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    Mi padre, un mafioso

    POR

    Calabria, al sur de Italia, en la punta de la bota, entre el mar Tirreno y el Jónico, es conocida por sus bellas playas, por las deliciosas berenjenas adobadas con aceite de oliva, por la sopressata, por el perfume que se extrae de la cáscara de la bergamota y por… la ’Ndrangheta, esto es, la gente que impone respeto: la mafia.

    ¿Y esta película con el rostro enternecedor de esa niña trata de la mafia? Sí, de la mafia calabresa contemplada a través de los ojos de una adolescente que descubre el mundo. O mejor aún: de la vida de una adolescente que un día, en la celebración del cumpleaños 18 de su hermana, descubre que su padre anda en algo raro. También podría tratarse, si le damos una vuelta, de cómo nos ven nuestros hijos cuando un día les tenemos que dar sinceras explicaciones a propósito de lo que hacemos para ganarnos la vida.

    A Chiara (2021), el tercer largometraje de Jonas Carpignano, completa la trilogía calabresa que había iniciado con Mediterránea (2015), sobre inmigrantes africanos que llegan a Italia y hacen lo que sea para sobrevivir, y A Ciambra (2017), sobre el maravilloso Pio Amato, un gitanillo que te vende lo que sea y te consigue lo que sea porque se abre camino en la vida también a como dé lugar. Las tres películas —disponibles en Mubi— están ambientadas en Calabria y, lo que es más importante, las tres están realizadas con actores no profesionales y con familias que hacen de ellas mismas. Es asombroso el resultado. Como si las actuaciones de los intérpretes profesionales, de las estrellas de toda la vida, se cayesen a pedazos con sus artificios al lado de estas que son profundamente naturales. Hay un valor de la verdad difícil de explicar.

    Ese toque espontáneo, de vibración auténtica, neorrealista, no es para cualquiera. Fácilmente se puede morir en el intento, en rostros endurecidos por el pánico inexpresivo, en parlamentos titubeantes. Hay que tener destreza y sobre todo confianza en los actores para apenas dirigirlos y posibilitarles esa necesaria emoción que destilan en las tres películas. Que se hagan creíbles en sus propias palabras. Son elencos literalmente familiares. Cuando al final vemos pasar los créditos se repiten los apellidos. En A Ciambra el apellido que predominaba era Amato; en A Chiara el apellido que se repite es Rotolo.

    La Chiara tiene 16 años. Es hermana de la Giulia, que cumple 18. Ambas son hijas del Claudio Guerrasio, con quien es mejor tener las cosas claras y andarse con cuidado. Pequeños gestos nos indican que el padre es de pocas palabras aunque a su alrededor todo sea música, brindis, bailes y alegría. Como en esta vida nadie está a salvo de que se metan con uno, la fiesta de cumpleaños no termina bien. A partir del momento en que el padre debe “desaparecer” por un tiempo, la figura de Chiara crece y se transforma en el motor y en los ojos exclusivos de la historia. Además, Chiara tiene su carácter (de tal palo, tal astilla) y no se convence con aquello de que papá salió en viaje de negocios. Ella pregunta, enfrenta, investiga. Tiene que saber la verdad como sea y no le importa llegar hasta las últimas consecuencias. Gracias a ese empeño tenemos momentos reveladores del trabajo más íntimo de las mafias vinculadas al narcotráfico. De todos modos, esta es una película “de mafias” completamente atípica en cuanto a su tratamiento. Es casi como si fuese un documental más cercano a la devoradora necesidad de información que tiene un niño que a las consecuencias que genera esa información en su vida familiar y concreta, y que por lo general se traduce —para gusto del público— en corridas de autos, tiros con la policía y ajusticiamientos entre bandas. Esta es la mafia de entrecasa. Lo que ocurre cuando papá está en el laboratorio.

    Hay un diálogo maravilloso, frontal y sincero, cuando Chiara comienza a obtener respuestas del padre. Como en casi toda la película, el parlamento está sostenido con primeros planos de estos actores que destilan una verdad epitelial en cada palabra, en cada respuesta:

    —Y eso que vos hacés, ¿por qué te trajo problemas con otra gente?

    —Porque soy muy bueno en lo que hago y más barato que otros.

    —¿Sos un pez gordo de la droga?

    —Nooo, los peces gordos son los que lavan el dinero.

    Mamita, que levanten la mano quienes estén libres de pecado en este pequeñito negocio del que tenemos noticias diaria e invariablemente en los informativos de todos los países del mundo.

    Otro ejemplo en una secuencia con gran tensión en un auto. Otra vez primeros planos, esta vez con un manejo notable de la banda sonora. Para descontracturar el peligro inminente, alguien recuerda el nombre del gran Rafael.

    —¿Sabías que nació en Urbino? ¿Y que uno de sus retratos más famosos es el del duque de Urbino? —le dice un pariente a Chiara. La chica no contesta porque es consciente del peligro que los rodea. Está aterrada.

    El pariente insiste:

    —Chiara, preguntame por qué Rafael es famoso.

    —¿Por qué es famoso?

    —Porque pintaba naturalmente. En aquel entonces los retratos eran para gente rica, con prestigio. El duque era feo, tenía la nariz torcida. Y lo pintó sin embellecerlo. Rafael era así: pintaba lo que tenía frente a él.

    Hay que ver la limpieza que adquiere la secuencia. Alcanzar un momento con semejantes emociones en juego y con tantos significados resultantes define a los cineastas de categoría A.

    Jonas Carpignano tiene 38 años. Su madre es afroamericana y su padre italiano. Nació en el Bronx pero actualmente vive en Gioia Tauro, Calabria. En el Bronx veía películas como Terminator 2; después, en la universidad, comprendió el valor de otras como La terra trema, de Visconti. Un día se acercó a Spike Lee y le pidió para trabajar en su película de lo que sea. Aprendió cine. Hizo cortos. Y con A Ciambra y sobre todo A Chiara, ya juega en las grandes ligas.