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    Libro detalla la tolerancia hacia grupos fascistas y la simpatía de políticos e intelectuales uruguayos por Hitler y Mussolini

    Las leyes sociales que se impulsaron bajo el liderazgo de José Batlle y Ordóñez a principios del siglo XX sentaron las bases de un modelo de país que hoy reivindican desde distintas filas políticas: el Uruguay “batllista”. Aun con matices, parece haber cierto consenso en la necesidad de un Estado presente, que trate de mitigar las desigualdades de origen. Esa noción ha estado acompañada de la idea de un país que no tiene derechas extremas, al menos no con cabida en la política local; un país donde hoy sectores y líderes políticos conservadores prefieren definirse de “centro”.

    Sin embargo, pese a ese imaginario de país igualitario y moderado, Uruguay sí tuvo en su historia múltiples expresiones —sociales e incluso políticas— extremistas, que iban desde la xenofobia y el antisemitismo a la reivindicación de regímenes totalitarios como los de Benito Mussolini en Italia y Adolf Hitler en Alemania.

    Una reciente investigación coordinada por los doctores en Historia Magdalena Broquetas y Gerardo Caetano se abocó a profundizar en las manifestaciones de las derechas uruguayas y sus vínculos con los regímenes nazifascistas. El primer tomo del trabajo, titulado Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay. De la contrarrevolución a la Segunda Guerra Mundial, se presentará hoy miércoles 25 en la Facultad de Comunicación de la Universidad de la República.

    En la introducción del libro, los coordinadores plantean la necesidad de profundizar los estudios sobre las derechas en Uruguay, ya que identifican cierta ausencia o “desnivel” en comparación con otros objetos de investigación. Consideran que en la actualidad el estudio de estos temas se torna aún más pertinente, debido a que se asiste “a un nuevo giro a la derecha en varios países del continente y del mundo”.

    El libro hace un recorrido a través de las “ideas, prácticas, formas de organización y escenarios de acción de grupos sociales identificados con el conservadurismo y la derecha” en Uruguay. Identifica los aspectos medulares de las ideas que se fueron transmitiendo desde el siglo XIX a los inicios del XX, cuando los sectores de derecha confrontaron con las reformas impulsadas por Batlle y Ordóñez (y lograron eventualmente ponerle un freno al avance reformista).

    La investigación pone el foco en las expectativas que en varios actores de derecha generó la emergencia de las nuevas dictaduras europeas de los años veinte, como la Italia fascista de Mussolini y la España de Miguel Primo de Rivera. También se expresaban simpatías hacia el régimen nazista de Hitler y rechazo a la “amenaza comunista”.

    “La amenaza del comunismo estalinista era invocada por líderes de derecha y hasta de centro-derecha como fundamento de una actitud más complaciente frente a los fascismos emergentes”, narran los historiadores. “Algunos de los principios sobre los que se asentaban los fascismos, como el fuerte anticomunismo, la apología a una moral de los deberes y el sacrificio y la condena del igualitarismo, formaban parte del universo de valores de la derecha política, social y económica de tradición liberal conservadora” en Uruguay, que había respaldado el golpe de Estado de Gabriel Terra en 1933.

    La investigación describe los vínculos diplomáticos especiales con Italia, las resonancias del fascismo en la colectividad ítalo-uruguaya y en sus medios de prensa, la implantación política del falangismo y del franquismo, los brotes de xenofobia y antisemitismo que se desataron en la sociedad uruguaya, y la presencia del nacionalsocialismo en las redes locales. Los autores detallan una “urdimbre compleja y poco conocida” en la que aparecen intelectuales, dirigentes políticos, autoridades de gobierno, empresarios y periodistas vinculándose con los regímenes fascistas y las comunidades de residentes.

    Montevideo, 1930. Foto: Archivo Municipal de Montevideo

    Vínculos con el fascismo

    En el capítulo que aborda los vínculos diplomáticos entre la Italia de Mussolini y Uruguay, el investigador Valerio Giannattasio repasa las estrategias del fascismo para expandir su influencia en Uruguay. Tanto desde los sectores conservadores colorados y blancos —el riverismo y el herrerismo— como desde figuras políticas como Terra se expresaron “miradas favorables, por decir lo menos, al fascismo y el primorriverismo”, dice el autor.

