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Mientras busca soluciones para el 2022, OSE realiza esfuerzos extraordinarios para superar la “crisis hídrica” en la Costa de Oro
“El verano que viene nos tiene que encontrar bastante mejor parados. No se puede repetir una emergencia tan aguda”, dice el presidente de OSE. Foto: NDA.
Tras dos años de sequía, el presidente de OSE, Raúl Montero, tenía claro que en verano a la empresa le esperaban varios dolores de cabeza al cruzar el arroyo Pando hacia el este y hasta el límite de Canelones con Maldonado. En la Costa de Oro la cantidad de agua bruta para poder potabilizar y brindarles servicio a las 39.000 conexiones que alcanzan a casi 160.000 personas escasea.
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Montero define la gravedad de la situación de forma directa, sin rodeos. Lo que se vive allí es una “emergencia”, una “crisis hídrica muy grande”, una situación “preocupante y compleja”. ¿Qué quiere decir eso en la práctica? “No tener la seguridad de poder cumplir con la demanda de la gente, no poder suministrar a esa población. Lo digo con mucha preocupación”, responde el presidente de OSE.
Hasta ahora, la empresa logró mantener un servicio normal en términos generales. Aún así, estiman que tienen en la Costa de Oro una demanda insatisfecha de unos 4.000 metros cúbicos de agua diarios. Es decir que si pusieran esa cantidad de agua en la red, los clientes la consumirían.
Una de las estrategias que desplegaron fue la de reforzar el arroyo Sarandí —que divide La Floresta de Costa Azul—, tanto en su disponibilidad de agua bruta como en su capacidad de potabilización. En las últimas semanas llevaron agua bruta desde otras fuentes cercanas y desde perforaciones que realizaron en las que encontraron agua con posibilidad de potabilización.
En una de esas perforaciones, como el nivel de hierro del agua era muy elevado, instalaron una Unidad Potabilizadora de Agua (UPA). En el arroyo Sarandí instalaron otras dos UPA para reforzar, a su vez, la capacidad de potabilización de la usina, que habitualmente bombea unos 70 metros cúbicos de agua por hora y con el apoyo dispuesto llega ahora a los 100.
Otro punto crítico es la Laguna del Cisne, ubicada a la altura de Salinas, que tiene niveles de agua muy bajos por la sequía. Esa usina tiene una capacidad de 600 metros cúbicos por hora, pero tiene poca agua bruta disponible para potabilizar. OSE pretendía contar para este verano con una solución ya puesta en marcha: una tubería de cuatro kilómetros para pasar agua del arroyo Solís Chico a la Laguna del Cisne.
Aunque OSE estaba pronta para concretar la obra antes de la licencia de la construcción, no obtuvo a tiempo los permisos de la Dirección Nacional de Medio Ambiente y de la Dirección Nacional de Aguas. Las autorizaciones llegaron recién en los últimos días.
El despliegue para sostener el suministro en la Costa de Oro implicó la habilitación de siete perforaciones nuevas (cinco en Costa Azul y dos en Cuchilla Alta), y se prevé la habilitación de una más. Además se desplegaron en la zona 28 camiones. Siete de ellos son de OSE, tres tienen capacidad de 30.000 litros y cuatro de 10.000. Además se contrataron otros 21 camiones de 30.000 litros, 15 para el transporte de agua potable y seis para el de agua bruta.
Montero celebra que con el despliegue realizado —y con las lluvias recientes— lograron hasta ahora el objetivo de no quedarse sin agua. De todos modos, sabe que la situación no es sostenible, que no se puede normalizar esa forma de brindar el servicio que, además, implica un régimen de trabajo “bastante duro” para muchos recursos humanos de la empresa: choferes, obreros, operadores de planta, técnicos y el gerente general, entre otros. Por ese motivo, el presidente de la empresa ya tiene la mirada puesta en el 2022 y le encomendó a un equipo de trabajo que estudie soluciones a desarrollar.
“El verano que viene nos tiene que encontrar bastante mejor parados. No se puede repetir una emergencia tan aguda”, dice.
Además de las posibles soluciones provisorias para el verano que viene, la empresa tiene dos proyectos que se perfilan como las salidas más viables para dar una respuesta definitiva: la instalación de una planta desalinizadora o la construcción de un nuevo embalse con una usina de mayor capacidad que las que hay actualmente en la zona. Montero aclara que no son excluyentes; puede que sean necesarias las dos para terminar con un problema crónico que se arrastra desde hace años. Una planta potabilizadora, estima, tendría un costo cercano a los US$ 12 millones; mientras que el embalse y la usina son una solución más económica.