Javier Calvo, escritor y traductor
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando se publicó La broma infinita, en 1996, nadie parecía estar del todo preparado para algo así. Ni siquiera David Foster Wallace. En ese momento, este licenciado en inglés y filosofía, especializándose en lógica modal y matemáticas tenía 33 años, había editado una novela con ritmo de sitcom, un sentido del humor fresco y festivo, La escoba del sistema, y una colección de cuentos, La niña del pelo raro, en la que expone un talento asombroso para la experimentación y los quiebres narrativos y deja para el final una nouvelle de más de 160 páginas que es una obra maestra en la que uno se pregunta, a medida que avanza, ¿hasta dónde es capaz este tipo?
Wallace se suicidó el 12 de setiembre de 2008. Había nacido el 21 de febrero de 1962 en Ithaca, Nueva York. Casi coincidiendo con el aniversario de su nacimiento, en Sundance se presentó The End of the Tour. Con un guionista ganador del Pulitzer, reseñas publicadas en enero ya se apuraban a hablar del Óscar 2016 para este filme que recrea los cinco días en los que el periodista David Lipsky (Jesse Eisenberg) acompañó al escritor en los tramos finales de la gira promocional de LBI, de ahí el título, el fin del tour, cuando en realidad es solo el comienzo: es el momento en que Wallace (interpretado por un elogiado Jason Segel), saturado de contradicciones, es lanzado hacia el estrellato literario.
La broma infinita es una narración que crece de un modo que parece desmedido, a través de más de mil páginas, una meganovela por momentos desmesurada que, como el misterioso y siniestro corto que le confiere su título (una cita de Hamlet), ha generado un culto frenético y una fascinación arrebatadora.
En su multitrama está la historia de una familia para la que la palabra disfuncional sería un elogio, los Incandenza, la vida en una distinguida academia de tenis, lo que ocurre en un centro de rehabilitación a las drogas, con una serie de personajes dominados por la Sustancia, una trama de espionaje y terrorismo, cinefilia delirante y banal, un amplísimo catálogo de sustancias narcóticas, matemáticas, filosofía, 388 notas al pie (ubicadas estratégicamente al final del libro), situaciones divertidas y tristes, personajes extravagantes, teorías delirantes, matemáticas, diálogos y transcripciones de documentos y escenas deliciosamente conmovedoras. La acción transcurre mayormente en el Año de la Ropa Interior para Adultos Depend o en el Año de Glad o en el Año del Parche Transdérmico Tucks. Expresiones como “No sé quién soy” o “Lo siento” adquieren otra textura, otro peso, en el edificio de LBI. Al leer a Wallace uno puede tener la sensación de que el autor está inventando otro idioma. O modificándolo. Haciéndolo más preciso. Las palabras se comportan distinto. Y llegan con un recordatorio: “Por más inteligente que te creas, eres siempre menos inteligente que eso.”
Quien tuvo la responsabilidad de dar forma a la voz de Wallace en español fue un escritor. No es casualidad. Javier Calvo fue convocado cuando el primer traductor de DFW llevaba varios años atascado con LBI. Y desde entonces tradujo todo, con excepción de LEDS.
Como autor, Calvo (Barcelona, 1973) firmó los libros de realtos Risas enlatadas, Los ríos perdidos de Londres y Suomenlinna, las novelas El dios reflectante, Mundo maravilloso, Corona de flores y El jardín colgante. En Uruguay se consigue Corona de flores, un exquisito thriller gótico en el que reinventa psicogeográficamente a Barcelona en el siglo XIX.
Responsable de trasladar al español los mundos de Patrick McGrath, Michael Chabon, Robert Irwin, Chuck Palahniuk, DBC Pierre, J. M. Coetzee, Denis Johnson, Colin Wilson y Mark Z. Danielewski, entre varios, asegura dedicarle un amplio porcentaje de su tiempo a la traducción, cuando no está colaborando con artículos para los periódicos La Vanguardia o El País. Esta entrevista con Búsqueda se realizó durante una pausa entre las traducciones de El círculo de Dave Eggers y La estrella de Ratner.
—¿Cómo se convirtió en el traductor de Wallace?
—Puro azar. Estaba sin trabajo y decidí probar en el mundo editorial. Tenía un par de teléfonos a los que llamar. Por aquella época, fines de los 90, todavía podías llamar a un editor y pedirle trabajo. Llamé a Claudio López de Lamadrid, que acababa de entrar en Mondadori España, cuando todavía era Grijalbo Mondadori. En ese entonces no tenía equipo de colaboradores, de manera que entré a trabajar para él de forma inmediata. Girl with curious hair fue uno de los primeros libros que traduje en mi vida, tal vez el quinto o el sexto. Se trataba de una apuesta personal de Claudio. Él había comprado Girl with curious hair e Infinite Jest. Con Infinite Jest había tenido muchos problemas. El traductor se pasó seis años para entregar la traducción, de manera que decidió empezar con los relatos. Foster Wallace siempre fue una apuesta de él, cuando otras editoriales españolas lo habían dejado pasar.
—¿Sabía algo de él antes de empezar a traducirlo?
