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    La voz

    Una biografía esencial de Leonard Cohen

    En la vida de este extraordinario poeta hay que distinguir tres momentos esenciales que lo marcaron como cantante: el nervioso y fallido debut, la empastillada actuación en la Isla de Wight y el exitoso renacimiento mundial en Londres en 2008 después de Cristo, vistiendo el impecable traje azul a rayas y el sombrero, máxima elegancia para un representante de la tercera edad a punto de cumplir los 74 años y ahora amado por audiencias de todo el mundo.

    Ya era un conocido poeta de Montreal y había cantado para un puñado de espectadores cuando fue a parar al Chelsea Hotel de Nueva York en los años 60. También era, o eso dice la leyenda, un mujeriego tímido. En los ambientes que frecuentaba Andy Warhol conoció a un tal Lou Reed, quien le elogió su novela “Hermosos perdedores” (1966), un ejercicio de estilo con mucho erotismo, momentos geniales y otros delirantes. Dos años antes había publicado otra novela lírica, “El juego favorito”, que obtuvo el Premio Literario de Quebec. Ambas obras están traducidas al español por Edhasa.

    No es casualidad que uno de sus mejores libros de poesía lleve por título “Memorias de un mujeriego”. A Leonard le presentaron muchas mujeres, pero fue la musa y cantante alemana Nico una de las poquísimas que dio un portazo en las narices de su donjuanismo. Por esos mismos ambientes neoyorquinos se dejaba caer Judy Collins, admiradora del poeta y quien cantó por primera vez sus versos. Collins alentó a Leonard a interpretar sus propias canciones, algo que antes había hecho el infalible productor musical John Hammond.

    En 1967, en un concierto benéfico ante más de tres mil personas, Judy invitó a nuestro poeta a subir al escenario. Leonard accedió, pero en la mitad de “Suzanne” dejó de cantar y huyó presa del pánico. Judy lo convenció de volver a escena y juntos terminaron la canción. La gente aplaudió a rabiar. Ante ellos había un poeta enorme, pero todavía faltaba el cantante.

    Tres años después Leonard acude con su banda al festival de la Isla de Wight, un hormiguero con más de medio millón de personas, y de esa cantidad, un gran porcentaje colocados y algunos alterados. Todo es un caos y pululan las trifulcas con la Policía. Durante el concierto de Jimi Hendrix alguien lanza al escenario una bengala que casi termina en un colosal incendio. A Hendrix no le importa y sigue tocando como si nada; claro, es Hendrix. La actuación de Kris Kristofferson es abucheada. Todo viene mal. A las dos de la madrugada despiertan a Leonard para actuar. Imaginen: dos de la mañana. El poeta sale del trailer y sube al escenario hecho un globo de pastillas, completamente colocado. Y comienza a susurrar para los insomnes, para los drogados, para los desquiciados que quieren rock o muerte. Y con su voz suave de trovador los hipnotiza: “Bird on the Wire”, “So Long, Marianne”, “The Partisan”, “Famous Blue Raincoat” y también “Suzanne”, claro. Además del poeta y del encantador de serpientes, ahora también aparece el trovador. Esperábamos el milagro y el milagro ocurrió.

    Sin embargo, debieron pasar muchos años y mucha agua bajo el puente para que el renacimiento se concretara. Leonard convivió con varias mujeres, tuvo hijos; grabó discos, algunos felices y otros infernales, como el que hizo con Phil Spector en una sala desbordada de estupefacientes y armas cargadas; fue al monasterio a meditar; durmió en distintos sitios de la tierra pero en su corazón siempre latirán su Montreal natal, Hidra en Grecia y Nueva York. Lanzó dos discos que por primera vez fueron exitosos en Estados Unidos: “I’m Your Man” (1988) y “The Future” (1992). Siguió meditando y buscando el camino, en los versos de Federico García Lorca y Dylan Thomas, en el judaísmo, en el manual del ex alfeñique Charles Atlas, en las escrituras sagradas, en las escrituras a secas. Lo estafó la persona encargada de llevarle los contratos, los derechos de autor y el dinero. Y decidió volver por lo que era suyo pasados los 70 años, con ese rostro y esas manos que son del color y la forma de la superficie lunar: las grandes letras y las grandes canciones. Así lo estampó en un concierto de más de dos horas y media en el estadio Arena O2 en Londres, un 17 de julio de 2008. El poeta y el compositor ya estaban en cuerpo y alma. El cantante también. Ahora había llegado el hombre. Y una gira mundial —que aún lo mantiene en activo— lo confirmaría.

    Estos y muchos otros momentos desfilan en la detallada biografía Soy tu hombre (Lumen, 2012) de la británica Sylvie Simmons. Está claro que Simmons sucumbe a los encantos de Leonard. Es comprensible: nuestro poeta es un descomunal seductor que el 21 de setiembre de este año cumplirá los... 80. Pero así y todo, luego de leer las más de 700 páginas del libro, emerge una figura sensible, genial y también compleja.

    Cohen nunca se interesó por la política. Sabía que el poder corrompe (cualquier poeta de pacotilla lo comprende) y que a la larga o a la corta todos los capitanes mienten. De todas formas, un rapto de esnobismo lo hizo recalar en Cuba en 1961, sacarse una foto junto a un par de revolucionarios (él mismo con boina en una especie de contagio tipo Zelig) y volver de inmediato a casa, antes de que las cosas se tornasen todavía más turbias.

