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    Los productores detienen la adopción de tecnologías novedosas debido a perspectivas más desfavorables

    En el universo de ciencia ficción del escritor Isaac Asimov, la inteligencia artificial se rige por tres leyes fundamentales: los robots no harán daño a un ser humano ni permitirán que este se lastime por inacción; tendrán que obedecer las órdenes impartidas por otro ser humano, excepto cuando atente contra la primera ley, y deberán velar por su bienestar, siempre y cuando estén en línea con la primera y la segunda ley.

    Hasta ahora, la tecnología implementada en el campo ha seguido estas tres reglas sin dificultades, aunque los empresarios se muestran reticentes a invertir en las últimas novedades para el agro, debido a las proyecciones desfavorables para el sector, sostuvieron técnicos de algunas empresas que comercializan tecnología de avanzada para el agro. “Los productores están expectantes de lo que sucederá con los cultivos, y hasta no saber los resultados de los rendimientos de la cosecha de soja no quieren incurrir en ningún gasto extra”, contó a Campo Antonio Villaluenga, técnico de Geofly, empresa que vende servicios de fotogrametría que se hace a través de drones.

    En los últimos meses algunos productores han contratado a la empresa para realizar algún trabajo puntual, como evaluar las características de la cosecha, pero en general las consultas han decaído, dijo Villaluenga. El precio por el servicio que ofrece tiene un piso de U$S 1 por hectárea.

    El especialista, que también trabaja en la empresa KPN —dedicada a la venta de tecnología para la agricultura de precisión—, estuvo hace pocas semanas en la Expoactiva, Soriano, donde se exhiben las últimas novedades para el agro. Allí, reunido con algunos de sus clientes, volvió a confirmar el estado de ánimo que reina entre quienes viven de lo que produce la tierra. Pero el hecho de que, ante una perspectiva menos optimista por la caída de los precios de los granos, los productores dejen de experimentar en otras opciones, constituye una paradoja, razonaron los técnicos.

    Dedicar dinero para este propósito “no es un gasto, sino un ahorro”, aseguró Guillermo Weinstein, otro de los técnicos de KPN.

    Un ejemplo de ello son los pilotos automáticos para sembradoras, cosechadoras o mosquitos. Estos equipos constan de una pantalla táctil a color y de un motor eléctrico que se coloca en el volante del vehículo. En la pantalla aparece la información de la chacra. En ese tablero digital se establece un patrón con dos puntos —uno inicial y otro final— y a partir de esa recta se trazan más líneas paralelas que, al igual que la primera, son seguidas por el piloto automático sin necesidad de que el operario intervenga.

    “Lo que permite este equipo es un trabajo más prolijo y superperfeccionista”, señaló Weinstein. De esta manera, explicó, se evita que la máquina sembradora, por ejemplo, pase dos veces por una misma zona, o deje de pasar por otra, gastando semilla innecesariamente o dejando zonas sin sembrar. “Con el piloto automático haces un uso eficiente y evitas gastos innecesarios”, reflexionó.

    “Un operario trabaja en épocas de zafra 10 horas todos los días, pero al tercero está cansado, mientras que una máquina nunca se cansa. El operario solamente tiene que controlar que todo funcione correctamente, sin forzar la vista, sin estar atento a seguir una línea”, relató Weinstein. Y comentó que al piloto automático colocado al vehículo se pueden agregar sensores de rendimientos que determinan variables como el rendimiento del cultivo y la humedad.

    Si bien entendió que hablar de pagar en el entorno de los U$S 14.800 que valen los pilotos automático, o de los U$S 4.650 que cuestan los sensores, puede generar “suspicacias” entre los productores, la idea es hacer comprender que comprarlos es una inversión, insistió Weinstein.

    Independientemente de la situación actual del agro, instalar entre los productores el uso de artefactos que todavía son incipientes en el campo, y que pueden parecer costosos, si aún se desconocen sus beneficios, es dificultoso de por sí, valoró Weinstein.

    Multipropósito

    Sin embargo, con el correr del tiempo, el valor de las tecnologías tiende a descender. Así sucedió con el precio de algunos de los drones que se comercializan en el mercado. El Trimble UX5, un modelo con forma de avión que viaja a 80 kilómetros por hora, y resiste viento de hasta 60 kilómetros, por ejemplo, pasó de costar U$S 100.000 a U$S 50.000 entre el año pasado y este. La baja del precio se debe a distintas variables, pero principalmente incide el aumento de la competencia, la llegada de nuevos modelos y otras marcas y representantes, relató Villaluenga.