    El gobierno italiano buscó explotar los lazos de sangre y hermandad que unían a ambos países. Realizó acciones de propaganda como la expedición del crucero Nave Italia y la visita del príncipe heredero Humberto de Saboya. También procuró, a través de su diplomacia, reformular en un sentido profascista el sentimiento de “italianidad” de los compatriotas en Uruguay; a la vez que buscó conquistar las instituciones de los colectivos de inmigrantes, como la Scuola Italiana.

    También emergieron estructuras políticas como el Fascio local (creado en 1923), que inició una “franca labor de proselitismo político entre los inmigrantes”.

    Aunque la opinión pública uruguaya siguió mirando con recelo al fascismo, el gobierno sí envió señales amistosas, narra Giannattasio. En 1928 una misión extraordinaria presidida por Pedro Manini Ríos viajó a Italia; a su retorno el colorado se expresó favorablemente sobre los avances económicos del régimen de Mussolini.

    En la década de 1930 arribó a Uruguay un carismático diplomático “abiertamente fascista”, Serafino Mazzolini, que, junto con un amistoso gobierno terrista, logró intensificar las relaciones bilaterales. En 1931 se iniciaron conversaciones para concretar un tratado comercial entre Uruguay e Italia, que años después permitiría mejorar la cuota de exportaciones hacia la península itálica.

    El periódico L’Italiano, convertido en una voz profascista, apoyó el trabajo proselitista y propagandístico de Mazzolini.

    Otro importante reconocimiento para el régimen fascista vino del líder blanco Luis Alberto de Herrera, que estuvo en Roma en julio de 1937 y se encontró con Mussolini y con el rey. En un discurso transmitido por la radio, el caudillo blanco “perdió toda moderación al lanzarse en un panegírico del fascismo”, cuenta el autor. “Si bien esas declaraciones fueron probablemente hijas del cambio de escenario internacional y de la guerra de España, representaron la cúspide del acercamiento ideológico herrerista al fascismo y fueron explotadas por Roma, que las consideró un reconocimiento del estatus que había adquirido a nivel internacional”.

    Antisemitismo y xenofobia

    En otro capítulo Fernando Adrover explora la presencia de sentimientos —y acciones— antisemitas y xenófobas en el país. Señala, por ejemplo, que los sectores conservadores que rechazaban el avance del reformismo batllista hicieron una insistente campaña a favor de imponer severas restricciones al arribo de inmigrantes que calificaban como “indeseables”. Se apoyaban en argumentos xenófobos y racistas, como también políticos y económicos (aumento del desempleo, por ejemplo). El anticomunismo permeaba estas posturas: para la derecha blanca y colorada, el peligro “más acuciante” era que la inmigración era una fuente de agitación social y la puerta de entrada de ideologías radicales.

    En 1932 se aprobó la llamada “ley de indeseables” que impuso numerosas restricciones para la entrada al país de extranjeros; las restricciones se ampliarían en 1936. Durante el debate parlamentario sobre la ley, el nacionalista Eduardo Víctor Haedo criticó el costo que implicaban los extranjeros internados en hospitales y afirmó que muchos delincuentes eran inmigrantes, y el riverista Juan José Carbajal habló de razas “inadaptables a la civilización”.

    “Se llegó incluso a culpar a la inmigración de la proliferación de enfermedades contagiosas”, narra Adrover.

    “Los argumentos de las derechas partidarias expresaban, además de simple xenofobia y miedos conservadores a la agitación social, una idea esencialista de la nación, que impugnaba aquella noción más cosmopolita que de la nacionalidad tenía el batllismo”, analiza el autor.

    También estaba muy presente el antisemitismo. El diario herrerista El Debate acusó en las elecciones de 1930 al batllismo de usar para su triunfo el “voto judío”, al que llamaba a “sustraerse de la política local, negando que la comunidad judía pudiera ser parte de la ciudadanía nacional”. Además, otorgó espacio en sus páginas a las columnas antisemitas del sacerdote Ignacio Iribarren. También la prensa colorada como El Pueblo, La Mañana y El Diario fue vocera de discursos xenófobos.

    La prensa católica fue otra vocera de campañas antisemitas, como el diario El Demócrata y Tribunal Popular, este último vinculado al Partido Nacional.

