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Desde diciembre de 2020 la escritora, filósofa y periodista argentina Tamara Tenenbaum conduce el podcast Algo nuevo para elDiarioAR. Semana a semana, la cronista se reúne con amigos expertos en áreas que van desde la historia hasta el mundo editorial. Si bien cada uno se encarga de delinear los contenidos de sus episodios, el encanto del programa se encuentra en las reflexiones que Tenenbaum, autora celebrada como una de las voces feministas más estimulantes de la última década, concibe con rapidez y perspicacia ante sus colegas.
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La cultura pop ha sido el paraguas bajo el que se suele englobar la mirada cosmopolita de Tenenbaum, cuyo libro El fin del amor. Querer y coger en el siglo XXI, un best seller de 2019, la posicionó como el oráculo millenial de una generación hambrienta por respuestas ante un panorama de cambio y vértigo en las relaciones amorosas. El ensayo llamó la atención de la autora y guionista Erika Halvorsen, quien al leerlo se preguntó: “¿La feminista más brillante argentina viene de una infancia judía ortodoxa?”. Tres años después, la respuesta tomó una forma inesperada: una serie de ficción producida y estrenada por Amazon.
El fin del amor, la serie, fue lanzada en la plataforma Prime Video entre bombos y platillos. Con diez episodios de alrededor de media hora de duración, la ficción fue creada y escrita entre Halvorsen y Tenenbaum y cuenta con la supervisión en la dirección de la española Leticia Dolera, cuya serie Vida Perfecta (2021) es celebrada por su abordaje moderno del sexo, el amor y la maternidad. Los nombres de las creadoras, sin embargo, son eclipsados a nivel promocional bajo el rostro protagónico, y principal puntapié comercial ante la búsqueda del éxito internacional de la serie: Lali Espósito.
La actriz, cantante y superestrella pop argentina encarna a Tamara Tenenbaum como “una filósofa feminista y rockera que se reencuentra con un pasado que creyó haber dejado atrás”, según describe la sinopsis oficial. Con la Tamara real encargada de imaginar el periplo de crecimiento personal de la Tamara ficticia, la narración imagina la juventud veinteañera de la autora dentro de una comedia dramática con un punto de partida, en principios, familiar. Gracias a su elenco, guión y ejecución, termina convirtiéndose en una más que bienvenida respuesta bonaerense ante el aluvión de historias extranjeras sobre la construcción de una identidad personal bajo las ínfulas del romance.
En el comienzo de la ficción, la Tamara de Espósito es presentada, con poca sutileza, como una personalidad que ya cuenta con cierto renombre entre sus contemporáneos gracias a una columna radial en una radio popular. A diferencia de varias ficciones estadounidenses donde el trabajo se utiliza como un rasgo descriptivo de sus personajes, y no como un conflicto per se, la Tamara de El fin del amor debe arreglárselas para llegar a fin de mes incorporando a su bolsillo una columna periodística y dictando clases de filosofía a nivel terciario. Su ocio, desde donde toma la inspiración para su trabajo como “columnista pop”, lo divide entre sus amigas Juana y Laura (Vera Spinetta y Julieta Giménez Zapiola, dos coprotagonistas que realzan exponencialmente el relato); su familia, encabezada por su madre Ruth (la inigualable Verónica Llinás) y su novio, Federico (Andrés Gil). Como el statu quo debe quebrarse de alguna manera, es este último personaje quien debe ser sacrificado para poner a la historia en marcha.
Una separación abrupta y una mudanza accidentada propulsan a Tamara, entonces, a cuestionar dos facetas de su pasado: su crecimiento dentro de la comunidad judía ortodoxa en el barrio el Once y su historial romántico reciente como parte de un relación monogámica heterosexual. La noche porteña y su sinfín de posibilidades sexoafectivas se convierten en el terreno donde la serie comienza a construir el sentido de su título. La historia de Tamara, y en menor medida de Juana y Laura, no trata del fin del amor como la conclusión de una forma establecida de amar, sino de la indagación del objetivo que los vínculos emocionales, en todas sus facetas sociales, cobran en cada uno de esos tres personajes, para bien y mal.
Con el correr de los episodios la superficie de celebridad innegable que rodea a la presencia de Espósito se va despellejando para dar lugar a una Tamara que va sintiéndose más persona y menos personaje. A medida que su retórica de intelectual es cuestionada y se pone el foco en sus dilemas emocionales, sus traumas familiares y su falencias como profesional independiente, la serie, que invita al consumo maratónico, demuestra un mayor atractivo. Es meritorio también el reflejo de una sociedad diversa cuya inclusión no se siente forzada. Hay psicólogos transformistas, empresarias poliamorosas y personajes trans que habitan un mundo que se siente coherente y crítico de las diatribas que la comunidad LGBT debe afrontar al ocupar un mayor lugar en la agenda pública.
Hace diez años, la realizadora Lena Dunham inauguró una nueva era para la señal HBO con el estreno de la serie Girls, una influencia innegable para esta producción argentina. Su autocomplaciente Hannah Horvath, por entonces muy criticada y hoy tal vez más comprendida, afirmaba en el primer episodio creer ser la voz de su generación. O, como luego se cuestionaba, tal vez era una voz de una generación. Con El fin del amor, Tenenbaum afirma que la suya es una voz capaz de abrazar el entretenimiento popular, al que una serie de esta escala apunta, sin perder la autenticidad, inteligencia y profundidad que la puso en el mapa.