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    Lacalle Pou tendrá el desafío de gobernar con una “fragmentación política mayor” y en el medio de un “cambio de civilización”

    Sanguinetti es optimista de que si gana las elecciones, la coalición estará “a la altura de las circunstancias” y durará muchos años porque no hay “irresponsables en el liderazgo político”

    Julio María Sanguinetti está exultante. Un día sí y otro también recibe elogios de quienes lo consideran uno de los padres “de la criatura”. En mayo de 2018 el expresidente se reunió con los blancos Luis Lacalle Pou y Jorge Larrañaga para hablar de la necesidad de formar una coalición, pero ambos le respondieron que todavía no estaba en su agenda. Un año y medio después, a pocos días del balotaje, las encuestas dan como claro favorito a Lacalle Pou sobre el frenteamplista Daniel Martínez. Y una coalición opositora está cerca de llegar al gobierno.

    Sanguinetti, presidente de la República en 1985-1990 y 1995-2000, cree que si gana Lacalle Pou tendrá el “desafío” de gobernar con varios socios y en un momento de cambio cultural profundo y todavía incierto. Aunque agrega en seguida que es todo “el sistema” el que debe “estar a la altura” de las circunstancias, porque quien no lo esté “tampoco tendrá futuro”. Y añade, por las dudas: “Soy optimista en la medida que no veo irresponsables en el liderazgo político”.

    El expresidente reconoce que Cabildo Abierto “todavía genera incertidumbre” por ser un partido nuevo, pero dice que por ahora ha dado buenas señales. Además, su líder Guido Manini Ríos “se le ve en una actitud democrática razonable y con espíritu de concordia”.

    Sanguinetti no escatima elogios hacia Lacalle Pou, a quien considera preparado para ser el líder de la coalición. Tan entusiasmado está que comienza a enumerarlos incluso antes de que Búsqueda le pregunte.

    —El mayor mérito de la campaña de Lacalle es que logró adquirir la imagen y el tono presidencial. La solvencia, la seguridad, la claridad en la explicación. Ese fue el gran producto diferencial en lo personal que le ha permitido realizar esta campaña tan exitosa. Por otra parte, y esto es muy relevante, no cometió ningún error, lo cual es muy notable, porque en una campaña al más avezado se le escapa un adjetivo o una frase que después se transforma en un episodio y que puede ser un tropezón aunque no sea demasiado grave. Por el otro lado, en la competencia, del lado del candidato del Frente se veían contradicciones y vacilaciones no solo de él mismo en su actuación, sino de él en su relacionamiento con el Frente, que no terminaba de asumirlo claramente como candidato y que mostraba contradicciones. Que en la mitad de la campaña le hayan nombrado un portavoz con una notoria influencia de Mujica, que luego se haya sentido obligado a inventar un gabinete recurriendo a las viejas figuras del partido, que Mujica cada tanto le haya dado algún tinguiñazo fuerte, aunque enseguida le ponía alguna curita, pero quedaba la curita y se veía.

    —¿Le sorprendió el desempeño de la campaña del Frente Amplio y de Martínez?

    —Pensé siempre que Martínez era un buen candidato para el actual Frente. Porque habida cuenta de no contar con líderes dominantes, era un candidato muy Coca-Cola, muy para todos los gustos, no chocaba con nadie, amable, cordial, con una gestión de la intendencia discutible como todas las gestiones pero sin estridencias mayores. Es evidente que no había nadie con sus características, que pudiera transitar más allá de la parcialidad de los diversos sectores. Ahora, en el correr de la campaña se vieron, primero, algunas limitaciones en su capacidad expositiva y, segundo, claramente dificultades en su relacionamiento con el Frente, y esas son cosas que han influido.

    Pero personalmente creo que el factor seguridad ha sido muy relevante, sigue siendo relevante. En el último mes quizás haya salido del debate político, pero no de la mentalidad de la gente. El tema seguridad fue el primero y sigue siendo el primero para la gente. Y ese fue el primer gran error de la campaña de Martínez y el Frente, creer que con (Gustavo) Leal resolvían el tema. Leal era un buen expositor, pero no era la respuesta a la demanda de seguridad. Bastaba ver la milagrosa votación del Sí a la reforma de Larrañaga, no suficientemente valorada en su dimensión, y la rápida instalación del general Manini, más allá de su personalidad, para entender que la demanda estuvo y sigue estando. El Frente cometió un error: hubiera tenido mucho más lógica que el actual gobierno sacara a Bonomi y pusiera a Leal que por lo menos iba a ofrecer un rostro un poco más amable y con mejores explicaciones que Bonomi para afrontar el tema y disminuir las pérdidas; pero no mostrar que el futuro era ya el pasado.

