“Soy cocinero, no chef”, dice rotundo, y agrega que lo aclara para hacerles honor a los chefs que conoce y respeta. “Me desenvuelvo en la cocina y me gusta. Hace 20 años que trabajo en el rubro gastronómico, pero estoy lejos de poder definirme como chef”. Justamente de su profesión en la cocina surgió el libro que Gustavo Fripp acaba de publicar. En el restaurante que durante cinco años tuvo en la zona histórica de Colonia del Sacramento, era frecuente que los comensales porteños le hicieran preguntas sobre palabras que aparecían en su menú y no entendían. Una de las más habituales era sobre el boniato, y así quedó plasmada en el título de su trabajo ¿Qué es boniato, maestro? Pequeño diccionario ilustrado de uruguayismos para porteños(Alter Ediciones, 2019), que el lunes 16 en la librería Puro Verso presenta el guionista y director de cine y televisión Pedro Saborido. En tono de humor, el libro se enfoca en palabras y expresiones que se usan en Montevideo y Colonia, sin pretender abarcar todos los “uruguayismos”. En los años 90, Fripp fue editor en Montevideo del fanzine La Gaceta Callejera y después de la revista Barrikada. “Como aquello de la revolución no pintó, intenté aburguesarme sacando una revista de sátira política”, escribió en la solapa de su libro. Esa revista se llamó Oligarca puto! y de su sátira no se salvó ninguna figura política. También ha colaborado en la revista Lento y en la diaria con artículos sobre Colonia. Ahora, Fripp se trasladó a Montevideo donde abrió un boliche en Tristán Narvaja y Paysandú, que lleva el mismo nombre que el que tenía en Colonia: Qué lo parió, Mendieta. Es que Fripp se declara fanático de Inodoro Pereira. Decorado con cuadros de su padre, Gustavo Fripp Cal, artista plástico coloniense, el nuevo boliche ofrece un menú de comidas caseras en el que figuran, claro está, los boniatos. Allí se desarrolló la siguiente entrevista con Búsqueda.
—Yo había vivido ocho años acá, después volví a Colonia, donde nací, y me quedé unos diez años. Allá se puso muy jodida la cosa con la crisis argentina en el gobierno de Macri. En Montevideo tal vez fueron noticias del informativo, que se miraban con más o menos preocupación, pero en Colonia se sintió en la calle y cerraron negocios. Perjudicó sobre todo a las áreas vinculadas al turismo: hoteles, restaurantes, cambios, pequeños comercios. En un lugar como Colonia, uno trabaja en la temporada y con lo que gana tiene que sobrevivir todo el año. Entonces, como ya habíamos tenido dos malas temporadas, se dio una oportunidad y nos vinimos a Montevideo. Acá abrí este boliche que trabajo con mi madre y dos amigos.
—Ofrecíamos un menú de comida casera, sin mucho firulete, pero más allá de la propuesta gastronómica enfocada al turismo, teníamos una propuesta cultural. Colonia es un lugar cosmopolita, pasa gente de todos lados que a veces se queda a vivir. Entonces siempre tenés la posibilidad de desarrollar propuestas culturales, aunque desde el punto de vista económico no es redituable. Creo que se pudo crear un punto de encuentro y de referencia con gente que tenía ganas de hacer cosas: exposiciones de pintura, encuentros de música, lecturas, stand ups, pequeñas obras de teatro.
—¿Cómo fue el origen del diccionario?
—En Colonia siempre están en la charla las diferencias de palabras entre argentinos y colonienses. Eso genera curiosidad. Muchas veces algunas personas me preguntaron sobre el boniato cuando lo veían en el menú. Lo servíamos con una salsita casera. Me preguntaban: “¿Qué es boniato, maestro?”, con ese cantito de los de capital federal con la “s” marcada. Nunca se me había dado por escribir algo, pero una amiga argentina, que vive hace muchísimos años en Colonia, un día me dio la idea de hacer un diccionario, algo chico a modo de folleto como para regalarles a los visitantes. Me puse a escribir las palabras más comunes, caldera, lampazo, champión, pero con definiciones medio cuadradas y aburridas. Era algo rápido para repartir en temporada. Pero cuando empecé a buscar material, me di cuenta de que estaba buenísimo.
—¿Usaste algún criterio en especial para trabajar?
—El proceso creativo fue caótico. En realidad, cuando mi amiga Ana Paula vino con la idea, fui anotando en un cuaderno esas palabras más usuales y después salí con una libretita a escuchar cómo habla la gente. Llegó un momento en que era algo enfermizo y me pasaba pensando si una palabra se diría igual acá o en Buenos Aires. La única solución que encontré fue anotar y preguntar. A veces buscaba en Internet.
—En tus agradecimientos figuran varias personas que te ayudaron en esa búsqueda. ¿Cómo se dieron esos aportes?
