatro de las hermanas Viera: Matilde, Lola, Lidia y Carmen. Es un cuadro bellísimo en el que explotan los colores, una de sus mayores representaciones del planismo y un verdadero testimonio de los años 20. Las hermanas tienen sus pelos cortados à la garçonne y lucen vestidos rectos y a la base.
Composición estaba muy deteriorado y fue recuperado en un trabajo de restauración que demandó más de 10 años en el Taller Nacional de Restauración. Hoy es uno de los más impactantes de la muestra, en una ubicación privilegiada sobre fondo azul. “Ese cuadro estaba apoyado en la casa, no estaba colgado, y detrás había una cantidad de rollos con sus dibujos”, dice Bocage. Ahora, con motivo de la exposición, ella y sus hijas Carina, Mariella y Andrea posaron delante del óleo en la misma pose que las mujeres retratadas (ver foto).
De ronda y desnudos.
El primer maestro de pintura que tuvo Petrona fue el catalán Vicente Puig, un académico del Círculo de Bellas Artes. En 1922 se fue a Buenos Aires, entonces aparece en la vida de Petrona alguien fundamental: Guillermo Laborde. Él fue primero maestro y después amigo de la artista y su familia. La introdujo en el planismo, la corriente artística que buscaba la claridad y definición precisa de contornos, y evitaba los claroscuros y las sombras en torno a las figuras. A través del color puro y brillante, los planistas expresaban sus sentimientos. Y Petrona parecía tener un torbellino en su interior.
“Laborde nunca dejó de ir a visitarla hasta el final. Incluso cuando ya no le daba clases iba dos o tres veces por semana a la casa. Ahora me doy cuenta de que cuando murió (en 1940) para ella debe de haber sido horrible”.
Fue también con Laborde que Petrona comenzó a pintar desnudos. En la exposición hay varios que la artista pintó con modelos que iban a su atelier y que llevaba Laborde. “Mi abuela no tenía problema con eso. Por eso digo que valoraban su trabajo, lo veían como arte y tampoco veían mal que fueran las modelos”, dice Bocage. Después de unos años, Petrona salió de su atelier para ir al taller de Guillermo Rodríguez con quien aprendió xilografía y punta seca.
“Me acuerdo de ella pintando en carbonilla, pero no recordaba haber visto tantos dibujos y tan divinos de niños”, dice Bocage a propósito de las obras que se exponen en la muestra. Además de los cuadros planistas de juegos infantiles, están sus dibujos en blanco y negro, una verdadera fiesta de movimiento y una verdadera reflexión sobre la inocencia. Cada uno de sus cuadros parecen parte de una escena. Como si a través de ellos estuviera contando una historia.
Petrona no dejó correspondencia ni papeles escritos, porque solo escribía lo imprescindible con su caligrafía infantil. En la muestra llama la atención la cantidad de cuadros sin nombre o sin fechar, posiblemente porque solo lo hacía con los cuadros que podía exponer.
Cuando murió Petrona en 1960, su familia no supo qué hacer con todas sus pinturas y se las entregó a Pivel Devoto, entonces director del Museo Histórico Nacional. Allí la obra estuvo guardada varios años, sin exponerse, tampoco sin los cuidados necesarios. Luego pasó al MNAV que incluyó algunos cuadros en su muestra permanente y recién en 2018 hizo una exposición con sus xilografías.
“La familia nunca recibió dinero por su obra. Tampoco Lala en su vida. Algo vendía, pero sobre todo regalaba a amigos o cuando tenía que hacer alguna atención. Hay gente que tiene cuadros de Lala que no sé cómo los consiguieron. A veces pienso que es mejor para que no se sigan deteriorando en un sótano”, explica Bocage.
Para su sobrina, la tía Lala no era una mujer triste. Aunque estaba limitada por su sordera, su vida era un poco mejor que la de sus hermanas. “Mi madre recién trabajó a los 45 años. Cuando murió mi padre se enterró en vida a llorarlo y después a llorar a mi abuelo. Mis tías parecían personajes de Lorca. En ese sentido, Petrona era la que tenía más libertad para salir”. Bocage no le conoció novios, pero tampoco a sus tías Luisa y Carmen. Tres de las hermanas se casaron y solo dos tuvieron hijos.
Petrona nunca dijo que estaba enferma y fueron sus hermanas quienes lo descubrieron. Murió a los 65 años de cáncer de seno.
El MNAV conserva 1.001 de sus obras, el grueso a la espera de restauración. El hacer insondable, que atraviesa las diferentes etapas de la artista, le hace justicia a la primera mujer profesional y autónoma de corrientes estéticas del arte uruguayo. Y deja con ganas de ver mucho más.