    Ese es el tema del próximo gobierno, porque el tema sigue ocurriendo. Acá el Frente habla mucho de los derechos que se puedan perder y yo creo que la oposición quizás no ha destacado tanto los derechos que tenemos que rescatar. Lo primero que tenemos que rescatar es el derecho a transitar, la libertad ambulatoria, que la hemos perdido; en segundo lugar los trabajadores tienen que reconquistar el derecho al trabajo, que hoy las ocupaciones se lo niegan; en tercer lugar hay un reclamo de mucha gente que queremos una educación que no adoctrine y eso ha ocurrido y sigue ocurriendo.

    —Lacalle Pou ha dicho que en caso de acceder al gobierno declararía como emergencia la situación de seguridad, pero no parece que este tema pueda ser resuelto con soluciones mágicas.

    —Hay que hacer un enfoque global, que tiene sus tres patas que son prevención, represión y rehabilitación, y por sobre todo hay que evadirse y liberarse de los prejuicios. Porque esta deriva hacia la inseguridad arrancó con que el delincuente era víctima de la sociedad capitalista y no el victimario. Esa fue la tesis oficial de los ministros socialistas del primer gobierno de Vázquez, que se sostuvo durante el gobierno de Mujica y que recién empezó a modificarse en los últimos tiempos. Hay que mirar el enfoque desde el lado de la sociedad, porque también a veces desde el lado jurídico mis colegas miran el tema solo de las necesarias garantías del imputado, imprescindibles, pero no es ese el núcleo del problema de seguridad. El núcleo del problema de seguridad es la garantía a la sociedad de que no va a vivir en una situación de agresión constante. El gran tema es ese. Eso nos lleva a un tema social, ya que tenemos enclaves sociales muy graves. Es un cambio cualitativo. Acá se habla mucho de la crisis de 2002 como la gran causante de todos los males. ¿Cuántas rapiñas había en 2002 en el Uruguay con un pico de desocupación y un pico de desánimo muy fuerte? No pasaban de 5.000, y hoy tenemos un pico de 30.000 rapiñas. Hubo un cambio cualitativo, la acumulación numérica es un cambio cualitativo. El resultado del plebiscito es una respuesta espontánea muy fuerte a la situación.

    —¿Los que votaron el plebiscito lo hicieron para que se aplicara o fue un llamado de atención al sistema político para que hagan algo?

    —Dos semanas antes del plebiscito escribí una nota en El País. Ahí hablaba del Latinobarómetro, de la caída de la convicción democrática, de las dificultades de ese tipo que se veían en nuestra América y en todo el mundo occidental, de la dificultad de la crisis de representación, de las instituciones intermedias de la sociedad —partidos políticos, parlamentos, iglesias, sindicatos— hoy todas cuestionadas y rebasadas por ese ciudadano que a través del Facebook se representa a sí mismo. Y señalaba que era casi imposible que el plebiscito fuera favorable, pero que 700 u 800.000 votos podía ser una alerta muy grande para los tres poderes del Estado. Bueno, me quedé muy corto, se llegó casi a un 1.200.000 votos y sin que ninguno de los candidatos presidenciales lo apoyaran. Habla de una sociedad que está reclamando eso. Y a eso le sumo lo del general Manini, donde la gente ve en él la imagen de autoridad. Estas señales de la sociedad, si no se advierten, bueno, después llaman la atención.

