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    Mientras Uruguay pierde el tiempo discutiendo “la etimología del TLC” el mundo “avanza” y los competidores ganan terreno

    Los que se oponen a los acuerdos comerciales “tienen que darse cuenta de que no se puede” ir contra la realidad, advierte el especialista Nicolás Albertoni

    Nicolás Albertoni tiene 30 años y le preocupa el paso del tiempo. Más precisamente, le preocupa la lentitud con que Uruguay procesa el debate sobre su inserción internacional, mientras que el resto del mundo “va mucho más rápido”. A este ritmo, advierte, cuando el país esté pronto para “salir”, el mundo “va a estar hablando otro idioma”.

    Albertoni, con una maestría en Política Internacional por la Universidad de Georgetown, es investigador en la Universidad del Sur de California, donde estudia un doctorado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Está de visita en Uruguay para participar en un debate sobre inserción internacional organizado por el Partido Nacional. El objetivo de la charla, coordinada por el asesor en política exterior de Luis Lacalle Pou, Diego Escuder, es incidir en la discusión sobre la ratificación del tratado de libre comercio (TLC) que firmaron Uruguay y Chile.

    Mientras que el Frente Amplio está dividido y algunos sectores dudan si darán sus votos en el Parlamento, Albertoni tiene claro de qué lado está. Si se diera “un debate serio, capítulo por capítulo, sobre qué nos sirve y qué no, quedaría claro que el TLC es necesario en cualquier sentido”, dice.

    Para fundamentar la urgencia de que Uruguay apruebe ese TLC y se embarque en otros, el investigador cita el índice de vulnerabilidad comercial que elabora el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) y que mide el porcentaje de las exportaciones uruguayas que entran a los mercados con preferencia arancelaria. Cuanto más bajo el índice, más vulnerable el comercio exterior del país. Los datos preliminares muestran que entre 2006 y 2017 “Uruguay no solo se ha vuelto más vulnerable sino que sus competidores más importantes, Nueva Zelanda y Australia, han mejorado su posición de acceso a mercados de forma sustancial. Nueva Zelanda mejoró 33 puntos y Australia 44”, dice el informe.

    “El resultado del análisis tendría que ser un gran debate, porque quienes se oponen a los TLC tienen que darse cuenta de que no se puede parar al mundo”, concluye Albertoni.

    —¿Cómo evalúa la discusión sobre el TLC entre Uruguay y Chile?

    —El problema que veo es que no estamos debatiendo sobre el acuerdo en sí mismo ni en función de información y datos, estamos debatiendo sobre prejuicios: bueno/malo, blanco/negro, neoliberal/no neoliberal. Si en el Parlamento se diera un debate serio, capítulo por capítulo, sobre qué nos sirve y qué no, quedaría claro que el TLC es necesario en cualquier sentido. El problema es que capaz que lo va a terminar decidiendo una cúpula política a puertas cerradas y ahí estamos teniendo un tema institucional. Porque además, mientras nosotros estamos discutiendo la etimología del TLC y qué significa, hay un mundo que avanza. Y esto va a impactar. Nueva Zelanda en cinco años va a entrar con 30% menos en el precio de lo que nosotros vamos a entrar a China. Por eso la impaciencia puede ser un poco más grande, porque uno lo ve y puede medir el impacto. El tiempo va mucho más rápido en la negociación internacional de lo que lo está siendo nuestro debate.

    Tomemos como ejemplo el caso de la discusión sobre propiedad intelectual. El acuerdo de lo que habla es de exhortar a que Uruguay tenga los mecanismos más transparentes para cuidar la propiedad intelectual, es decir, que se protejan las ideas. Hay dos debates en esto: una es decir que no hablemos de propiedad intelectual porque no tenemos una masa crítica de patentes. La otra es: Chile nos está diciendo de proteger ideas. No es que viene Estados Unidos a pedirnos que protejamos las patentes. ¡Es Chile! ¿Por qué no nos damos cuenta de que el mundo va por ahí? No podemos darle la espalda a eso, pero sí podemos decir que no estamos preparados en los próximos dos, cuatro o cinco años. Darle la espalda a eso genera un desincentivo a la masa innovadora, porque estamos diciendo que rechazamos proteger las ideas.

    —Los laboratorios nacionales fueron los primeros en moverse contra el acuerdo con Chile.

    —Claro. En esos temas sí podemos poner líneas más rojas y decir que no quiero avanzar tanto en cierto punto, pero no podemos negarnos a discutir en general sobre propiedad intelectual porque tenemos pocas patentes. Creo que este debate de la inserción, en general, se divide entre dos grandes alas. Están los que dicen: “Seamos competitivos para insertarnos”, y los que decimos: “Insertémonos para ser competitivos”. Miremos lo que pasó con UPM. Solo te das cuenta de tu falta de personal calificado cuando te exponés al mundo. ¿Por qué los más abiertos son los que más innovan? ¿Por qué los más abiertos son los que han tenido, quizás, más avance educativo? Hicimos un análisis en la universidad de Estados Unidos sobre 20 acuerdos comerciales y vimos que en el 90% de los casos al año siguiente de concretarse el acuerdo se firmó un convenio educativo entre los países. Entonces, quedarnos afuera de esto nos deja afuera de una agenda del desarrollo sobre la que están avanzando nuestros competidores. Vamos a salir y el mundo va a estar hablando otro idioma.

