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Este no es un thriller común y corriente, donde la trama juega con el crimen, el suspenso, la violencia de los delincuentes y la astucia de los investigadores. Todos esos lugares comunes han pasado ahora con más frecuencia a las seriales de TV, donde “Criminal Minds”, “CSI”, “Law and Order” y un largo etcétera hacen pensar que hay más asesinos psicópatas en los EEUU que gente normal. Pero afortunadamente hay otra forma de encarar el crimen —así como quiénes lo cometen y quiénes lo combaten— con ejemplos recordables en “Pecados capitales” (Seven, David Fincher, 1995), “Río Místico” (Clint Eastwood, 2003) o “Los infiltrados (The Departed, Martin Scorsese, 2006), donde el límite entre el bien y el mal está desdibujado, tiene matices contradictorios, presenta complejidades que van más allá de detener a los asesinos y hacer justicia de manera eficaz e indiscutible.
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La sospecha (título absurdo para el original “Prisoners”) se toma su tiempo (más de dos horas y media) para resolver a medias sus múltiples temas, tiene un elenco de estrellas en cada uno de los papeles importantes, construye meditada y pacientemente los climas necesarios para enmarcar su drama cotidiano y cada vez más frecuente, y resuelve todo ello mediante un escenario tan gélido como apropiado, fotografiado estupendamente por Roger Deakins y dirigido por el canadiense Denis Villeneuve (“Incendies”). Y elige un día festivo, como Acción de Gracias (fines de noviembre, mucho frío), en un pueblo de Pensilvania donde dos parejas amigas —una blanca (Hugh Jackman, Maria Bello) y otra negra (Terrence Howard, Viola Davis)— se aprestan a celebrar el típico almuerzo en familia. Cada pareja tiene un hijo adolescente y una niña de unos nueve años, todos íntimos, felices de estar juntos, clase trabajadora y de buena posición. De pronto, las dos niñas salen a buscar un juguete y ya no vuelven. Las horas pasan y la situación se torna desesperante. En la calle, una casa rodante estaba estacionada y ya no está. Todas las sospechas van por ese lado.
El policía encargado de la búsqueda (Jake Gyllenhaal) trata de que los padres mantengan la calma, algo más fácil para las mujeres que lloran y toman tranquilizantes, pero no para los hombres, especialmente Jackman, que no está dispuesto a esperar pacientemente que ese “inepto” detective permita que las niñas pasen frío y hambre en manos de no se sabe qué degenerado. Y el presunto “degenerado” aparece, tiene la cara (temible) de Paul Dano, pero es un deficiente mental que parece incapaz de ser culpable de lo que se le acusa. La puesta en libertad del presunto criminal enfurece a Jackman, porque los días siguen pasando y la investigación está en cero. Llueve y nieva, nieva y llueve, los ánimos están por el piso, el detective no ata ni desata. Hay que hacer algo y rápido.
Y aquí comienza la parte polémica, lo que ha erizado la piel de muchos espectadores, pero también ha golpeado las conciencias de algunos de ellos cuando se preguntan qué harían en semejante situación. Lo que hace Jackman es terrible y provoca el horror de su amigo, que por estar en su misma angustiosa situación no se anima a parar la mano. Jackman es un hombre común y corriente, devoto de su familia, dedicado a su trabajo y previsor ante cualquier adversidad. Cualquiera menos ésta. La violencia implícita en cada ser humano, que se controla y se encauza de acuerdo a patrones culturales y educativos, encuentra un motivo para explotar visceralmente, secuestrando a quien cree culpable y sometiéndolo a todo tipo de torturas hasta que confiese. La vida de su hija está en juego. Todo se justifica. ¿Será así?
La película se hunde entonces en una espiral de violencia, sin que Jackman se cuestione (como tampoco Sean Penn en “Río Místico”) si acaso pueda estar equivocado. Y por su parte Gyllenhaal sigue su investigación donde destapa alguno de los horrores que se esconden detrás de una apacible comunidad que celebra Acción de Gracias y se prepara para la próxima Navidad, sin pensar en los demonios que se agitan dentro de ciudadanos honorables víctimas de la fatalidad. La multiplicidad de anécdotas laterales que rodean ese centro de espantosa crueldad es lo que lleva a La sospecha a una duración excesiva, pero hay que decir a su favor que todos los actores están admirables (hay que ver a Melissa Leo como la tía del infortunado Dano) y las vueltas de tuerca, los dobleces de conducta, las humanas contradicciones y los errores en que caen algunos personajes (incluido Gyllenhaal, en un papel parecido al de “Zodíaco” de David Fincher, 2007), dejan flotando en el aire ciertos temas inquietantes que están en la agenda de cualquier comunidad de aquí y de ahora.
“La sospecha” (Prisoners). EEUU, 2013. Dirigida por Denis Villeneuve. Escrita por Aaron Guzikowski. Duración: 153 minutos.