    Miremos lo que pasa en la región. Si hay algo claro es que en los últimos 15 años las economías y las sociedades de mayor crecimiento son la boliviana y la chilena, sin embargo están en problemas. Pero son problemáticas políticas. Y esto nos lleva a ver la relevancia de la conducción política y de la representación política. Porque el impacto de la tecnología y de las redes sociales sobre la sociedad ha cambiado el concepto de representación y ahí está el tema básico de nuestra sociedad actual. Hay un ciudadano que se representa a sí mismo y que le vale más lo que pone en Facebook que ir a un club político a hablar con un dirigente. Se expresa por sí mismo y vive, a veces, la ilusión de que integra un diálogo universal que no existe, porque imagina que su Facebook de la noche anterior contra gobierno le va a quitar el sueño a un gobernante que ni lo leyó ni se va a enterar. Estamos en un cambio de civilización que naturalmente está repercutiendo sobre lo político. ¿Cuál es el tema? Es cómo preservamos los valores básicos de la democracia republicana en un tiempo en que la riqueza es intelectual y no material, en que la comunicación es digital y no personal, y en que el pensamiento es cada vez menos plural y más binario. Eso está en la base de todo ese malestar que se ve. Y además se aprecia en la baja calidad de la política, porque convengamos que más allá de los juicios que podamos tener sobre el primer ministro de Gran Bretaña y el presidente de Estados Unidos, está claro que son extravagantes, que no están correspondiéndose por ningún lado con la imagen que uno tiene de un primer ministro de Gran Bretaña y un presidente de Estados Unidos.

    —El Parlamento de 2020 estará mucho más fraccionado. ¿Es una señal de esos cambios que menciona?

    —El Uruguay tiene un sistema político que resiste.

    —Pero que cambió bastante.

    —Cambió, claramente. Ustedes saben lo que yo he opinado cuando salió el Partido de la Gente y Cabildo Abierto que, justamente, yo decía que no eran los mejores proyectos políticos porque eran grupos que tenían cabida en los partidos tradicionales y que el fraccionamiento nos iba a conducir a bajar la gobernabilidad. Y hoy estamos ante ese hecho. El sistema político sigue resistiendo desde el punto de vista político, los dos partidos tradicionales tuvieron más votos que el Frente en la última elección, pero la gran mayoría opositora solo se configura con otros partidos que han aparecido. Ese es el desafío que va a tener el gobierno y el sistema político y que tendrán estos partidos nuevos. Para ellos no va a ser sencilla la sobrevivencia. Le ha pasado a los partidos de izquierda que se han ido del Frente y vamos a ver cómo les va a los partidos de centro que se han salido de los partidos tradicionales. El futuro dirá cómo logran consolidarse. Ahora, soy optimista. Veo que tenemos un presidente que ha asumido la realidad, que no vive la ilusión del presidente omnímodo o monárquico como expresa mi colega Mujica, sino como alguien que se asume como conductor de una coalición. Ese es uno de sus méritos, se ha asumido no como el presidente salvador, sino como el conductor de una gran coalición. A su vez está el desafío del sistema de estar a la altura. Porque también está claro que quien no esté a la altura tampoco tendrá futuro. No nos creamos que el desafío lo tiene solo el presidente, lo tenemos todos los partidos. Y también lo va a tener el Frente, porque un Frente rencoroso y opositor contumaz también va a sufrir. Ahora ya no hablará de la comparación de la realidad con su fantasía ideológica, sino que también tiene 15 años de gobierno y una herencia que no es solo oro y plata, deja muchas áreas muy negras de la sociedad. Soy optimista en la medida que no veo irresponsables en el liderazgo político. En el Frente hay todavía mucho liderazgo ideológico de cosa perimida, pero ya se verá hasta donde llega. El país va a estar a la altura de la circunstancia y la institucionalidad va a reafirmarse. La institucionalidad es nuestra condición de sobrevivencia.

    —En algunos ámbitos evalúan que el próximo gobierno no la tendrá fácil y, si no le va bien, el Frente Amplio puede volver y gana por varios años más.

    —Los café siempre estuvieron llenos de futurólogos y no siempre han acertado. El Frente tiene un gran desafío, porque el enfoque que haga el nuevo gobierno también va a desnudar las enormes falencias que ha dejado el Frente y que se han visto en esta campaña, y por algo la gente vota contra el Frente. El Frente tiene un desgaste y no le será tan fácil recuperarse, porque va a sufrir un período de transición en los liderazgos. ¿Cuál es el Frente que viene? ¿Con líderes más radicales a la antigua, que es lo que uno oye? Martínez era un hombre de transición y moderado. Es más, el propio Partido Socialista del que sale Martínez está en una línea más radical que él. ¿Qué es lo que viene?

