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    La vida de los otros, de puño y letra

    Cartas memorables: edición de lujo para la correspondencia de famosos y no tanto

    La escribieron con pluma y tinta sobre pergaminos, en hojas lisas o en cuadernos escolares. En otras usaron máquinas de escribir o el sistema Braille, y hasta aparece alguna grabada en la corteza de un árbol. Las enviaron, o las recibieron, científicos, políticos, escritores, músicos o incluso asesinos famosos. Pero también aparecen cartas de personas anónimas, entre ellas muchos niños, que quisieron enviar de puño y letra su admiración, su rechazo, su denuncia. Sin saberlo, todos dejaron estampado algún episodio de sus vidas, que pasó a ser un episodio de la historia.

    El libro se titula Cartas memorables (Salamandra, 2014, $ 850), y el encargado de recopilar las 125 misivas es Shaun Usher (Saint Albans, Inglaterra, 1978), hoy un reconocido curadorde las cartas de los otros. Casi sin darse cuenta, Usher comenzó esta tarea en 2009, cuando trabajaba en una agencia de publicidad y un cliente le encargó una campaña para su papelería. Entonces se le ocurrió buscar ideas en bibliotecas y archivos, es decir, en lugares en los que se asociara el papel y la palabra. Su campaña publicitaria fue un fracaso; sin embargo, de toda su investigación surgió un blog en Internet, Letters of note, en el que publicó el material que había encontrado, que fue un éxito.

    Ya famoso por su blog, Usher dejó la publicidad y continuó hurgando en la correspondencia histórica. Cartas memorables, un libro de grandes dimensiones, tapa dura y bellísima edición, es el producto de todos estos años de investigación y búsqueda de permisos de autorización. Al final del libro, en dos páginas y con letra pequeñísima, se da cuenta de todas las instituciones o colecciones privadas que accedieron a ceder los derechos de publicación.

    “Si digo que estoy encantado con la ecléctica selección de la que está a punto de enamorarse, me quedo muy corto”, dice Usher en el prólogo, escrito con una tipografía similar a la de las máquinas de escribir y con el encabezado: “Estimado lector”. Como “un museo de cartas en forma de libro”, define a este volumen que, además de las cartas originales o su facsímil, incluye pequeños párrafos informativos en los que Usher contextualiza el momento en que fueron escritas y la situación de sus autores.

    Cartas memorables es un libro magnético, de esos que no se sueltan fácilmente. Se puede leer en forma lineal o al azar, saltando hacia diferentes páginas, porque en todas hay algo suculento, atractivo o desconocido, como en los fragmentos que aparecen a continuación.

    Desde Buckingham Palace (1960). “Aunque las cantidades están pensadas para 16 personas, cuando el número es menor yo acostumbro reducir la cantidad de harina y leche, pero empleo los demás ingredientes tal y como se especifican. Alguna vez he probado a utilizar miel de caña o melaza en lugar de solo azúcar y también quedan muy bien” (de la reina Isabel II a Eisenhower, presidente de Estados Unidos, quien había quedado encantado con los escones de la reina cuando la visitó en 1959).

    Desde el cadalso (1587). “Hoy, después de cenar, me han dado a conocer la sentencia: me van a ejecutar, como a un criminal cualquiera, a las ocho de la mañana” (de María Estuardo a su cuñado, Enrique III de Francia, escrita seis horas antes de ser decapitada).

    Desde el horror (1890). “The Times tuvo la cortesía de insertar en 1886 la carta que proporcionó a este hombre afligido el suficiente amparo durante los últimos años de una existencia hasta entonces desdichada, y es mi deseo aprovechar la oportunidad para expresar mi más profundo agradecimiento por ello” (del presidente del London Hospital al director de The Times, luego de la muerte de Joseph Merrick, conocido como “el hombre elefante”, quien después de vivir oculto y en la miseria por su aspecto, terminó sus días en ese hospital, financiado por la ayuda popular que despertó la carta del doctor).

    Desde la depresión (1941). “Ya no puedo luchar más. Sé que te destrozo la vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás (...) Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida (...) Ya no me queda nada, salvo la certeza de tu bondad. No puedo seguir estropéandote la vida. No creo que dos personas pudieran ser más felices que nosotros” (de Virginia Woolf a su marido y editor Leonard Woolf como despedida antes de suicidarse en el río Ouse).

    De un Hitler (1942). “Soy el sobrino y único descendiente del desacreditado canciller y líder de Alemania que tan despóticamente pretende hoy esclavizar a los pueblos libres y cristianos del mundo entero” (de Patrick Hitler a Franklin D. Roosevelt, presidente de Estados Unidos, solicitándole alistarse en el Ejército norteamericano para pelear contra Alemania).

    Desde el odio (1964). “Usted sabe que es un completo fraude y un gran riesgo para todos nosotros, los negros. Los blancos de este país tienen bastantes fraudes propios (...). Se lo repito, es usted un fraude colosal y malévolo, además de despiadado. (...) Solo le queda una cosa por hacer. Ya sabe cuál es. (...) Está acabado. Solo le queda una salida. Será mejor que la tome antes de que la nación entera sepa lo inmundo, anormal y fraudulento que es” (un anónimo del FBI dirigido a Martin Luther King con amenazas y una invitación al suicidio).

    De un desocupado (1483). “También si se presenta la necesidad, puedo construir cañones, morteros y piezas de artillería de diseño muy hermoso y funcional, bastante fuera de lo común” (de Leonardo Da Vinci, antes de ser conocido, al aristócrata Ludovico Scorza, quien estaba buscando ingenieros militares. Da Vinci escribió una lista con diez de sus habilidades: la última es la artística).

    Desde el erotismo (1940). “Le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando se vuelve explícito, mecánico, exagerado, cuando se convierte en una obsesión mecanicista. (...) No sabe lo que se pierde con su observación microscópica de la actividad sexual al excluir otras que aportan el combustible necesario para hacerla arder” (de la escritora AnaÏs Nin a un consumidor privado de escritura erótica para el que trabajaba por un dólar la página).

    Desde el Titanic (1912). “Nos hundimos deprisa pasajeros subiendo a botes” (último aviso del Titanic al SS Birma antes de hundirse).

    Desde la censura (1985). “Si escribo mal acerca de negros, homosexuales y mujeres es porque los que he conocido eran malos. (...) Los únicos ‘malos’ que no se quejan cuando escribes sobre ellos son los blancos. ¿Es necesario que diga que también hay negros ‘buenos’, homosexuales ‘buenos’ y mujeres ‘buenas’?” (de Charles Bukowski a un periodista holandés que le informó sobre la censura de sus libros en una biblioteca de una ciudad holandesa).

    De un lector (1946). “Le acabo de escribir una larga carta. Tras leerla, la he tirado a la papelera. Confío en que eso merezca su aprobación” (del teniente coronel Alfred D. Wintle a The Times. La carta aún se conserva y admira en el periódico).

    Desde el dramatismo de una misionera norteamericana en Hawai que se somete a una mastectomía sin anestesia en 1855, a la ternura de una niña de siete años que le envía a Roald Dahl una carta y una botella con uno de sus sueños. De los padecimientos de la guerra de Kurt Vonnegut a la ironía de Groucho Marx con Woody Allen. De las lunas de Galileo Galilei a un pedido desesperado de Jack Kerouac hacia Marlon Brando y un ofrecimiento de Elvis Presley a Richard Nixon. Cartas, muchas cartas deliciosas, divertidas, trágicas, memorables. Como este libro que las recuerda.