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    Luis Lacalle Pou y el largo camino desde una derrota dolorosa hasta la construcción de un presidenciable

    Fue en la noche del 26 de octubre de 2014. Luis Lacalle Pou estaba en una de las habitaciones del Hotel NH Columbia mirando ansioso las pantallas. Esperaba ver los primeros resultados de las elecciones. Había un ambiente raro, difícil de definir. Una mezcla de fervor e incredulidad que iba ganando cuerpo en todos los dirigentes blancos. Los números que se manejaban antes de que se abrieran las urnas tenían a los nacionalistas frotándose los ojos. Las encuestas previas, y los teléfonos descompuestos, daban unos porcentajes que permitían soñar con el batacazo, con la chance de quedar bien perfilados para ganarle el balotaje al candidato frenteamplista Tabaré Vázquez. Subía y subía la espuma de la euforia. Hasta que dejó de subir. Lacalle Pou contó alguna vez que cuando vio los números de la derrota irremontable en la televisión, sintió como que alguien le abría la camisa y le daba tres balazos en el medio del pecho. Así de shockeado quedó esa noche. Así terminaba la película de la que había imaginado otro final: sin disparos y con una banda presidencial.

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    Pero lo que tuvo Lacalle Pou fue la capacidad de proyectar rápidamente una nueva función. Reseteó y empezó otra vez. De todo el menú de candidatos que hubo en este período electoral, el nacionalista fue quizás el único que, con tiempo y sin apuro, se fijó obsesivamente la idea de volver a esas noches de nerviosismo en las que se esperan los resultados electorales. Se plantó sin pudor como precandidato de los blancos casi que al inicio mismo del gobierno de Vázquez, cuando nadie hablaba de candidaturas.

    Hubo varios mojones en esa nueva construcción de un presidenciable. El primero fue la autocrítica. En julio de 2015, a solo ocho meses del día en que perdió, y a cuatro años de las siguientes elecciones, Lacalle Pou reunió a todo su sector en la ciudad de Trinidad, en Flores. Fue como una especie de retiro para la catarsis y el análisis donde se dejaron claras dos cosas: que ya había un candidato en carrera y que había que trabajar mucho para llegar al gobierno.

    En Flores, hace más de cuatro años, se analizaron los números de las últimas elecciones, para arriba y para abajo, al derecho y al revés. Los números decían que en ese momento el Frente Amplio tenía 400.000 votos más que el Partido Nacional.

    Y entonces se pusieron arriba de la mesa varias preguntas: ¿dónde están esos votantes, dónde viven?, ¿son jóvenes, son viejos?, ¿cómo captarlos?, ¿cómo seducir a los frentistas?, ¿cómo bajar los muros del rechazo? Arturo Silvera, un militante blanco y referente del sector Todos en cuestiones estadísticas, concluyó esa vez en Flores que había que “dedicar estrategia, tiempo, recursos y mucho trabajo” en las áreas urbanas y en las franjas etarias más jóvenes. Y que si había una antorcha de esperanza, la portaba un candidato “joven y urbano” como Lacalle Pou. Y él respondió: “Me juego la cabeza que en la gente sobrevoló una forma de ser, una ilusión. Fuimos atractivos. Nos hicieron unas guiñadas y después fueron a aterrizar a la comodidad personal”. Y avisó: “Somos un partido con vocación de gobierno que hoy nos toca el rol de oposición”.

    El consejo de Sanguinetti al diputado canchero.

    Lo que siguió a ese retiro en Flores donde todo fue teoría y buenas intenciones, fue pasar a la acción. Al tiempo que los dirigentes del sector recorrían pueblo a pueblo para convencer, para tratar de bajar barreras, Lacalle Pou también iba limando sus aristas complejas, corriendo los umbrales de simpatía con una impronta renovada de articulador y capacidad de liderazgo para formar equipos.

    El candidato advirtió que había un techo que se le hacía difícil superar para ser atractivo a nuevos votantes: el barrio privado, el hijo de, el surfista. Además de buscar rodearse con técnicos y dirigentes que lo ayudaran a alejar prejuicios, empezó a hacer un esfuerzo para mostrarse presidenciable. Todos los 1º de marzo, vestido con traje y corbata y con rictus serio, le habló directamente al presidente Vázquez con una serie de propuestas que su “gabinete en las sombras” había preparado especialmente para ofrecerlas al gobierno.

    Por esas épocas, Lacalle Pou escuchó más de lo que habló. Tenía diálogos periódicos con el expresidente colorado Julio María Sanguinetti. En una de esas charlas, Sanguinetti le aconsejó que si quería llegar al gobierno no pensara más en los blancos, que pensara en los colorados. “Y los colorados no votamos diputados cancheros, votamos presidentes”, le dijo.

    El expresidente José Mujica también lo había visto como un candidato con serias chances. “Vázquez no se dio cuenta de los cambios y Lacalle Pou la tiene clarita”, le dijo a los periodistas Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz en el libro Una oveja negra al poder.

    El senador blanco iba construyendo su camino. Uno de sus allegados compartió a Búsqueda un análisis de su crecimiento. Evaluó que hay una lógica que se repite: Lacalle Pou va conquistando en la interna, ganando liderazgo entre sus oponentes, para después sumarlos como aliados. Lo hizo en el 2014, cuando se quedó con la interna del Herrerismo, luego del Partido Nacional, y después sumó a su contrincante Jorge Larrañaga para que lo acompañe en la fórmula. Lo hizo ahora en el 2019, cuando venció a Larrañaga y a la incógnita millonaria de Juan Sartori y también los encolumnó velozmente detrás de su candidatura mientras iba tejiendo las alianzas con el bloque opositor para formar una coalición que está a las puertas de llegar al gobierno.

    Lacalle Pou fue subiendo los escalones hasta llegar a su pico de rendimiento que sin embargo lo encuentra con mesura y cautela. Lo dijo en uno de los últimos actos antes del balotaje en una calurosa noche en la ciudad de San José: “Perder es un instante. Ganar lleva tiempo y sacrificio”.

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    Información Nacional
    2019-11-21T00:00:00