    —Pero el desempeño de la coalición será clave también...

    —Es lo que estoy diciendo. Soy optimista, creo que va a funcionar bien. Vamos a estar mirados nosotros y también el Frente.

    —Se dio el escenario que los dirigentes colorados decían que no era el ideal y si gana Lacalle Pou habrá más de dos partidos en la coalición. ¿Cómo cree que será la negociación para gobernar?

    —Depende de la capacidad de conducción de Lacalle, que la viene demostrando hasta ahora con éxito, y también del sentido de responsabilidad del resto. Creo que todos vamos a estar a la altura. Hay gente que puede tener expectativas personales —no es mi caso— y que eso pueda generar en algún momento sobre el final situaciones de planteos personales, pero no lo creo, cinco años son largos y van a pasar muchas cosas.

    —Usted dijo hoy que no tiene ningún tipo de aspiraciones y ya fue electo senador. ¿Qué pasa si Lacalle Pou le plantea que esté en el Poder Ejecutivo?

    —No creo que a él se le ocurra (risas). Personalmente estoy para trabajar en un rol de apoyo a la coalición desde el ámbito que sea. También me voy a dedicar a trabajar mucho con las nuevas generaciones del partido para tratar de formar.

    —¿Usted asumirá en el Senado?

    —Está claro que voy a asumir en el Senado, pero les puedo decir que cinco años ahí adentro no me veo. En el medio de esas dos posiciones pueden haber muchas variantes.

    —¿Qué le recomendaría a Lacalle Pou respecto a la conformación del gobierno? ¿Un gabinete fuerte a costa de sacar del Parlamento figuras claves para este momento?

    —No le doy ningún consejo a Lacalle porque felizmente no los está precisando. En alguna época le di alguno, pero hace tiempo que no le doy ninguno (risas).

    —Pero este Parlamento tendrá un papel importante.

    —Y el gobierno también será importante. El Parlamento, diga lo que se diga, no tiene la iniciativa legislativa. La tienen los gobiernos.

    —El futuro gobierno va a depender de este acuerdo multipartidario y desde el Frente Amplio advierten que necesitará del apoyo de Cabildo Abierto. ¿Es un problema acordar con un partido que está más hacia la derecha?

    —El Frente Amplio insiste mucho con eso, es una visión apocalíptica de Cabildo Abierto que, como todo partido nuevo, todavía genera incertidumbre. Las señales que viene dando son buenas: apareció un neonazi y lo echaron, apareció un neoloco y lo echaron. Al general se le ve en una actitud democrática razonable y con espíritu de concordia. Entonces, hoy no parece un factor de temor. Ahora, el propio Cabildo Abierto tiene el desafío de definirse para no ser algo efímero o un movimiento nada más que personal.

    —Pese a la fragmentación, el sistema demostró que pudo canalizar a los descontentos en esta elección. ¿No cumplir con ciertas expectativas puede generar problemas en el futuro?

    —Todos los gobiernos son hijos de sus circunstancias. A Jorge Batlle le tocó administrar una crisis, lo pagó caro, pero hoy la historia lo juzga bien en cuanto a cómo enfrentó la crisis. Los dos primeros gobiernos del Frente tuvieron una gigantesca prosperidad internacional que les permitió que les fuera muy bien políticamente, pero con el correr del tiempo va a quedar claro que no estuvieron a la altura de las circunstancias y que despilfarraron esa bonanza. El gobierno que sale ahora tuvo que administrar una situación ya claramente diferente: una economía que ya no estaba boyante, aunque no de crisis, y un cambio de civilización que ya se hacía ostensible e ineludible para el Uruguay. El nuevo gobierno tiene que afrontar ese mismo cambio civilizatorio del cual todavía no estamos claramente concientes y a la altura, con una situación de fragmentación política mayor. Bueno, soy optimista en que se va a poder manejar porque creo que el reflejo institucional del país está muy arraigado, todos somos muy institucionalistas, esa ha sido nuestra diferencia con el resto de nuestros vecinos y creo que eso va a seguir operando.

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    2019-11-21T00:00:00