    “El antisemitismo, como bandera política, constituyó el aspecto más elaborado y homogéneo del discurso nazifascista nacional, así como el que logró mayor adhesión”, plantea la investigadora María Magdalena Camou en el capítulo Influencia y presencia del nazismo en el Uruguay de los años treinta. Se llegó a proponer la creación de un frente antijudío, a la vez que la prensa antisemita publicaba listas de comerciantes judíos para propiciar un boicot en su contra. También se perpetraron atentados contra comercios e instituciones judías.

    Tolerancia oficial

    Durante el gobierno terrista distintas figuras públicas expresaron admiración a los regímenes de Mussolini, Hitler o Primo de Rivera, sostiene los investigadores. Herrera, Ismael Cortinas, Manini Ríos, Julio María Sosa y Terra fueron algunos de ellos. Durante el mandato de Terra y los primeros años del gobierno de Alfredo Baldomir, los grupos fascistas y filofascistas gozaron de una “importante tolerancia oficial”, dice Adrover.

    En 1929 se formó la Asociación Patriótica del Uruguay, con fuertes vínculos con el Ejército, que en 1932 se dirigió al Parlamento solicitando limitaciones a la inmigración. En 1931 se formó en el seno de la comunidad alemana una filial del Partido Nacionalsocialista Alemán (NSDAP), que desde 1933 tendría un órgano de prensa, el Deutsche Watch, en el que se divulgaba la teoría racista y antisemita del nazismo. El periódico recogía los avisos comerciales de las firmas alemanas más importantes en el país.

    En 1935 comenzó a publicarse la revista Corporaciones, que en 1937 pasó a ser el órgano del grupo Acción Nacional Revisionista, con vínculos con la derecha colorada. En ella publicaban algunos notorios defensores de teorías racistas y antisemitas, como Máximo Casciani Seré, Rafael Ravera Giuria y Adolfo Agorio.

    Agorio, que tenía contactos con el NSDAP uruguayo, fue invitado a Alemania en 1935 y a su regreso organizó conferencias y publicó notas periodísticas pronazis en el diario riverista La Mañana. Incluso sus planteos hispanistas y antisemitas fueron publicados en los Anales de Educación Secundaria en 1939. Ravera Giuria divulgaba sus conferencias con contenido antisemita por Radio Montecarlo y publicaba columnas en el diario terrista El Pueblo.

    Otros grupos que tuvieron prédicas antisemitas fueron Acción Nacional, formado en 1936, el periódico El Orden y el Movimiento Revisionista con su periódico Fragua. También publicaciones militares como Alerta o el periódico Libertad del diputado nacionalista Alejandro Kayel.

    “Estos grupos tuvieron en común el rechazo al sistema de partidos, a la democracia liberal y al centralismo montevideano”, señala la investigadora Camou. Muchos de estos grupos y sus integrantes serían, años más tarde, acusados en las investigaciones realizadas en la Cámara de Representantes de recibir financiamiento y mantener estrechas vinculaciones con los nazis, repasa la autora.

    “La admiración por la recuperación de Alemania y por la fuerza de su nacionalismo y su disciplina fueron los rasgos más destacados de su apologética de los nazifascistas”, escribe Camou.

    No faltaron las defensas exaltadas al conjunto de la doctrina de Hitler, añade la autora, como las del diputado colorado Pedro Chouhy Terra, que en el Parlamento hizo un encendido elogio de su figura y política.

    En el Ejército, por otra parte, fueron numerosas las visitas de militares italianos y alemanes, así como de misiones especiales de militares uruguayos hacia estos países durante el período. En las publicaciones Revista Militar y Naval y Alerta, entre otras, se publicaban artículos de revistas alemanas que mostraban admiración por los procesos que vivían esos países.

    A partir de 1938 se dieron importantes cambios políticos que generaron un ambiente menos propicio para el proselitismo y la militancia de los grupos nazifascistas. El fin del terrismo y la restauración democrática cambiaron el posicionamiento internacional de Uruguay, así como las relaciones con estos regímenes. Esto llevó a que muchos simpatizantes moderaran o cambiaran sus discursos. Incluso, las sospechas sobre la existencia de una organización militar nazi llevaron al establecimiento de una comisión de investigación parlamentaria. La aprobación de la Ley de Asociaciones Ilícitas en 1940 frenó cualquier actividad asociativa contraria a los principios democráticos.