—No lo conocía. Se puede decir que gran parte de mis conocimientos de narrativa americana de aquel momento vienen de Claudio. Fue a través de él que conocí la narrativa de Estados Unidos de la segunda mitad de los 90. Él se puso como proyecto editorial dar a conocer en España la narrativa estadounidense de la generación de DFW, los nacidos en la década de 1960 que en España era completamente desconocida. No había nada posterior a Philip Roth, Thomas Pynchon o J. D. Salinger, y él contrató a muchos autores para publicarlos en España. DFW fue probablemente la cabeza más visible de esa operación.
—¿Cuál fue su impresión al leer aquellos textos?
—Bueno, el DFW de aquellos años era muy distinto a lo que acabaría siendo. Sus tres primeros libros son mucho menos ensimismados, mucho más cómicos en varios sentidos, y, en el caso de Girl with curious hair, muy basado en la variedad de estilos. Me pareció ante todo un libro de un gran virtuosismo, donde confluían muchas tradiciones, principalmente americanas, pese a que él lo negara. No es un libro tan pynchoniano como The Broom of the System, pero todavía muy relacionado, creo yo, con la escena de los 50 y 60 de la que viene Pynchon, una especie de síntesis de esa escuela “posmodernista” con su opuesto, el realismo suburbano escuela New Yorker. El libro me fascinó en su momento, cuando lo leí.
—¿Con qué dificultades se enfrentó al traducir sus libros?
—Wallace no es ni mucho menos el autor más complicado de traducir con el que me he encontrado. En casi todos los casos, he disfrutado bastante de traducir sus libros. Algunos, mucho, como sus dos primeros libros de relatos. Me gusta más traducir su ficción que su no ficción, por ejemplo, pero también me lo he pasado bien con sus tres colecciones de ensayos, Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, Hablemos de langostas, En cuerpo y en lo otro (las tres editadas por Mondadori).
Yo lo veo así: en la traducción literaria, no existe la dificultad intrínseca. Los únicos textos que son realmente difíciles de traducir, en mi opinión, son los textos mal escritos. Pero fuera de esto, la traducción literaria es un asunto muy pedestre: es una simple cuestión de tiempo y dinero; si tienes suficiente tiempo y te pagan bastante, entonces no hay problema. Si te dan un año para traducir The Pale King, entonces están comprando una buena traducción, o una traducción con posibilidades de ser buena. Si te dan cuatro meses, estás muerto.
La narrativa de Wallace tiene elementos de complejidad para el traductor, por supuesto: hay que calibrar la mezcla de registros, entre el humor y la tragedia, hay que investigar terminologías muy extensas (economía, matemáticas, etc.) y muy variada. Hay que reproducir con mucha fidelidad su tono ensimismado, repetitivo, su hipotaxis, su gramática laberíntica, etc. Pero es principalmente una experiencia muy placentera para alguien a quien le guste este trabajo. En mi caso, he tenido experiencias individuales con cada libro. En The Pale King pude trabajar con bastante calma y comodidad. Con otros no tanto. Quizás Oblivion fue el que peor me lo hizo pasar, por las circunstancias materiales de la traducción.
—¿Cómo fue el caso de La broma infinita?
—El caso de la revisión de Infinite Jest fue distinto. Ahí la frustración fue considerable. Yo no me identificaba en absoluto con la traducción existente, ni la editorial tampoco, no había nadie que estuviera conforme ni apreciara lo que había hecho el traductor. Pero no había margen para hacer nada más. No se podía retraducir porque ya no quedaba dinero. Solamente se podía poner parches. Se intentó hacer lo que se pudo con la traducción, toda la gente que trabajamos en la revisión, que fuimos bastantes. Aun así, el resultado de mi trabajo no me satisfizo en absoluto. Nunca más he aceptado revisar una traducción ajena.
—¿Siente que su labor como traductor de DFW influenció en su trabajo como escritor?
—Sí, sin duda. Al principio de mi carrera, estuve muy influido no solamente por DFW, sino por toda la narrativa americana de aquellos años. Principalmente por White Noise, de Don DeLillo, pero también por Rick Moody. Mi trabajo de traductor y también de lector y editor freelance pesó mucho en mi escritura. También fue un momento raro en España. Mi generación de escritores estábamos bastante comprometidos con hacer esa tarea de puente, con dejarnos influir por la narrativa estadounidense de aquellos años, por el cine independiente, por todas esas manifestaciones.
—¿Sabe por qué se tardó tanto en traducir The Broom of the System?
—Supongo que porque todavía existía incertidumbre acerca de si la iba a comprar Mondadori. La verdad es que nunca llegué a entenderlo muy bien. Y hablé con José Luis Amores (traductor de The Broom of the System y director de Pálido Fuego, la editorial que publicó en español la primera novela de Foster Wallace en 2013) bastantes veces del tema, en la época en que negociaba y compraba la novela. Claudio lo ayudó con las gestiones, incluso. Pero la razón de que no la comprara se me escapa por completo. Es un libro mucho más asequible que otros posteriores. Para mí es un misterio que no saliera en Mondadori, siendo uno de sus autores más emblemáticos
—¿Echa de menos traducir a Wallace?
—¡No he tenido ocasión! Sigo traduciendo sus libros. Este mismo año me llegó una colección de relatos inéditos para traducir.