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Fines de los 70. Nadie puede olvidar el rostro de Charles Manson con sus ojos desorbitados y su melena despeinada mientras presencia su propio juicio. Nadie puede olvidar los macabros asesinatos de “la familia Manson”. En las radios suena Talking Heads con su canción Psycho Killer, aquella que dice “Asesino psicópata, ¿esto qué es? Corre, corre, corre, corre lejos”. Justamente este tema, entre otros setentistas de Led Zeppelin, Peter Frampton o David Bowie, integra la banda sonora de Mindhunter, nueva serie de Netflix que se inspira en la figura de los psicópatas norteamericanos más terribles y en dos de los agentes del FBI que estudiaron sus patrones de conducta y dieron origen a una nueva expresión: serial killers.
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Alguien coloca una cinta en los rollos de una gran máquina grabadora. Mueve palancas, acomoda el micrófono y los cables, y mientras todo se pone en funcionamiento, aparecen como en un flash imperceptible una mano con sangre, un rostro desfigurado, las correas que aprietan la carne, las hormigas que tapan un miembro que ya no forma parte del cuerpo. Esta es la introducción que anticipa los capítulos de Mindhunter, hecha con un sobrio color azulado que solo se interrumpe con algunas manchas de sangre.
Ese es el tono de esta serie que cuenta con varios directores y un equipo creativo de peso. Cuatro de los diez capítulos de la primera temporada están dirigidos por David Fincher (Seven, El club de la pelea, Zodiac, House of Cards), quien también es director ejecutivo de la serie, igual que la actriz Charlize Theron (Monster, La conspiración, El abogado del diablo). El creador y guionista es Joe Penhall (La carretera).
En momentos de éxito de las historias policiales, Mindhunter ofrece un producto diferente. En primer lugar porque se enfoca más en el diálogo que en la acción. Los asesinatos ya ocurrieron y los culpables están encerrados con sus trajes de presidio y sus manos y pies encadenados. Pero lo que se presencia es algo tal vez más terrible que las escenas de sangre, violaciones y descuartizamientos: la mente de un asesino en serie en su estado puro.
Los investigadores Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) son los protagonistas, inspirados en dos agentes reales del FBI, John E. Douglas y Robert K. Ressler, integrantes de la Unidad de Análisis de Conducta. En sus estudios, estos agentes especiales descubrieron que había algo diferente en el modo de actuar de algunos asesinos y que en ellos debían enfocarse para encontrar a otros. “¿Cómo lidiamos con los locos si no sabemos cómo piensan?”, les pregunta el agente Bill a un grupo de policías que rechazan toda mención a Charles Manson, mucho más a tratar de entender qué lo llevó a cometer sus crímenes.
El enfrentamiento con la institución policial es otro de los atractivos de la serie. Después de algunos contratiempos, Holden y Bill logran tener un lugar en un sótano del edificio del FBI en Virginia. También pueden incorporar a Wendy (Anna Torv), una psicóloga y académica que aporta su conocimiento y consigue dinero para las investigaciones. Es ella quien les dice: “Los psicópatas están convencidos de que no tienen ningún problema. Entonces estos hombres son imposibles de estudiar. Pero ustedes tienen las condiciones de laboratorio excepcionales”.
Y hacia ese “laboratorio”, repartido en varias cárceles del país, se dirigen los dos hombres. Primero cargan con un pesado grabador de cinta, luego pasan al casete. Allí queda registrado todo el horror, porque lo más truculento está en el relato que los propios asesinos hacen de sus crímenes. Uno de los primeros entrevistados es Ed Kemper, conocido como “el asesino de las colegialas”, estupendamente interpretado por Cameron Britton. Enorme y de diálogo pausado, Ed se comporta como un hombre bonachón en la cárcel y se hace amigo de los policías. A los investigadores les dice mirándolos fijo: “No es fácil despedazar gente. Es un trabajo arduo. Física y mentalmente. No creo que la gente se dé cuenta de que hay que desahogarse”. Cuando termina le pregunta a Holden: “¿Usted sabe que hay otros como yo?”.
Otro atractivo de la serie es la actuación de Jonathan Groff como el agente Holden. Este joven de cara aniñada tiene una extraña serenidad al escuchar a los asesinos. En realidad es una tensa serenidad, porque su vida, como la de su compañero Bill (un policía más “tradicional”), se verán invadidas por la oscuridad de sus entrevistados. Algo de esa oscuridad se contagia en los métodos reñidos con la ética que utiliza Holden en las entrevistas.
A Mindhunter hay que darle tiempo. Su primer capítulo es lento y minucioso en el diálogo. Pero a medida que avanza la serie, los personajes crecen, igual que la sensación de que algo ominoso siempre está al acecho. Hay varias preguntas que surgen de esta primera temporada, entre ellas, por qué estos asesinos, si bien existen en otras latitudes, se concentran sobre todo en la sociedad norteamericana. Una pregunta que tal vez ni Holden ni Bill puedan contestar.