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Dos propuestas muestran el fuerte carácter racista de la política norteamericana hacia Alemania en 1945. Una de ellas fue la que pretendía deportar a todos los alemanes. La otra era la que proponía esterilizar a todos los hombres para, en el largo plazo, acabar con los alemanes.
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Peor aún —pues a diferencia de las anteriores sí se llevó a la práctica— fue el plan del ministro de Finanzas de EEUU, Henry Morgenthau, quien obtuvo el apoyo abierto de Roosevelt y Churchill para liquidar la zona industrial del Ruhr y dividir Alemania en varios países rurales. El objetivo de Morgenthau se hizo público antes del fin de la guerra y motivó a los alemanes a endurecer la resistencia.
El texto oficial de este plan establecía la destrucción de la región industrial del Ruhr: “Esta región no solo que debe ser desmantelada de toda la industria actualmente presente sino que también debe ser debilitada y controlada para impedir que vuelva a ser una base industrial”.
¿Cómo lograrlo? Morgenthau lo especificó así: “En un plazo no mayor a seis meses luego del cese de las hostilidades, todas las plantas industriales que no hayan sido aniquiladas por la guerra deben ser completamente desmanteladas y destruidas”. El 16 de setiembre de 1944, en Quebec, Roosevelt y Churchill firmaron un memorando “para convertir a Alemania en un país agrícola y pastoral”.
Goebbels supo usar esta política impulsada por Morgenthau para argumentar que el judaísmo seguía siendo la mayor amenaza para el país.
La muerte de Roosevelt y la desaparición política de Churchill no impidieron que en la Conferencia de Potsdam (julio-agosto de 1945) se aceptase la decisión de quebrar económicamente a Alemania (ya el 26 de marzo de 1945 Goebbels había escrito en su Diario que los angloamericanos adelantaban que “5.000 alemanes iban a morir de hambre cada día”).
Luego de la guerra, Alemania fue dividida en cuatro partes. En la zona de ocupación estadounidense se logró sabotear e impedir cualquier tipo de recuperación económica.
El 2 de febrero de 1946, el responsable estadounidense —brigadier general William H. Draper— escribió satisfecho a Washington: “Se han hecho progresos en el plan para convertir a Alemania en un país agrario y de industria ligera”. Y agregó que de seguir así, en el futuro Alemania estaría obligada a importar alimentos y materias primas para poder mantener “un nivel de vida mínimo”. Más de 700 fábricas alemanas fueron desmontadas y se redujo la producción de acero al 25% del nivel prebélico.
Además de esta guerra económica, los aliados agravaron la situación humanitaria prohibiendo la importación de alimentos y los envíos de ayuda del exterior, llegándose al extremo de que EEUU le negase al Vaticano el envío de alimentos a los recién nacidos. Hoy, Washington hubiese sido condenado por crímenes de lesa humanidad en La Haya.
La política de hambrear a los alemanes no dejó nada al azar: los soldados estadounidenses tenían órdenes estrictas de no darle alimentos a la población local y sus esposas estaban obligadas a destruir los restos de comida para que nadie los pudiese aprovechar.
Durante el invierno de 1946-1947, un alemán promedio consumía entre 1.000 y 1.500 calorías diarias: eran menos de las que se consumían en los peores tiempos de la Edad Media. La mortalidad infantil en Alemania fue el doble que la del resto de Europa hasta fines de 1948.
En 1947, el general George Marshall y el ex presidente estadounidense Herbert Hoover denunciaron que EEUU iba camino a exterminar a 25 millones de alemanes.
Sin embargo, una vez más quedó claro que Alemania era el motor de Europa. Con Alemania ahogada, ni Francia ni los otros países del continente eran capaces de recuperarse. Además, los partidos comunistas crecían y la Guerra Fría se calentaba. Muy a su pesar, EEUU tuvo que dar marcha atrás. A mediados de 1947, la nueva directiva política se basó en el hecho de que “la contribución productiva de Alemania es necesaria para una Europa próspera”.
La realidad geopolítica de la posguerra le había torcido el brazo a EEUU.
El Plan Marshall selló el fin de la guerra económica de los aliados contra el pueblo alemán. Y aunque Alemania fue obligada a pagar por compensaciones de guerra una suma muy superior a la que recibió del Plan Marshall, en pocos años logró concretar el llamado “milagro alemán” y volver a liderar Europa.
¿Habrán los anglosajones aprendido la lección? Personalmente, estoy convencido de que no.