    —Seguir el camino de firmar acuerdos comerciales bilaterales hoy no cuenta con el aval del Mercosur. ¿Hay que dejar el bloque regional?

    —No es que hay que irse del Mercosur, pero el bagaje de datos, de información de estos 30 años, nos muestra que no ha sido el camino acertado. Hoy hay 450 y tantos acuerdos comerciales regionales en el marco de la OMC (Organización Mundial del Comercio), de esos, el 90% son zonas de libre comercio y el 10% son uniones aduaneras, acuerdos más profundos, por decirlo de algún modo. El mundo está yendo hacia otro lado, esa es la primera conclusión que tenemos que sacar. Algunos defienden al Mercosur porque dicen que es uno de los principales destinos de nuestros productos. Y bueno, lo que faltaba es que no exportáramos, si son los únicos con los que tenemos preferencias.

    —¿Dar un portazo y abandonar el Mercosur es imposible?

    —Imposible. Hay un bagaje histórico, hay empresas que hace 30 años que exportan a la región. ¿Cómo les digo que a partir del año que viene van a perder acceso preferencial al mercado brasileño? Y también hay que saber jugar las cartas, porque yo no le puedo decir a Brasil de un día para el otro: “Seamos una zona de libre comercio”. No, no. Hay que explorar vías de flexibilización que nos permitan negociar con otros países sin dejar el Mercosur. Es algo que se tiene que discutir en el Mercosur, proponiendo alternativas que sean viables y bien vistas por el resto. Creo que puede ir por ahí la cosa para no dar portazos, pero tampoco para quedar en lo mismo.

    —En el gobierno destacan que pese a esas trabas Uruguay pudo diversificar sus mercados.

    —Hoy, hablar de diversificación de mercados no tiene casi sentido. Hay que ver adónde entramos y con qué preferencia comercial. Según un índice que desarrollamos en el CED, Uruguay subió su vulnerabilidad comercial tres puntos entre 2006 a 2017, mientras que Nueva Zelanda y Australia la bajaron sustancialmente. El índice mide el porcentaje de destino de nuestras exportaciones al que Uruguay entra con preferencia arancelaria en el mundo. En 2006, Uruguay era incluso menos vulnerable que Australia y Nueva Zelanda. El resultado del análisis tendría que ser un gran debate, porque quienes se oponen a los TLC tienen que darse cuenta de que no se puede parar al mundo. Está bien discutir esto en profundidad, pero hay que moverse más rápido, porque el comercio internacional no se mide en términos absolutos sino en términos relativos. Porque Nueva Zelanda vende lo mismo que yo y si va a llegar a los chinos con productos más baratos que los míos, capaz que la soja nuestra es más rica, pero si es mucho más barata, quedate tranquilo que se la van a comprar a ellos. Hay que medirse mirando para el costado, mirando a quienes compiten con nosotros en rubros grandes y en los que se nos va la vida. Que vamos a tener rubros sensibles en una discusión sobre el TLC es cierto y también que vamos a tener que cuidar que haya los menos perdedores posible, pero nada de esto nos debe limitar a darnos cuenta de que la apertura —y esto está medido— termina siendo más favorable. Después hay un tema filosófico: ojo con anclar eso de que primero tenemos que ser competitivos para después insertarnos, porque esa filosofía reduce incentivos. Sin darnos cuenta, generamos una impronta de “tranquilo, yo te protejo”. ¡No! El Estado y los privados tienen que estar prontos para competir.

    —Los críticos de los TLC afirman que esos acuerdos consolidan cadenas de valor transnacionales en las que los países como Uruguay quedan en el rol de proveer las materias primas. ¿Qué opina al respecto?

    —Es verdad que Uruguay puede quedar en la cola de la cadena con la parte más primaria, pero ¿cuál es la otra posibilidad?: sigamos exportando lo mismo y no somos parte de una cadena en la que mañana podemos aprovechar mi posición y buscar ensancharnos un poco más. Las cadenas de valor te meten dentro de un canal industrial que seguro va a tener un poco más de valor del que producís hoy. Al final del día, los Estados firman los acuerdos pero los que hacen uso de ellos son los empresarios, los trabajadores. El Estado es el que tiene que abrir la puerta para todo eso. Por eso me siento tan identificado con esto que se ha dado de los “autoconvocados”, porque creo que lo que están diciendo es: “Che, el mundo está dado para aprovechar todas estas oportunidades, lo que tenemos que poner de nosotros no lo estamos poniendo, que es un poco más de apertura, una reducción de los costos para tener un poco más de cuerpo en el mercado de destino”. Esas cosas que puede hacer el Estado no las está haciendo.