“¿Protegimos suficientemente a los sectores más vulnerables?”, se preguntó Bernardi, especialmente preocupado por el impacto de la pandemia en los adolescentes y los adultos mayores. La respuesta es incierta, porque no hay suficiente información: “En el GACH pedimos datos al Ministerio de Salud Pública (MSP) de cómo estaba el número de consultas psiquiátricas, suicidios… Obtuvimos solo algunos, otros no estaban disponibles. No hay evidencia sin datos. ¿Alguien sabe cómo se distribuyeron los contagios y muertes por clase social? Hay agujeros negros en la información, y eso no está bien. Hacen falta registros, datos, información”, afirmó.
—Los coordinadores del GACH, (Rafael) Radi en especial, insistían en que el grupo iba a trabajar en forma regulada, progresiva, programática y basada en evidencias. ¿Qué quiere decir para un científico “basada en evidencias”? Ese es el punto clave. Como científicos tenemos un compromiso colectivo de basarnos en hechos y explicar bien claro cómo sacamos conclusiones de los hechos. Ahí hay caminos muy claros, que implican trazabilidad del pensamiento para que otro pueda reproducirlo, transferibilidad de las conclusiones, replicabilidad. Evidencia, en español, no es algo que está cantado por sí mismo. Viene del inglés, y quiere decir “comprobación”.
—¿Esto de la comprobación y la evidencia hizo difícil el trabajo del GACH? Porque el Covid-19 era algo sin precedentes y muchos dicen que se fue aprendiendo sobre la marcha. ¿En qué evidencia podían basarse?
—Pero estábamos todos atrás de las últimas publicaciones. Fuimos construyendo el conocimiento y ¿cuál fue el resultado? Que tuvimos que ir corrigiendo cosas que decíamos. La gente decía: “¿Por qué no dicen de entrada las cosas?” Porque no las sabemos. ¿Cuánto van a durar las vacunas? ¿Cómo está actuando la Pfizer en Israel frente a una nueva variante? Eso hay que comprobarlo. Eso quiere decir evidencia, que uno supone y después comprueba, monitorea, chequea y ve si es lo que uno pensaba.
—Del GACH surgió el OSEC, que tenía por objetivo estudiar la salud mental de la población en el contexto de la pandemia. Al principio algunos informes hablaban de la percepción de miedo y el acatamiento de las medidas. Pero en esta etapa más avanzada de la pandemia, ¿cómo está la salud mental de los uruguayos?
—Con Henry Cohen nos invitaron a un webinario internacional convocado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y otras organizaciones para hablar de los aspectos comportamentales de las medidas no farmacológicas, cómo las personas se podían proteger de una infección, no solo con vacunas o medicamentos, sino cuidando el contagio. Discutiendo allí, propuse crear un observatorio socioeconómico y comportamental. Ahí tomamos consciencia de varias cosas. El GACH estaba compuesto fundamentalmente por personas del área biomédica y de las ciencias exactas. Estaban menos representadas las ciencias sociales. La medicina es biopsicosocial. Entonces, propuse incluir ciencias sociales. Así surgió el actual OSEC. En noviembre o diciembre uno miraba los comportamientos, y había una inmunidad psicológica previa a la inmunidad biológica, antes de que entraran en juego los anticuerpos. Nos teníamos que cuidar de la infección evitando los lugares que suponíamos podían contagiar. Pero eso no se estaba dando. No había tapabocas, no había distancia. Y ahí empezaron a subir los casos. Entonces el GACH advirtió que era el momento de aplicar las normas de la OMS, burbujas entre los que conviven. Las burbujas uruguayas no fueron las mismas de Nueva Zelanda e Inglaterra, fueron una espuma que se iba estirando.
—¿Y qué comportamientos notaron desde el observatorio?
—Vimos que la gente estaba muy poco dispuesta a reunirse solo con los de la burbuja. Había entre 20% y 30% de adhesión a esa norma. En general había consciencia de que hacían falta medidas más restrictivas, pero el gobierno pensaba que eso hubiera exigido mucha coerción, porque las medidas no farmacológicas que se pueden tomar van desde la educación, la persuasión, hasta medidas vinculantes, coercitivas, etc., pero hay una amplia gama en el medio, de convencimiento, persuasión, etc. La gente estaba bastante convencida, quería ir aflojando un poco más, no tenía ganas. La mayor parte de la población estaba harta. Para los adolescentes era una tragedia, porque afectó su cerebro en momentos de socialización y en que necesitan contactos múltiples. Eran medidas costosas.
¿Cuál es el gran problema? Que calibramos el termómetro en un enfermo con fiebre. No teníamos medidas previas. Uruguay no estaba preparado con un estudio previo. Pero empezamos a juntar datos, agregamos las nuevas escalas, los nuevos sistemas clasificatorios. Estamos desarrollando instrumentos pero, de vuelta, en la marcha. Es una evidencia sesgada por un contexto crítico, de crisis y de estrés.
