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Los Oscar. Todos los años igual. Todos los años diferente. La noche—madrugada en la que miles o millones de los varios millones que miran la emisión en vivo de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood en la televisión y las redes sociales y los portales de noticias expresan delante y a través de las pantallas su afinidad con tal o cual título o artista, su simpatía por el show en sí mismo o su particular desprecio y su argumentada desconfianza ante una ceremonia históricamente larga y de a ratos ridículamente aburrida donde, al final, ah, sí, qué asco, qué grotesco, dicen, “la industria se premia a sí misma”.
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La posibilidad de juzgar y opinar a veces sin demasiado conocimiento sobre casi cualquier asunto está servida y el deseo de hacerlo sin muchas restricciones suele ser tan fuerte y tan natural que ahí estamos mirando lo que no nos importa como si nos importara o, quizás, al revés, fingiendo que no nos importa algo que realmente captura nuestro interés. Otra vez.
En esta oportunidad no hubo anfitrión para una ceremonia con buen ritmo, un poco menos solemne que sus predecesoras, y con la debida cuota de sobreactuación por parte de algunas figuras que subieron al escenario (hola, Lady Gaga). Apertura y cierre a cargo de mujeres. Una producción de superhéroes nominada como Mejor película, compitiendo con un filme producido y distribuido por Netflix, hablado en español y en blanco y negro sobre una empleada doméstica mexicana. Y Glenn Close, otra vez nominada. Y Julia Roberts, al final, que se encargó de anunciar el premio mayor. Que se lo llevó Green Book, una comedia dramática correctísima y tan inofensiva como las pinturas que se exponen en la sala de espera del consultorio odontológico. Simplemente no cae ni mal ni bien. Eso sí, cuenta con muy buenos actores haciendo muy bien su trabajo, y el premio a Mahershala Ali como actor secundario parece bastante justo. Hay quienes comparan el triunfo de Green Book con el de Crash, de Paul Haggis en 2005, aunque quizás valga la pena recordar otra muestra de simplismo galardonada con el premio mayor, El discurso del rey, en 2010.
Las ocho nominadas a Mejor Película terminaron llevándose al menos un Oscar. Rapsodia Bohemia (cuatro), Green Book, Roma y Pantera Negra (tres), y El vicepresidente, Infiltrado en el KKKlan, La Favorita y Nace una estrella (uno). En algún momento parecía que el gran premio gran iba para Roma, que llegó con 10 nominaciones y al final ganó en los rubros Fotografía, Director y Película extranjera. Alfonso Cuarón, su director, ganó por segunda vez el Oscar: ya había sido premiado en 2014 por Gravedad.
Dato medianamente interesante. En las últimas seis ediciones, tres cineastas mexicanos fueron consagrados en cinco oportunidades con el Oscar a la mejor dirección: Cuarón, dos veces ganador, Guillermo del Toro (2018) y Alejandro González Iñárritu (2015 y 2016); en el medio aparece el estadounidense Damien Chazelle (2017).
Dato inútil, obtenido vía Twitter: Cooper y Lady Gaga interpretaron Shallow, la canción ganadora del Oscar de la película Nace una estrella, ante un piano Steinway & Sons. En Green Book, la triunfadora de la noche, el personaje interpretado por Ali exige que para sus presentaciones siempre haya un Steinway & Sons. Fin del dato inútil.
Cualquier programa o evento especial mejora considerablemente gracias a Twitter. Y esto incluye al Oscar. Las redes sociales generan la ilusión de que, con sus comentarios en forma de tuits o de posteo, dando likes y retuits y respondiendo a otros, el espectador también es parte del espectáculo. Seguir la transmisión de los Oscar desde Twitter, con la televisión de fondo, puede suministrar una dosis extra de entretenimiento.
En las redes se comentó que hubo proliferación de indumentaria rosa; que se pasaron por alto algunos nombres en el apartado In Memoriam; que Olmo, el hijo de Cuarón, vive con trastorno del espectro autista (y que, sin saberlo, algunos tuiteros crearon memes en referencia a su comportamiento); que el moño del smoking de Rami Malek fue imposible de enderezar durante toda la ceremonia; que James McAvoy encontró un marcador tirado y le pidió a distintas celebridades que le firmaran la camisa; que finalmente va a subastarla y donar el dinero a obras de caridad. Una tuitera aplicó una “Escala Borges” a la indumentaria femenina del Oscar 2019. Y así pasó revista por los vestidos de Yalitza Aparicio (“Inepto y escolar”), Sarah Paulson (“No”), Rachel Weisz (“Tampoco”), Maya Rudolph (“Enfático y agrícola”), Kacey Musgraves (“Perplejidad sintáctica”) o Charlize Theron (“Misterioso y estúpido”).
Para algunos, el Oscar es como el matrimonio: no creen en él, pero se divierten y se emocionan en algún tramo de la ceremonia. Y se quedan hasta el final. Es que, es cierto, puede parecer una terrajada cósmica, con momentos de auténtico y costoso mal gusto, con toda esa pomposidad y esos chistes y esos aplausos secuenciados y sobreactuados a niveles caricaturescos, puede ser todo eso y puede ser más, aunque esta vez fue menos, hay que decirlo. Y en este ordenado y resplandeciente revoltijo, el discurso de Rami Malek, ya sea improvisado o escrito por él, su agente o su instructor de pilates, resultó emotivo. El actor ganó por su interpretación de Freddie Mercury en Rapsodia bohemia, biopic de manual que sin embargo, gracias al trabajo del actor, la dirección y el montaje y, claro, la música que viste toda la película, tiene los últimos veinte minutos más emocionantes que se hayan visto en mucho tiempo. Malek ni siquiera fue la primera opción de los productores (cuando se inició el proyecto, hace varios años, el músico iba a ser interpretado por Sacha Baron Cohen). Oscar en mano, después de besar y besar y volver a besar a su novia, la actriz Lucy Boyton, a quien le dedicó el premio, dijo: “Hicimos una película sobre un inmigrante gay que vivía su vida genuinamente sin pedir disculpas. Y el hecho de que lo estemos homenajeando esta noche demuestra que queremos más historias como esta. Soy hijo de inmigrantes egipcios, estadounidense de primera generación. (Ovación). Mi historia se está escribiendo en este momento” (Aplausos). Mientras tanto, en China, el servicio de streaming Mango TV, plataforma que tiene 39 millones de usuarios activos diarios, en los subtítulos de su transmisión sustituyó la expresión “hombre gay” por “grupos especiales”.
Igual, para muchos, que Rapsodia bohemia haya ganado cuatro Oscar es algo vergonzoso. Es que existe más de un Oscar. Uno de ellos premia a Green Book y Rapsodia bohemia. El otro rescata los sedimentos de expresión genuinamente artística que viven dentro del cine industrial. Y ahí está el Oscar para Olivia Colman por su trabajo en La favorita.