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Se trata de un año especial para el director uruguayo Diego Parker Fernández. Su película La teoría de los vidrios rotos se convirtió en el fenómeno de taquilla nacional con un público que supera los 12.000 espectadores en 14 semanas de exhibición. La comedia, que se proyectará hasta el 1° de diciembre, fue seleccionada para representar a Uruguay en los Premios Oscar, según lo anunció el Instituto Nacional de Cine y Audiovisual del Uruguay en octubre.
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Ahora Fernández exhibirá su nueva película, Así pasamos, bajo un formato atípico de exhibición: una serie de proyecciones gratuitas en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). Desde el viernes 26 y hasta el domingo 28 se realizarán tres funciones en los horarios de las 16.00, 17.10 y 18.20 horas, salvo el domingo 28, que no se realizará la función de las 18.20.
La elección del lugar se vincula con el tema de la película. Así pasamos es un documental conformado por imágenes de archivo que el artista plástico uruguayo Javier Gil tomó durante 20 años de su vida. Fernández editó y compiló el material en un largometraje de aproximadamente una hora de duración. En otras palabras, Así pasamos es una rareza. Y una muy cercana a la propia vida personal del cineasta.
“La primera vez que vi un cuadro del pintor uruguayo Javier Gil fue en 2002, expuesto en una vidriera”, revela Fernández en las notas del director que acompañan a la promoción de la película. “Logró detenerme y entré a la galería impresionado por sus cuadros de ciudades deformadas. Tiempo después y por casualidad se transformó en mi cuñado, pues hace 16 años estoy en pareja con su hermana menor. Descubrí un personaje increíble con una personalidad tan intensa como talentosa”.
La revelación podría ser una primera aproximación para explicar, entonces, las raíces de un proyecto que tuvo al director, y sobre todo montajista de este proyecto, recorriendo casi 100 horas de filmaciones caseras distribuidas en dos décadas de recuerdos.
En su introducción, la película informa sobre algunos datos biográficos elementales de Javier Gil. Se dice que nació en 1961 y que es uno de los artistas plásticos uruguayos más destacados de su generación. También que sus obras han sido expuestas en galerías de Montevideo, Buenos Aires, Nueva York y en ciudades europeas.
El recorrido empieza, ahí sí, con el arte de Gil. Cuadros con edificios colosales y de perspectivas retorcidas aparecen en una secuencia de presentación que enseguida da el salto hacia la composición primaria de la película: un documental de archivo que se convierte y reflexiona en torno al concepto de la memoria en el cine.
En esa secuencia de apertura, musicalizada por una interpretación al piano de Chopin ejecutada por Gil, la fotografía escaneada e impecable de una obra da paso, sin aviso, hacia una imagen granulada. En un cuarto iluminado solo por una lámpara en el piso, un hombre que viste un chaleco, una remera y una bermuda se para frente a una hoja pegada con cinta en la pared. Gil tiene el pelo corto y pinta. Y no solo eso. Pinta, se filma pintando y filma lo que pinta. Sus grabaciones son el registro de un proceso artístico y Fernández comienza el primero de sus juegos de edición. Las obras se van construyendo poco a poco, entre saltos de un fotograma a otro. Se lo ve a Gil más cerca de su arte y una de las primeras pistas temporales, los números que inundaban las grabaciones de las viejas videocaseteras, nos ubica en el tiempo. Es 1995. Pero no lo será por mucho tiempo.
Gil registró su vida entre 1994 y 2014 de manera espontánea, con un hambre aparente por filmarlo todo y en todo momento. Comenzar a describir todo lo que se ve en Así pasamos sería tan fútil como resumir una vida: simplemente no se puede. Hay que pensar en reuniones con amigos, mudanzas, paseos, exposiciones y siestas solo para rascar la superficie.
Para el retrato del artista, Fernández recurre a una edición por momentos frenética. Su película apuesta por la construcción de un significado no tanto en la reflexión del valor artístico de presenciar un hecho cotidiano ajeno, sino en la superposición de una infinidad de ellos.
No hay indicación de tiempos o lugares en los que Gil ha vivido, pero el torrente de imágenes permite comenzar a atar hilos por los escenarios o personas que se repiten. Es normal sentirse abrumado por momentos con la propuesta porque Así pasamos puede sentirse como una obra muy personal y muy ajena a la vez. Se muestran situaciones de la vida del pintor en las que la noción de intimidad parece haberse perdido y la aproximación a esta cercanía dependerá del estupor que cada uno pueda sentir con el ejercicio que Fernández ha construido a través de la mirada de Gil.
Por lo pronto, el encuentro entre un artista que ha conservado sus vivencias en imágenes y otro que ha decidido componerlas bajo una única experiencia de visionado resulta fascinante, diferente al resto de la actual y diversa cartelera nacional y, sobre todo, bastante valiente.