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    Los bichos peludos y el tucán

    Se comenzó a clasificar el archivo de Alfredo Zitarrosa

    Como si se tratara de la autopsia paciente y rigurosa de un mastodonte de materiales diversos que llegaron al Teatro Solís, comenzó hace dos semanas el análisis del acervo del cantautor Alfredo Zitarrosa. Sus hijas irán cada semana, el tiempo que sea necesario, al Centro de Investigación, Documentación y Difusión de las Artes Escénicas (Ciddae) para hacer una selección preliminar de objetos, cartas, libros, grabaciones, afiches y premios, una tarea que involucra a la archivóloga Adriana Juncal y al encargado del Ciddae, Marcelo Sienra, quien dijo que, según el inventario familiar, hay cintas de carrete abierto con grabaciones y entrevistas que aún no se revisaron.

    El archivo de Zitarrosa estará disponible para que la Universidad abra líneas de investigación, explicó Daniela Bouret, directora del Solís. Se presentarán proyectos para solicitar fondos que faciliten la investigación de equipos multidisciplinarios. El Ciddae, cuyo acceso es libre y sin costo, determinará qué material es de consulta pública y cuál no.

    La tarea es extensa porque a pesar de que el artista de voz profunda vivió apenas 52 años para entonar canciones emblemáticas como Doña Soledad, El violín de Becho y Adagio a mi país, atesoró cientos de libros de los temas más inesperados. Hombre de filiación frenteamplista, con su música prohibida en la dictadura de los 70, se exilió sucesivamente en Argentina, España y México, por lo que entre sus cosas se cuentan valiosas cartas. Hijo natural de Je­susa Blanca Nieve Iribarne, quien lo dio a luz en el Hospital Pereira Rossell, Zitarrosa trabajó como locutor de radio, presentador e informativista. También hizo teatro, fue escritor y periodista y una de las firmas destacadas del semanario Marcha.

    La colección del cantautor llegó al Solís en mayo de 2014, después de que las autoridades acordaran los términos de referencia del convenio con la familia. Pasado un año, comenzó el trabajo con este conjunto que supera las 100 cajas con elementos de su vida pública y privada. “Me estoy enterando de cosas de Zitarrosa que yo no sabía. Las colecciones particulares reunidas por una persona son heterogéneas, por lo que se deja más libre la clasificación interna. Primero separamos los tipos documentales, como las fotografías, para detectar temas. Y respetamos lo que la persona jerarquizó en vida”, explicó a Búsqueda Adriana Juncal, la archivóloga asignada al archivo de Zitarrosa.

    Las cajas se encuentran en un sitio con temperatura y humedad controladas. Primero debe retirarse el material de las cajas, que pueden contener huevos de insectos, se retiran las grapas de metal que se oxidan y se dan los primeros tratamientos de conservación para frenar el deterioro. Luego se respaldará con la digitalización, proceso para el que se busca financiación. Quien consulte el archivo no accederá al objeto en sí, sino que dispondrá de una base de datos con información.

    “Uno piensa que lo más importante en un archivo documental es que no se desmiembre de forma de generar un corpus discursivo que sirva para cualquier análisis: desde la música o las ciencias políticas y humanas. Sin embargo, hay elementos que no pueden estar acá pero sí en un lugar para la memoria, cuidados y preservados. Nuestro compromiso es tener el archivo en buenas condiciones y accesible al público”, sintetizó Daniela Bouret.

    Las hijas de Zitarrosa, Serena y Moriana, están revisando los materiales que ameritan una mirada pública y cuáles son parte de un universo más doméstico que es mejor que permanezcan con la familia. Los objetos se trasladarán al Museo de la Memoria. “Teníamos el cuento somero de la familia de lo que podía haber en cada caja, pero hasta no abrirlas no sabremos exactamente con qué contamos”, señaló Bouret. Además de seleccionar y agrupar por temas para lograr un inventario lo más completo posible, se realizan acciones puntuales para resguardar y restaurar estas “fuentes primarias”.

    El día que Búsqueda se acercó al Ciddae, Serena llevaba guantes de látex blanco mientras manipulaba decenas de fotos en blanco y negro de su padre. Tiene 41 años y da clases de diseño y de tejido plano en la Escuela Universitaria Centro de Diseño. Entre los materiales se encuentra una nutrida biblioteca, cintas con grabaciones inéditas y una caja que vino de México con la inscripción “Muy viejo”, donde se encontró un cuaderno de doble raya de Alfredo niño con sus primeras lecciones de escritura. “No me extrañaría que por ahí apareciera algún recorte de pelo de nosotras, de chiquititas: puede haber cualquier cosa, incluso nuestros cordones umbilicales están guardados en alguna parte”, comentó Serena mientras sonreía. Su tarea es ordenar las fotos por momentos y fechas y dijo que algunas están digitalizadas pero con una tecnología de hace diez años.