—Tengo una amiga que me dice que en Colonia hablamos en canario-porteño, como si fuera un portuñol coloniense. Muchos conocidos argentinos, familiares, amistades, incluso examores colaboraron conmigo. El WhatsApp que había aprendido a usar hacía poco me permitió comunicarme con ellos prácticamente todos los días. Me fueron haciendo aportes y también me llenaron de dudas, y de las dudas también se aprende. Así estuve tres años. En algún momento los llegué a atomizar y me preguntaban: “Che, ¿cuándo sale ese libro?”.
—Consultaste varios diccionarios y páginas sobre lenguaje, pero no es estrictamente un trabajo académico.
—En la bibliografía hay desde diccionarios incipientes hasta páginas de Facebook y trabajos académicos. Cuando empecé a escribir aquel folletito inicial, nunca me imaginé que iba a haber una correctora de estilo (Ana de León) y que una lingüista (Yamila Montenegro) iba a colaborar y a estar interesada en este trabajo. Ellas estuvieron como un año laburando en este libro y le pusieron mucha pasión. Yo hice la parte más divertida.
—¿Te dieron trabajo algunas definiciones? La de zum o sun no parece sencilla, tal vez ayudó el dibujo…
—Las ilustraciones son de Lupita Rabidus y nos pareció que estaba bueno que el diccionario las tuviera. Algunas definiciones sí fueron difíciles y a veces me agarraba de los pelos, pero las ilustraciones no están por ese motivo. Aunque es cierto que a alguien que nunca vio un zum el dibujo le puede ser útil.
—¿Por qué optaste por el humor en este diccionario?
—No dije “voy a escribir un libro de humor”, me fue saliendo y me fue gustando. A medida que iba escribiendo me soltaba más y entonces surgió la sátira, que es lo que mejor me sale. En este trabajo hay unas partes más seriotas y otras con más humor. Algunas me aburren.
—El dibujante argentino Gustavo Sala acaba de sacar un libro de cómics sobre cómo ve a los uruguayos, y Pedro Capusotto con Saborido proponen un programa en ese tono. ¿El humor es la mejor forma de tratar esas diferencias?
—Hay gente que se junta en un boliche a hablar de las diferencias entre pancho y salchicha y pasan tiempo con esa boludez, otros tienen la virtud como Sala, Capusotto y su guionista, Saborido, de hacer algo inteligente. Se dieron varias coincidencias: el libro de Sala salió tres días antes que el diccionario y también que Capusotto con Saborido vinieron con una propuesta de programa a Uruguay. Para presentar el diccionario pensamos en alguien que tuviera que ver con el humor. Salió el nombre de Saborido y a todos nos gustó. Por eso lo va a presentar él.
—¿Es difícil hacer sátira política?
—No, es muy fácil, yo todos los días me levanto, prendo la radio y se me ocurre escribir una revista. Ahora la sátira está presente en la gente con comentarios en las redes. Si se pudiera sistematizar y sacar en una revista sería enriquecedor. A fines de la dictadura, se esperaba con ansiedad que saliera Guambia para ver qué dibujo tenía o qué decía sobre algo que había pasado. Ahora un gurí hace un meme en tres minutos. Eso es genial.
—En las definiciones de palabras asociadas con lo político, como wilsonismo, pachequismo o frenteamplista, das mucha información que a veces se mezcla con opinión. ¿Lo hiciste en forma consciente?
—Uno está opinando siempre, pero los datos son objetivos y fidedignos. Me divertí mucho haciendo esa parte.
—…
—Veo que no te satisface mi respuesta.
—Es que se nota una diferencia con el resto del diccionario. ¿Te resultó difícil ser imparcial con esas palabras?
—Es difícil ser imparcial y yo no tengo interés en serlo. Además hice el diccionario pensando en determinado tipo de público.
—¿Cuál es el público?
—Lo pensé para los turistas que iban al boliche en Colonia, que eran porteños interesados por la propuesta cultural. Pero no en cualquier porteño, no pensaba en los soberbios, esos que todos odian. La verdad es que me asombra que acá en Montevideo la gente lo esté leyendo y le esté gustando.
—A partir de este libro, ¿te pusiste a pensar más en el lenguaje, te gustaría investigar en el habla de otras zonas de Uruguay?
—Claro, me despertó una gran curiosidad. Si me hubiera puesto a escribir este libro cuando era un guacho a lo mejor estudiaba lingüísticao algo similar. Hay cantidad de palabras que no usamos conscientemente y sería bueno tener acceso a la punta de la madeja para conocer cómo surgieron. Si pudiera tener un año entero para pasear por todo el país estaría buenísimo. Si te movés 50 kilómetros todo comienza a ser distinto. Ahora sigo anotando palabras que voy conociendo. Ya llevo como una carilla escrita.
—En el libro das un correo para que la gente haga aportes ([email protected]). ¿Estás pensando en una segunda edición?
—Para eso se tiene que vender la primera. Sabíamos que iba a pasar esto, que iban a surgir más palabras después de que el libro se publicara. Es una forma de enriquecerlo.