    Alguna vez llegó a interesarse por la Iglesia de la Cienciología y en otras ocasiones fue hasta Bombay para escuchar los consejos místicos de gurúes que habían sido banqueros y jugaban al golf. Uno se pregunta qué cosas puede aprender de esa clase de asesores espirituales un poeta de la talla de Leonard Cohen.

    Al principio, además de pastillas y otros estimulantes, fumaba dos paquetes de cigarrillos diarios y bebía tres botellas de vino antes de cada concierto. Ya siendo un veterano, y por lo tanto más moderado en sus hábitos (una copita, un cigarrito y un café diarios), llegó a realizar 37 conciertos en dos meses, como en la gira para presentar “The Future” en Estados Unidos.

    El poeta es una anatomía fraccionada de sus recuerdos.

    El pequeño triciclo con el que se desplaza por su barrio de Montreal. La niñera que lo mira de reojo.

    El velorio de su padre. El cadáver, los familiares, el rabino, los adultos que besan al pobre niño.

    El pocillo de café que le hace pensar en Ray Charles, su ídolo musical.

    La hierba mala que crece al costado de la carretera.

    El cielo negro de cigüeñas. Las cigüeñas que primero toman Manhattan y después Berlín.

    Cada mañana a continuación de cada noche depresiva con la esperanza de cambiar el mundo gracias a un buen afeitado. “Si estás triste, aféitate”, le dijo su madre.

    Frente a la prístina vista del Mediterráneo el poeta cierra los puños y se confiesa: “Padre, cámbiame el nombre; el que uso ahora está sucio y es cobarde”.

    No quiso dañar a nadie, lo jura por esta y todas las canciones, pero alguien salió dañado.

    Leonard es un hombre de hoteles de paso y de mujeres de paso. Él mismo lo dijo mejor que nadie: el amor es te necesito y no te necesito y los besos estarán siempre en las profundidades. Un poeta debe aguzar la mirada, pero más aún debe intuir todo lo que puede abrirse ante sus ojos. La poesía es posibilidad: hay quien se consume con fuego, con agua y con vigilia. Están los de juicio ordinario y los de santo martirio. Los que responden a la avalancha, al polvo y al arrojo. Y quienes se consumen en pastillas, en soledad y en espejismo. Lo dijo Leonard, mejor que nadie. Y allí están sus libros de poesía, cuyo solo título es un invitación para disfrutar el paisaje que otorga el abismo: “Comparemos mitologías”, “La caja de especias de la tierra”, “Flores para Hitler”, “Parásitos del cielo”, “La energía de los esclavos”, “Nueva piel para la vieja ceremonia”.

    Cuando necesitaba descansar, paraba en su casa de Montreal o en el monasterio en Los Ángeles de su maestro zen Joshu Sasaki Roshi, que tiene 105 años y en estos días ha sido acusado de abuso sexual. Al final, tanto tiempo meditando te quema los cables. El maestro debería haber aprendido eso del alumno más aventajado.

    En las primeras canciones de Leonard se impone un aire dylaniano, sesentista. Es el cantautor con su guitarra y su voz. No hay otra necesidad. En la últimas, el veterano luce una voz cavernosa, con cuerpo, y predomina el recitado por encima de la melodía. Pero nuestro poeta ha sabido rodearse de una banda de músicos notables capaces de hacer certeros arreglos. A veces, los vientos y los teclados (Leonard siempre amó los sintetizadores berretas) destilan un sonido pueril, pero las canciones son tan maravillosas que se terminan fagocitando cualquier floritura de organito o saxo ligero. Aunque uno tenga la sensibilidad de una piedra —y lo digo con todo respeto hacia el panteísmo— no puede evitar una o unas cuantas lágrimas al escuchar “Who by Fire” o “Take this Waltz”, por mencionar dos canciones alejadas en el tiempo.

    Muy pocos artistas alcanzan la sabiduría. Es algo que navega por encima de la creatividad y del talento, que rebasa la inteligencia y la sensibilidad extrema y tiene que ver con el misticismo y una cierta forma de bondad. Perdonen la comparación pero debo hacerla: Bob Dylan es un genio, pero Cohen es un sabio. Y esto nada tiene que ver con las togas que usó en los monasterios, ni con los candelabros que alzó, ni con la Torá. Es una forma singularísima de pararse en el Cosmos y confeccionar una Biblia de poemas y canciones a las que dedicar su vida.

    Leonard siempre fue un tipo agradecido. A sus raíces. A su familia. A sus amigos. A su público. A quienes lo ayudaron y en especial a un guitarrista español que casualmente escuchó en Montreal tocando para las chicas en un rincón, hace mucho tiempo. Gracias a él se convirtió en guitarrista y en músico. Nunca supo su nombre, aunque supo que un día se suicidó.

    A mí no me queda más nada que agradecer a Leonard Cohen, a su maravillosa poesía y a su delicada música.

    Y también agradezco haber caminado por las calles del viejo Montreal, una ciudad que siempre asociaré a este hombre sabio.

    Todavía abrigo la esperanza de poder escucharlo en vivo por estos parajes.

    Larga vida, Leonard.

    ¡Aleluya!

    Vida Cultural
    2013-04-11T00:00:00