—En Uruguay no se alcanzó aún la inmunidad de rebaño, pero sí se puede notar que hay cierto afloje, ¿es esto reflejo de esa “inmunidad psicológica”?
—Creo que eso ocurrió claramente a fin del año pasado. Aflojamos, y se vio que subían los casos. Vinieron las vacaciones y a inicios de febrero ya se vio el panorama clarísimo. Acá pensamos que el problema terminó, como dentro de un tiempito llegaban las vacunas…
—¿Cree que hubo suficiente atención a la salud mental de los uruguayos durante la pandemia?
—Globalmente, la población se autorreguló en buscar un equilibrio entre cuidarse y no sacrificarse demasiado. El gobierno acompañó esa postura y la gente se sintió muy a gusto con esa actitud. Ahora, ¿protegimos suficientemente a los sectores más vulnerables? En el GACH pedimos datos al MSP de cómo estaba el número de consultas psiquiátricas, suicidios… Obtuvimos solo algunos, otros no estaban disponibles. Esto es otra cosa, no hay evidencia sin datos. ¿Alguien sabe cómo se distribuyeron los contagios y muertes por clase social? Hay agujeros negros en la información, eso no está bien. Hacen falta registros, datos, información.
Ricardo Bernardi. Foto: Nicolás Garrido / Búsqueda
—¿Y cómo evalúan la calidad de la atención en salud mental y en general?
—El observatorio, al igual que pasó con otras instituciones científicas y organizaciones, en este momento quedó como medio en el aire. Ya no existe el GACH, pero lo que se armó como observatorio, con Naciones Unidas y otros sectores que colaboran, sigue en pie. Lo que uno va viendo es que hay sectores donde hay que poner la lupa, sobre todo en los adolescentes, que fueron vistos muchas veces como victimarios, porque hacían fiestas, etc. No, no. Los que no cumplieron mucho la convivencia fueron otros sectores, de edad media más bien. Pero sí que el adolescente precisa una vida social que no tuvo, es un sector vulnerable. Sí que los mayores pueden haber quedado muy solos. Y sí que las personas que vieron amenazado su trabajo y que la convivencia familiar se hizo difícil, donde había situaciones de hacinamiento, pasaron situaciones estresantes severas. Todo eso hay que focalizarlo y estudiarlo.
Esto es mucho más amplio. Si vamos a cambiar el sistema de salud hay que evaluar mejor al paciente. Hay mucho para estudiar, para ver cuáles son los sectores que realmente sufrieron más seriamente las consecuencias de la pandemia. Necesitamos conocerlos más por clase social. Tenemos que ver también ahora cuán eficaces son los tratamientos que estamos usando. En Uruguay no tenemos esa información, no nos gusta que nos evalúen, no tenemos prácticas de hacerlo. En muchos casos no sabemos si quiera cómo hacerlo.
—¿Pudieron acceder a datos sobre el consumo de psicofármacos en la pandemia, las internaciones psiquiátricas y tratamientos?
—Obtuvimos algunos datos en forma directa. Los estamos estudiando. Otros datos los pedimos al MSP y estamos esperando. Es clarísimo que tiene que haber un órgano evaluador de calidad de la atención. En eso estoy trabajando en la Academia de Medicina, con el apoyo de la comisión de salud mental. También hubo iniciativas, se llevaron conversaciones adelante con figuras del gobierno.
—¿Cuáles fueron esas iniciativas y qué respuestas obtuvieron?
—Bastante antes del verano, la presidenta de la academia, Graciela Lago, con un grupo de la comisión de salud mental de la academia, habló con Martín Lema —entonces presidente de la Cámara Diputado— sobre el tema, teniendo en cuenta las leyes que estaban en consideración. Y no solo la evaluación del tema de los medicamentos de alto costo, sino todo el tema de la evaluación de la calidad de la atención en salud. Lema estuvo muy interesado y preparó un contacto con el MSP. Pero después vino el verano y todo el tema del agravamiento de la pandemia. Tenemos que empezar a evaluar qué efecto tienen los tratamientos. Hay que monitorizar y tener el alcance para hacer estrategias de tratamiento y de abordaje eficaz, orientado hacia donde está el problema.
—¿Cómo sería la integración de ese órgano evaluador? ¿De quién dependería?
—Hay experiencias muy interesantes en todos los países. La más famosa es la NICE (Instituto Nacional para la Excelencia en la Salud y el Cuidado) de Inglaterra. Es un organismo evaluador que propone guías clínicas de cómo hay que actuar y de cómo evaluamos. Hay otro en Alemania y en Francia. Son muy parecidos al GACH e independientes en su juicio. Eso es fundamental. Muchas veces están integrados por distintos sectores. En Estados Unidos hay agencias de calidad y son independientes. Creo que hay que aprovechar ahora el impulso, porque todos en el GACH quedamos muy conformes con la posibilidad de un trabajo conjunto. Eso es unánime.
- Recuadro de la entrevista
Uruguayo reconocido por la asociación de Freud