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    María Kodama, viuda y albacea de Jorge Luis Borges, murió a los 86 años

    Guardiana feroz

    Su nombre despierta al mismo tiempo respeto y rechazo. Con su melena canosa y su figura menuda, con su hablar pausado y de perfecta dicción, María Kodama defendió con ferocidad la obra de Jorge Luis Borges, con quien se había casado en 1986, dos meses antes de la muerte del escritor. Heredera universal y albacea de su esposo, tuvo a su cargo la administración de la obra y de los derechos de autor. Y con uñas y dientes fiscalizó, llevó a juicio y se peleó con quienes consideró que violaban esos derechos. Kodama murió el domingo 26 a los 86 años. Curiosamente, Borges tenía esa misma edad al morir.

    Hija de un padre japonés, químico y fotógrafo llamado Yosaburo Kodama y de María Antonia Schweitzer, hija de un alemán y de una española, Kodama había nacido en Buenos Aires en 1937. Algunos datos familiares los fue “soltando” en entrevistas, con versiones a veces contradictorias. En algunas ocasiones decía que el padre era descendiente de samuráis; en otras, que el padre le llevaba a su madre 30 años, pero a veces decía que la diferencia había sido de nueve años. Siempre contaba que con su padre visitaba museos y que él le transmitía historias de peleas de luchadores de Oriente y que la había imbuido de la disciplina japonesa, algo que le gustaba a Borges. Decía que a los cinco años había conocido al escritor por su profesora de inglés que le leyó uno de sus poemas y que a los 12 su padre la llevó a una conferencia a escucharlo. Hasta allí lo que pudo haber sido.

    Lo cierto es que a los 16 años Kodama participó en un seminario de épica que dictó Borges y allí lo conoció en persona. Fue surgiendo entonces una amistad que se afianzó cuando en 1971 Borges se divorció de su primera esposa, Elsa Astete, con quien había estado casado tres años. En 1975 murió la madre del escritor, Leonor Acevedo, una mujer sobreprotectora que le había hecho la vida imposible a las pocas novias que había tenido, incluida Elsa.

    Kodama entonces fue su compañía permanente y siempre viajaba con él. Se recibió de profesora de Literatura en la Universidad de Buenos Aires y se especializó en literatura anglosajona e islandesa. Fue también traductora de esas lenguas. Con Borges colaboró en la Breve antología anglosajona (1978) y en Atlas (1984); tradujo con él La alucinación de Gylfi, de Snorri Sturluson (1984) y El libro de la almohada, de Sei Shonagon. Borges ya estaba prácticamente ciego, él dictaba y ella escribía.

    En 1979, el escritor redactó un testamento, la nombró su heredera y le dejó la mitad de su dinero. La otra mitad la destinó a Fanny Uveda, la empleada doméstica que había trabajado durante décadas en su casa. Pero en 1985 Borges modificó ese testamento, le dejó a Fanny una suma mínima y nombró a Kodama heredera universal. La pareja se marchó a Italia y Borges no regresó más a su país. Murió de cáncer en Ginebra el 14 de junio de 1986, poco después de casarse con Kodama.

    La manera personal y caprichosa de administrar el legado literario de Borges es lo que más se le ha criticado a Kodama. Reeditó libros que el escritor no quería reeditar o suprimió dedicatorias. Acusó a Adolfo Bioy Casares de “traidor”, por lo que contó en su libro Borges, que es un relato de la amistad entre ambos escritores. Le inició juicio a Fanny por injurias porque la empleada había reclamado en la Justicia, sin éxito, su herencia de 1979. Revisó con lupa cada biografía que se publicaba del escritor y cada acto de homenaje.

    El escritor Pablo Katchadjian estuvo en la lista de perseguidos por Kodama. En 2009 publicó El Aleph engordado, un experimento literario por el que le agregaba al cuento de Borges 5.600 palabras. El autor imprimió unos 200 ejemplares, prácticamente para amigos y conocidos, pero Kodama consideró que violaba derechos de autor y lo llevó a juicio. Recién en 2021 terminó la querella a favor de Katchadjian y Kodama debió pagarle 888.000 pesos argentinos.

    Pero ella no se detuvo allí y siguió enviando a editores, críticos y escritores a la Justicia. Demandó al periodista Juan Gasparini por su libro La posesión póstuma, en el que plantea que el testamento final de Borges había sido modificado contra su voluntad. El periodista fue sobreseído en 2004. En 2010, Kodama ganó una querella por difamación en Francia contra el crítico Pierre Assoulin, que había atacado en una nota sus decisiones literarias. Le ganó también una demanda a la editorial Alfaguara, que debió sacar de librerías los ejemplares de El hacedor (de Borges). Remake, del escritor español Agustín Fernández Mallo.

    Por todos estos juicios y persecuciones, la revista argentina Anfibia la apodó en un artículo “la Cruella de Vil de la literatura argentina”. Pero hay quienes la defienden por su labor de difusión de la obra de Borges y por hacerle la vida más plácida en la vejez. “Yo creo que gracias a ella —basta para saberlo leer el precioso testimonio que es Atlas— Borges, octogenario, vivió unos años espléndidos, gozando no solo con los libros, la poesía y las ideas, también con la cercanía de una mujer joven, bella y culta, con la que podía hablar de todo aquello que lo apasionaba”, escribió en una columna de 2014 Mario Vargas Llosa en defensa de Kodama.

    Ella se mantuvo activa hasta poco antes de la pandemia y viajaba a menudo a ferias del libro. En 2016 estuvo en Uruguay en la Feria Internacional de la Promoción de la Lectura y el Libro de San José y, en 2017, en la FIL Guadalajara, que tenía como país invitado de honor a Argentina.

    En estos días, se está discutiendo quién administrará ahora la obra de Borges. El abogado y apoderado de Kodama, Fernando Soto, dijo a medios argentinos que ella había dejado todo resuelto y que se sabrá pronto cuál fue su decisión. Se habla de que podría haber hecho arreglos con alguna universidad estadounidense y con otra de Japón, pero nada es seguro.

    Según el folclore japonés, los kodamas son espíritus ancestrales guardianes de los bosques. Son pacíficos, pero se enojan cuando alguien no respeta el entorno natural en el que habitan. María Kodama parecía llevar en su apellido una versión recargada de esos espíritus, porque su celo fue implacable para cuidar la obra del máximo exponente de las letras argentinas.