Nació en Rivera y allí estudió en las escuelas Nº 9 y 44, en el liceo Nº 1 y en el Zeballos, un liceo privado que ya no existe, donde hizo Humanístico y Derecho. Su padre, que tenía por costumbre silbar todo el día, vio que su hijo menor “tenía oreja para la música” porque repetía en un pianito de juguete las tonadas que él silbaba. Su hermano, diez años mayor que él, era profesor de guitarra y de arpa.
Edgardo Rocha empezó con siete años a estudiar música y teclado electrónico, que era la moda en los 90. Después pasó al piano, que le parecía más natural, menos artificial que el teclado. La derivación hacia el canto llegó recién en la adolescencia, en el coro del liceo. Cantó zarzuela a los 17 años, luego estudió dirección coral con Sara Herrera. En 2006, con un grupo de “amigos locos” formaron la banda Ópera Joven e hicieron L’elisir d’amore de Donizetti, en el Kibon. Rocha dirigió la orquesta. Dos años más tarde se fue con su mujer a Italia, donde reside actualmente. En Florencia llegó a cantar en el Ponte Vecchio con un sombrero en el piso, para juntar dinero y pagarse un pasaje a Palermo.
Hoy tiene 30 años y es un tenor con una carrera triunfal en importantes escenarios europeos. El 3 de agosto dio un recital de lieder y una masterclass en la Sala Verdi, como parte del Tercer Festival Internacional La Escena Vocal (ver Búsqueda Nº 1.777). Desde los 18 años vive en pareja con su novia, una psicóloga uruguaya con quien se casó hace seis años y tienen un hijo de cuatro. Su charla exhala corrección y calidez. Un celular y una tablet de última generación, debidamente apagados, están al costado de su taza de té. Lo que sigue es un resumen de la charla.
—Desde que llegué a Italia, en Florencia, algo que despierta la envidia de muchos. Es una ciudad renacentista, preciosa para conocer, pero para vivir está muerta. Casi no tiene vida nocturna. Si uno quiere movimiento, tiene que ir a Roma o a Milán.
—¿Cuál es su repertorio operístico actual?
—Por ahora, lo que mejor se adecua a mi gusto y a mi voz es Mozart y el bel canto: Rossini, Donizetti, Bellini.
—¿Cómo explicaría la diferencia entre cantar ópera y hacer un recital de lieder como el que ofreció en Sala Verdi?
—La ópera es más fácil porque uno sigue un personaje con una historia detrás. Ayuda además el vestuario, el maquillaje, la escenografía, la interacción con los otros personajes. Y hay una lógica en el discurso musical, que es la de un solo compositor. Pero en el recital, cada lied tiene una historia, un personaje y un compositor diferentes. Por lo tanto, un recital de lieder de diferentes autores es muchísimo más difícil que un personaje de ópera. Muchas veces, en una canción de un minuto y medio, uno tiene que transmitir una situación que implica un antes y un después que el compositor y el poeta quisieron expresar en ese tiempo brevísimo.
—¿Qué significa la experiencia de haber cantado con Cecilia Bartoli?
—El régimen de profesionalismo que ella misma impone con su personalidad. Los cantantes tenemos la tendencia a querer prevalecer. El artista quiere siempre ser aplaudido. Pero ella jamás hace algo para quedar bien; lo que antepone a eso es la seriedad, el respeto por la música, y así logra un trabajo de grupo donde hay una gran fraternidad.
—También trabajó con el prestigioso cineasta Ettore Scola...
—Scola fue el regisseur de la ópera Cosí fan tutte, de Mozart. Marcaba con gran precisión la teatralización y la naturalidad en los recitativos. Sostenía que el público se tiene que ver reflejado en lo que ocurre sobre el escenario; la ópera no puede ser solo un espectáculo de voces. Dentro de esa concepción, que respetaba por supuesto la música, acentuaba lo teatral y la importancia de las contraescenas.
