Lo que el GACH nos dejó

Lo que el GACH nos dejó

La columna de Andrés Danza

6 minutos Comentar

Nº 2111 - 18 al 24 de Febrero de 2021

La palabra inteligencia debe ser de las más decisivas en la historia de la humanidad, la que marca el rumbo. Sin embargo, no tiene un único significado. En Google, por ejemplo, aparecen más de 35 millones de resultados ante la consulta sobre “definición de inteligencia”. Hay de todas las variantes y para todos los gustos, pero ninguna de las alternativas es reconocida como la más importante o certera.

En lo que sí casi todos coinciden es en que la inteligencia se manifiesta a través de la capacidad que tiene la mente de aprender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad. El centro es individual, referido al grado de inteligencia con el que cuenta la persona. Y el problema con esa singularidad es que no tiene en cuenta una característica que creo clave para llegar a la conclusión de si alguien es o no inteligente: contemplar de quiénes se rodea.

Es muy revelador utilizar ese parámetro de medición para los que se encuentran en cargos jerárquicos importantes, que requieren de un gran despliegue mental. El más inteligente, según he constatado a lo largo de décadas de ejercicio del periodismo —que ayuda a conocer a muchísimas personas en lugares claves—, es el que no tiene miedo a elegir a los que son más inteligentes que él para que lo acompañen y asesoren en las cuestiones importantes.

No es fácil ver esto entre los políticos y, como consecuencia, tampoco entre los gobernantes. Llegar a la cúspide de cualquier estructura de poder implica tener cierto grado de narcisismo y una autoestima importante. Los que no tienen esas características, suelen quedar por el camino. Ese exceso de confianza y de competitividad muchas veces dificulta ver más virtudes afuera que adentro. Por eso, desde presidentes de la República, pasando por ministros y legisladores, hasta gerentes de pequeñas empresas, son muy pocos los que están dispuestos a sentar a su mesa de trabajo todos los días a alguien que piense más rápido o más claro que ellos.

Cuando las personas poderosas dan ese paso, los resultados suelen ser excelentes. De esa forma, recurriendo a asesores que les amplíen el horizonte, consiguen disimular lo que les falta y potenciar mucho más la concreción de sus ideas. Y los logros, al igual que los fracasos, siempre serán asociados a los que están a cargo, no a quienes los rodean.

Un buen ejemplo es lo que hizo el presidente Luis Lacalle Pou al formar el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) para tratar de combatir de la forma más eficiente la pandemia de coronavirus. Eligió a algunos de los mejores y los puso a trabajar en un verdadero equipo de “alto desempeño” —similar al definido por los académicos Katzenbach y Smith en 1993 para la Harvard Business School— y no en un simple grupo de trabajo, analizando cada uno de los escenarios, la evolución de la enfermedad, haciendo recomendaciones certeras y comprometidos todos con los resultados obtenidos. Dotó a su gobierno de un cerebro extra, por fuera de la estructura que siempre lo acompaña, lo que le dio mucha más fuerza a cada una de sus decisiones. Eso no quiere decir que Lacalle Pou haya seguido siempre al pie de la letra lo que le recomendaron. Hubo algunas diferencias notorias, pero es algo esperable cuando la palabra final es política y no técnica. Lo importante es haber ampliado el espectro.

Sería bueno adoptar ese camino en otras áreas, igual de importantes que la pandemia pero mucho más duraderas. No es algo a lo que están acostumbrados los gobiernos en Uruguay. Sí piden asesoría e informes técnicos en muchos temas, pero terminan siendo meros trámites burocráticos sin casi ninguna posibilidad de incidencia. La mayoría de los integrantes del Poder Ejecutivo tienen mucho más en cuenta su cálculo político que lo que dicen los que saben. Y eso siempre limita.

Hay dos ámbitos, a manera de ejemplo, a los que les vendría muy bien tener sus propios GACH. El primero de ellos, y quizá el más importante de todos, es la enseñanza. Es realmente decepcionante que los principales integrantes del grupo académico Eduy21 hayan llegado a la conclusión de que es muy poco lo que podrá hacer el actual gobierno en materia educativa, según reveló el lunes 8 una nota de El País. Fracasar en esa área es casi como fracasar en todo lo demás. No hay cambio sustancial posible sin reforma educativa. Entonces, un buen camino sería formar un equipo totalmente por fuera de los vaivenes políticos e intereses partidarios para que lidere un sacudón histórico en la enseñanza.

El segundo tema que puede ameritar un GACH es el económico. La pandemia golpeó muy fuerte y ha generado heridas importantes. Eso es innegable. Los caminos para buscarle una salida a la situación actual son muy distintos. Por eso, parece oportuno también crear un grupo de especialistas en esa materia. Hace unos días lo propuso el exministro blanco de Economía Ignacio de Posadas, luego de sugerir mediante una carta enviada a Búsqueda que el gobierno instrumentara una especie de Plan Marshall. No cayó bien su planteo en la Torre Ejecutiva ni en el equipo económico. Molestó. Pero sería bueno dejar atrás las rencillas políticas personales y tomar en cuenta las sugerencias que realmente sirven.

Una de las lecciones más importantes que ha dejado este año pandémico, con ese diario vivir en un mundo hostil, extraño y dominado por el miedo, es la importancia de que se junten políticos y científicos. Es imposible que un país funcione de la mejor manera cuando hay un divorcio que se mantiene por décadas entre los gobernantes y los académicos. Y corresponde a los políticos dar el primer paso, como quedó demostrado con el GACH coordinado por Rafael Radi. Tienen que estar dispuestos a dejar atrás la desconfianza y a recurrir a los mejores en cada área para asesorase. Rodearse de inteligencia les dará más inteligencia.

Eso no significa que sea necesario instalar una meritocracia para lograr que Uruguay pueda despegar de una vez por todas. Los que tienen que gobernar y tomar las decisiones más difíciles son los políticos, porque son los que cuentan con la sensibilidad y preparación para hacerlo. Además, lograron obtener la confianza de los ciudadanos a través del voto. Eso es insustituible. Pero no lo pueden hacer solos. Necesitan que muchos, especialmente los que más saben, a veces piensen por ellos. No puede ser tan difícil.