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La foto muestra un cementerio. Hay que mirar a cierta distancia para percibir el conjunto, exactamente encuadrado, como una sola imagen construida sobre líneas geométricas y puntos blancos. En detalle, uno ve las cruces pequeñas, colocadas en perfecto orden, como una formación. Son muchas, dispuestas con desesperante y repetida distancia unas de otras, en un mecanismo de reproducción que podría seguir desplegándose. Salvo por el detalle de un cerco también blanco que las aprisiona, las envuelve, en cierta forma las protege. La imagen es tremenda. Al fondo una cruz más grande y también blanca, preside la escena sin vida, sin palabras, sin datos. El cielo tormentoso, oscuro, solo presagia más soledad y muerte. El espacio es abrumador, más si uno lo ve con los ojos de la memoria, con los recuerdos de aquellos días terribles que vivió la región. Fue la Guerra de Malvinas en 1982 y los uruguayos de cierta edad lo recordamos, entre otras formas, como los días que vivimos un conflicto como si fuera nuestro. Por suerte no fuimos, ni estuvimos, ni vimos esta masacre.
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En algún punto, no pudimos entenderlo, a pesar de las armas y uniformes de guerra con los que convivimos durante tanto tiempo. A poco más de treinta años, tampoco se ve la guerra o lo que uno cree que es la guerra en la apabullante galería de fotos que cuelgan en estos días en el Museo Blanes. Aunque provengan del corazón mismo del dolor. Esta muestra de ochenta trabajos de Juan Travnik (1950), reconocido fotógrafo argentino de importante trayectoria, actual responsable de la Fotogalería del Teatro San Martín de Buenos Aires, combina retratos de ex combatientes realizados entre 1994 y 2008, con algunas pocas imágenes del lugar, tomadas en el 2007.
La experiencia es fuerte, compleja, difícil de catalogar. En principio, porque uno no es argentino y es posible que no alcance el verdadero estado de sensibilidad para ir más allá de este arduo catálogo de rostros que solo miran la cámara, casi todos de frente, casi todos despojados de cualquier dato grosero vinculado a la guerra, salvo pequeños y singulares detalles como una medalla, un abrigo, en algunos casos, pocos rastros de incapacidad física. Para el espectador uruguayo son doblemente desconocidos. Y muchos. Y de actitud y composición monótona, sin demasiadas variantes, salvo algunos rostros especiales. Son ex combatientes que posan años después, chicos ya crecidos, hombres curtidos e insertos en quién sabe qué vidas. En los retratos no hay guerra, no hay uniformes muy evidentes, no hay golpes de efecto. Tampoco hay daño explícito, salvo por las miradas tristes y el marco referencial de las imágenes de la isla, que valen en sí mismas por la elección precisa del autor.
Las de la isla, son fotos sin presencia humana, encuadres precisos de lugares vacíos donde quedó el pasto sin crecer de un avión derribado, restos, agujeros camuflados entre las rocas donde se escondían los soldados argentinos. Muestran el lugar y el desecho sutil, la tierra y el cielo, el horizonte siempre amenazante de una región cruda por su clima y por el paso de un episodio todavía escalofriante. Todas en blanco y negro, retratos y paisajes evidencian un nivel notable de calidad, una sensibilidad especial para captar el pequeño detalle del paso de un grupo de jóvenes por la frontera de la muerte.
Pero no solo eso. También está la vida después, el misterio de rostros que hacen pensar en los años transcurridos, en la carga que deben sostener para siempre. Hombres de muy diversos orígenes y lugares, de experiencias alejadas entre sí, salvo por ese recuerdo, en algún punto de la memoria, parte de su identidad. Esa elección de Travnik justifica el trabajo, aunque a uno le pese recorrer la galería extenuante de miradas. “Pensamos que lo peor fue estar allí, pero en realidad, nos esperaba el regreso”, han dicho los ex combatientes en reiteradas ocasiones. La vida después, desde entonces, en muchísimas secuelas y registros posibles. Y el tiempo transcurrido con una de las cargas más duras que un ser humano pueda vivir.
“Retratos y paisajes de guerra”, de Juan Travnik. Museo Blanes (Millán 4015), de martes a domingos, de 14 a 18 hs. Hasta el 27 de enero de 2014.