    A este factor, que puede incentivar la utilización de nuevas tecnologías, se le agrega la ley de suelos implementada por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. La legislación, que busca preservar la tierra, pone un límite para plantar cultivos por más de un determinado tiempo, lo que incluye el producto más rentable: la soja. En ciertos casos, para poder plantar la oleaginosa una vez más sin tener que rotar, la ley exige al productor realizar terrazas, para lo cual el dron es de gran utilidad, apuntó Villaluenga.

    El dron vuela 1.000 hectáreas en 40 minutos y realiza un relevamiento rápido que permite hacer un modelo digital a partir del cual se planifica el diseño de terrazas en los lugares más críticos de erosión, explicó el técnico. “En ese sentido hubo muchas consultas”, dijo, aunque enseguida volvió a señalar que, a partir de principios de este año las consultas para adquirir este servicio disminuyeron debido a las proyecciones menos favorables respecto al futuro del sector.

    Esto también se aplica para el sector del arroz, donde el trabajo que realizan los drones puede ayudar a mejorar la gestión de los cultivos en aspectos fundamentales, como el riego. A partir del mapa de tres dimensiones que se obtiene tras el relevamiento hecho por el dron, por medio de un programa de computadora —AutoCAD Civil— es posible determinar el escurrimiento de una gota y ver hacia dónde se dirige de acuerdo con el relieve. Se pueden calcular las cuencas y detectar en qué zonas hace falta agua, indicó Villaluenga.

    Forestales

    En el sector forestal, a partir del modelo digital obtenido por el dron y con el programa adecuado —eCognition de Trimble— se puede saber con exactitud cuál es la densidad de árboles existente en un monte. También detectar si hay agujeros dentro de los bosques, lo que es imposible lograr con otro sistema de relevamiento. Por este motivo se ha hecho “mucha cartografía forestal”, contó el técnico.

    Resaltó que el mapa obtenido elimina el error de perspectiva mejorando la precisión, que definió como “brutal”. Y agregó que, además, también sirve para diseñar un camino a una chacra y detectar los posibles obstáculos para ello.

    Un relevamiento todavía más avanzado

    Un escáner que, montado en un avión, emite millones de rayos láser y registra el terreno con una exactitud nunca antes vista es la última tecnología en materia de relevamiento de terreno, contó a Campo Antonio Villaluenga, técnico de Geofly, empresa que vende servicios de fotogrametría a través de drones, pero que todavía no ofrece este servicio.

    Hasta ahora, este es ofrecido por pocas empresas en el mundo. En Uruguay ha sido contratado solo por compañías forestales. El escáner permite “sobrepasar” la vegetación y los árboles y obtener datos del suelo, lo que la hace todavía más atractiva que la también novedosa fotogrametría lograda por los drones (ver Campo del 9 de octubre del 2014), que registran solamente hasta dónde llega la vegetación, explicó el especialista.

    “Renovar los viñedos”

    En la viticultura han existido avances tecnológicos que permiten realizar el trabajo con más precisión y en menos tiempo. Pero, al igual que sucede en otros sectores del agro, la “incertidumbre” respecto al futuro, sumado a los altos precios de las nuevas maquinarias, influye para que el productor se muestre reticente a apostar en innovaciones.

    Así evaluó en diálogo con Campo el presidente del Centro de Viticultores, Adrián Suárez.

    Hace dos años llegaron a Uruguay cosechadoras de uvas que, pasando por arriba de ella, sacuden la planta sacándole los granos al racimo. “Eso facilita mucho la tarea, en especial considerando la escasez de mano de obra que hay”, narró Suárez.

    “El tema es que acá hay muchos sistemas de conducción que no se adaptan a la máquinas, en particular el que utilizan los pequeños viticultores, que es la lira”, apuntó. En estos casos la máquina no funciona, y el desafío es poder “adaptar” los viñedos a estas tecnologías, indicó.

    Una equipo nuevo de cosechadoras cuesta en el entorno de U$S 300.000, aunque se consiguen usadas a un precio menor. En Uruguay, hasta el momento, existen alrededor ocho cosechadoras de este tipo funcionando.

    Además de que su adopción es compleja debido al sistema de algunos viñedos, y a un precio que es “inaccesible” para muchos productores, la falta de certezas sobre el futuro inmediato del sector tampoco ayuda. “Tenemos mucha incertidumbre porque la cantidad de viñedos acá en Uruguay, en un año normal de cosecha, supera la demanda del mercado interno y se depende de las exportaciones”, explicó.

    La producción de uvas de este año se prevé que gire en torno a los 9 millones de kilos, aunque todavía no se tienen cifras precisas, indicó Suárez.

    Roñadoras para cortar las ramas, tijeras y atadoras electrónicas para facilitar el trabajo y reducir los costos de producción son otros de los equipos que están a disposición de los viticultores, pero que todavía tienen una presencia marginal. “Hay que pensar en renovar los viñedos en todos sus aspectos tecnológicos”, remató Suárez.