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    Las texturas de la vida

    Inconclusa: muestra fotográfica de Luis Alonso en el Museo Nacional de Artes Visuales

    El tiempo quedó atrapado en un instante y se depositó en los objetos, en las calles, en los rostros. El tiempo tiene la textura del blanco y negro y atraviesa la muestra fotográfica Inconclusa, de Luis Alonso, que se exhibe en el Museo Nacional de Artes Visuales hasta el 7 de mayo.

    “Primero quise ponerle Antología inconclusa porque la muestra es una especie de antología de mi obra. Pero después me hacía un poco de ruido porque en general uno hace una antología cuando termina algo, y mi trabajo no tiene sentido de algo acabado. Por eso, con Gabriel García, el curador, y Luis Roux, que escribió uno de los textos, le pusimos solo Inconclusa”, explica Alonso a Búsqueda.

    La muestra abarca diferentes etapas en la carrera profesional de Alonso y las fotografías se agrupan bajo los títulos: El principio 1989-1993; El viaje, Montevideo 1993; La noche, Montevideo 1996-1999; El estado del tiempo 2000-2002 y Tiempo, Montevideo 2010. “Son mis primeras fotos, aunque empecé un poco antes. El único criterio que usé para incluirlas fue seleccionar las mejores. Me interesaba sobre todo la primera de mis etapas, la que estaba menos explotada y que se había mostrado poco y mal. Eran fotos que habían quedado sueltas, sin una temática específica y me pareció que era interesante darles un sitio de privilegio”.

    En el principio hubo un viaje al sur de Chile cuando era un muchacho de 20 años que parecía de 15. En ese viaje registró un hermoso paisaje de un lago de Frutillar y un incendio en el centro de la ciudad de Ancud. Esas fotos integran la muestra. Son en blanco y negro, como la mayoría de las que aparecen en la exhibición, algunas de grandes dimensiones.

    “Cuando empecé a trabajar era bastante complicado sacar fotos a color porque era difícil hacerse cargo de todo el proceso y había que enviar al laboratorio. Además los negativos color no tenían mucha calidad. Por el contrario, el blanco y negro estaba muy evolucionado y había películas muy buenas que permitían la foto más artística”.

    Para Alonso, el blanco y negro tiene como única materia la luz y es lo que más le interesa trabajar. “Si no hay contraste, no hay imagen”, explica. Entonces, hay que detenerse en sus fotos. En una de ellas, la luz ilumina un tramo de la escalera del Hospital de Clínicas, pero hacia abajo hay una espiral infinita que se va oscureciendo hasta terminar en un hueco negro. La imagen tiene todos los matices del blanco y negro, de la luz jugando con los contrastes. En otra, un grupo de hombres miran un partido de fútbol de 1994 desde la calle. La jugada se refleja varias veces en el vidrio del bar y parece replicarse en el cuerpo de los que observan. Hay otra en el Mercado Modelo. Es la hora del descanso, del asado, del vino y de la mesa improvisada en un casillero de verdura. La foto tiene una textura tan nítida que da la impresión de poder tocar la escena con la mano.

    En la serie El viaje, el ómnibus y sus pasajeros son los protagonistas. La belleza está en lo cotidiano, en lo que se ve sin mirar: en el niño que vende peines, en el chofer sorprendido por la cámara, en los rostros cansados después de la jornada. Alonso no ha tenido demasiados problemas en sacar estas fotos de cerca, aunque dice que el uruguayo es más reservado que en otros países y en algunos casos no se lo permiten. “Siempre les explico a mis alumnos que hay dos caminos para este tipo de fotos de calle. Uno es hablar con la gente para sacarle la foto. Pero cuando se sigue ese camino, se necesita tiempo porque la persona empieza a posar y la foto pierde la gracia. Si tenés toda la tarde la persona se aburre y se pone a hacer otra cosa. Ahí es cuando realmente empezás a trabajar. Pero para la foto de calle es muy difícil usar ese camino y hay que usar el otro: hacer la captura sin que la persona se dé cuenta”.

    Los edificios abandonados son los otros protagonistas que se imponen en esta exposición. Un día el fotógrafo pasó por el Hipódromo de Maroñas. Era el 2000 y el edificio estaba abandonado y tapado por las enredaderas. Alonso había entrado durante mucho tiempo a ese lugar cuando trabajaba para La República. “Tenía que ir sábado y domingo y hacer la foto de la llegada de la carrera. Algo bastante aburrido porque sacás una foto cada 40 minutos, así durante cinco o seis horas. Es un lugar que conocí mucho en su última etapa antes de que lo cerraran y me pareció interesante hacer un trabajo sobre el edificio cuando lo vi abandonado”.

    Entonces entró sin pedir permiso y comenzó a fotografiar lo que veía. Con una de esas fotos ganó el primer premio en un concurso sobre Patrimonio. Y ese fue el puntapié para seguir explorando la temática de los edificios abandonados que culminó con una exposición en el Instituto Goethe.

    “Me interesaba que hubiera objetos que dijeran cómo había sido allí la vida. Que la presencia humana quedara a través de las cosas y que las cosas hablaran de lo que había pasado. Pero me costaba encontrar esos lugares en el estado que yo quería porque a veces los limpiaban o se llevaban los muebles o los objetos de las paredes”.

    Pero Alonso encontró esos lugares: en el edificio de Cristalerías del Uruguay, en el Banco Inglés de la Ciudad Vieja, en la fábrica de chocolates Águila Saint, en algunos edificios del interior del país. En sus fotos aparecen las huellas de quienes por allí pasaron: las sillas y zapatos maltrechos, los escombros y tubos de teléfonos, los escritorios tapados de papeles, las bombitas de luz caídas. Tienen el atractivo de las historias tristes. Son “el registro de una realidad rota”, dicen los prologuistas en el catálogo de la muestra.

    Las fotos de la última etapa son digitales y a color. Allí aparecen juguetes, algunos propios y otros que Alonso fue comprando, el reloj de un amigo o la cámara antigua que le regaló la abuela y que nunca usó. Y claro que está el tiempo y su acción sobre los objetos. “No me gusta repetirme, me gusta que cada idea y tema sea diferente, no me adapto a lo que hice antes ni me interesa satisfacer a ningún público”, dice el fotógrafo para explicar lo variado de su obra.

    Alonso trabajó desde los 20 años para varios medios de prensa, el último fue el diario El País. En el 2000 abrió su propio estudio de fotografía publicitaria y lo cerró en la crisis de 2002. Después siguió trabajando en forma independiente y en la docencia.

    La foto noticiosa nunca le gustó mucho, prefería las que hacía en entrevistas, en los retratos, en la calle. “Allí también hay noticias, pero no es lo mismo que tener la foto del gol o el corte de cinta del presidente. En esas fotos nunca se puede perder el momento y muchas veces valen más por lo que estás fotografiando que por el valor estético o por la luz. Esa parte de la foto de prensa no la extraño”.

    Lo que realmente le atrae a Alonso es el fotoperiodismo, porque se hace con más tiempo y, sobre todo, porque se cuenta una historia. “Creo que todo mi trabajo tiene algo de eso, incluso el último, que son fotos más de estudio. Son retratos de objetos, pero que cuentan historias. Es parte de la realidad que se me cruza por delante”.