—¿Con quién estudia actualmente en Italia?
—Con Jorge Ansorena, un ex colega del coro del Maggio Musicale Fiorentino. Es un amigo, respeta mucho al cantante, tiene buenas ideas y una oreja muy interesante. Sabe guiar sin interferir en el proceso y el modo de cada uno.
—¿Extraña al Uruguay?
—Extraño las costumbres, los amigos, el modo sencillo de la gente. El poder decir: Caigo por ahí en cinco minutos, y uno se arma un mate y charla tres horas. Eso en Europa no pasa; tenés que avisar, combinar, preguntar qué llevas. Y la gente se estresa porque tú venís y te quiere atender bien. Y todo eso está muy bien pero quita sencillez y naturalidad. En eso, como el uruguayo no hay.
—¿Cantantes vivos o desaparecidos que admire?
—Son muchos. Pero no puedo dejar de mencionar entre los vivos al peruano Juan Diego Flórez, que abrió el camino de explorar el repertorio rossiniano con obras poco frecuentadas. Y también a los norteamericanos John Osborn y Gregory Kunde. Este último es el único tenor en el mundo que ha podido cantar los dos Othello: el de Verdi y el de Rossini. También el alemán Jonas Kaufmann y a Cecilia Bartoli, por supuesto. Y entre los que ya no están, que son muchos, admiro a Alfredo Kraus y a Nicolai Gedda.
—¿Algún director de orquesta que lo haya marcado especialmente?
—Zubin Mehta. Trabajé con él cuando yo integraba el coro del Maggio Musicale Fiorentino. También Carlo Muti. Me gusta mucho Antonio Pappano, pese a que nunca trabajé con él. Lo conocí en Londres y le escuché un Don Carlo, un Requiem de Verdi y un Stabat Mater de Rossini y me pareció impresionante en las tres obras, tan diferentes.
—Como artista, ¿tiene alguna rutina?
—No me gustan los horarios preestablecidos. Si pinta salir a caminar lo hago, pero no porque deba hacerlo todas las mañanas o todas las tardes. Soy muy severo, sí, cuando ya tengo fijada una fecha de función y empiezo los ensayos. Solo en esa situación me pongo soldado y controlo los horarios y las comidas.
—¿Disfruta de su carrera o se le hace cuesta arriba?
—El porcentaje de disfrute es escaso. A veces pienso que dentro de diez años voy a retirarme. Son muchas las cosas que presionan alrededor: los traslados, los climas, los pasajes, los puntos de vista distintos que uno puede tener con el director de orquesta o con el regisseur, el tiempo que uno está solo en los hoteles y lejos de su familia, el cuidado del instrumento que está adentro de uno. Algunos dicen que llega un momento de la carrera en que uno aprieta un botón y canta. Ojalá llegue ese día. Por ahora no me llegó (risas).
—Su señora es psicóloga. ¿Ejerce como tal en Florencia?
—Sí, pero tenemos un trato. Cuando llegamos a casa, junto con las llaves ella cuelga a Freud y yo cuelgo la voz, no analizamos a nadie y solo hacemos familia.
—¿Algún proyecto en lo inmediato?
—Voy a darle una primicia: con Esteban Louise (director del Coro del Sodre) y el bajo barítono Nicolás Zecchi reflotamos el grupo Ópera Joven con el que en 2006 hicimos L’elisir d’amore y vamos a hacer Cosí fan tutte, solamente con jóvenes uruguayos, un trabajo artesanal para el que van a audicionar 40 jóvenes cantantes. La orquesta será del grupo Ópera Joven, con dirección de Esteban Louise. Queremos que sea un trabajo con un encare diferente, muy compacto entre el teatro y el canto, que sirva de atracción a un público joven.
—¿Cuándo y dónde será este acontecimiento?
—El 26 de agosto de 2015, pero no está aún definido dónde ni tampoco quién será el director de escena.