    Uno de los objetos más singulares de la colección es un tucán embalsamado. Se nota el disfrute de la hija cuando recrea una escena familiar que no llegó a vivir de manera consciente. “Papá era muy bichero. Había viajado a algún país tropical y quedó fascinado con los tucanes. Hizo los papeles para traer uno. Amaba a Alejandro, semejante pájaro que andaba sobre su hombro y comía de su mano. Yo tenía unos meses de vida y un invierno papá se tuvo que ir de gira, y mi abuela abrió la puerta y el tucán salió al frío… Volvió a entrar pero a los pocos días se enfermó y se murió. A mi madre le vino un ataque porque Alejandro había muerto y Alfredo no estaba, y no era época de celulares. No podía enterrarlo, no sabía cómo explicarle lo qué había pasado y en la locura buscó alguien que embalsamara animales, hasta que encontró una veterinaria. Cuando volvió papá, se lo encontró así, durito”.

    Zitarrosa ya se había separado de la madre de Serena y Moriana y vivía en un apartamento con un patio pequeño al fondo, donde había unos canteros con plantas. “Un día fue a visitarlo Moriana”, recuerda Serena, “y le dijo: ‘¡Papá, tenés todo lleno de bichos peludos!’. Porque aquello negreaba de bichos (se ríe). Y él le respondió: ‘¿Cómo los voy a matar si se van a convertir en mariposas?’. Claro, iban a mutar. Me acuerdo que de chica le decía: ‘Papá, por favor, matá la araña’ y él me explicaba que no, porque la araña podía tener arañitos y ‘mirá si los vas a dejar sin la mamá’”.

    El cantante crió perros para conseguir un ejemplar particular, cuando vivían en el Prado. “Con mamá, en los primeros años de casados tenían a Barullo, un ovejero alemán al que amaban. Cuando murió, papá quiso conseguir otro con un carácter parecido y por eso puso un criadero”. Serena encontró en las cajas la carpeta con los pedigrees de los canes. A las diferentes camadas les ponía series de nombres, por ejemplo a una la bautizó con A: Ayax, Afrodita, Aquiles, Athos.

    En un momento la casa parecía un zoológico. No solo había un criadero de perros, sino que además había un jaulón con 150 canarios roller. “Claro, papá los traía y después los cuidaba mamá. Tenía un zorrillo operado —para evitar el olor— y no sé cuántas cocotillas. En un momento tuvimos 150 peces en una pecera que dividía toda una pared. Teníamos gatos, tortugas, gansos”.

    Serena vivió siempre rodeada de las cosas de su padre. “Me cuesta muchísimo esta parte de la clasificación, ver qué va para dónde: desmembrar todo esto me duele, así como tirar cosas. Son pequeños duelos que una va haciendo. Además, tengo conciencia de que son cosas de mi papá-Zitarrosa, porque no me pasaba lo mismo con las cosas de mis abuelos: me era más fácil tirar”.

    La mayor parte de las cajas contienen libros: desde volúmenes sobre marxismo, hasta estudios sobre la historia del caracol. Según su hija, Zitarrosa “gastó fortunas” en encuadernaciones de lomos iguales con sus iniciales, conservando las tapas originales. “Todos tienen anotaciones, eso quiere decir que compraba libros y los leía. Era un tipo que sabía, pese a que no tenía formación universitaria”. Serena recuerda haber visto libros de jardinería, de razas de caballos, de perros, la colección completa de Marcha, de Historia y de Literatura. “Libro que me pedían en la escuela o en el liceo, libro que estaba en esa biblioteca, como la colección completa de Los tesoros del saber y los diccionarios”. Lo inesperado acecha en esas cajas: entre los libros pueden aparecer papelitos y servilletas con anotaciones.

    “Papá murió en el 89, cuando yo tenía 15 años. No fue un duelo natural. Cuando uno pierde a un ser querido hace el duelo y después elige cuándo volver a acercarse a sus objetos e imágenes para evocarlo. Nunca tuvimos esa posibilidad porque papá siempre estaba presente. Nos llevó diez años poder volver a escuchar un disco suyo. Sin embargo, estábamos bombardeadas por la radio, o me llamaban por teléfono por una consulta. O pasaban la lista en el liceo y me preguntaban: ‘¿Vos sos algo de Zitarrosa?’. Todo el tiempo está presente: vas al súper, miran tu tarjeta de crédito y te comentan algo. El no poder hacer ese cierre es difícil”, comentó Serena, quien tuvo la mitad de su casa ocupada por estas cajas hasta hace un año. “Mi papá vivía en mi casa, todavía. Tuvimos que mudarlo. Para mí, papá todavía está de gira en algún lado. En mi percepción fue mucho más el tiempo de vida que viví con él que el tiempo que viví sin él, aunque en realidad sean muchos más los años vividos sin mi papá”.