Misión imposible

escribe Pablo Staricco 
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El mundo está en peligro, una vez más. No este, nunca libre de amenazas, sino uno concebido por el director de origen inglés y éxito hollywoodense Christopher Nolan. Es un mundo de opulencia, de espías atractivos con trajes costosos. De antagonistas sin modales, seducidos por el sonido de sus propias voces. De escenarios colosales listos para volar en pedazos. Un mundo irreal no por su naturaleza fantástica, sino porque en él el tiempo puede ser manipulado y utilizado como un arma. Es el mundo de Tenet y, desde hoy, puede verse en cines uruguayos.

Se hizo desear. No solo su estreno nacional fue pospuesto una semana de su fecha original, sino que su llegada hasta la pantalla grande ha estado bajo un escrutinio constante de la prensa estadounidense. La razón: los riesgos sanitarios que su lanzamiento significa en ese país por el manejo de la pandemia. Desde su primer avance oficial en diciembre de 2019, Tenet (o más bien, Nolan) quería dejar algo en claro: la película se vería solo en cines. Para julio de 2020, la intención se mantenía. Una alternativa, como la de un estreno combinado en plataformas de streaming, no parecía ser una opción.

Hay algo de fetiche cinéfilo en asignarle la decisión de ese mandato a Nolan y no a los ejecutivos tras bambalinas del estudio Warner Bros. Pictures, donde el inglés ha construido gran parte de su carrera como realizador. El director de Dunkerque y la trilogía de Batman con Christian Bale es un ávido defensor de preservar la experiencia de ver cine en salas; priorizar el uso de tecnología analógica en lugar de la digital a la hora de filmar y mostrarse, siempre que puede, en contra de la popularidad de Netflix. “Ninguna fuente creíble ha afirmado realmente haber inventado algo que sea estéticamente superior a la película (en referencia a la cinta de celuloide) en este momento”, señalaba Nolan en el documental Side by Side, estrenado en 2012. Es probable que siga pensando de manera similar.

El paladín de lo cinematográfico se encuentra, ahora, en una situación más que privilegiada como director. Dos décadas después de haber irrumpido en el cine independiente estadounidense con la inventiva Memento; establecido cierto decoro en el cine de superhéroes con El caballero de la noche; demostrado su devoción indiscutible por Stanley Kubrick con Interestelar y haberse acercado al reconocimiento de la Academia con el drama bélico Dunquerque, Nolan tiene, en Warner Bros., un cheque en blanco. Para cobrarlo, parece haber decidido un gusto peculiar: hacer su propia versión de una película de aventuras con espías. Una de James Bond sin James Bond.

En lugar del agente secreto al servicio de Su Majestad, Tenet tiene a John David Washington. El actor —visto por última vez en El infiltrado del KKKlan— interpreta al “Protagonista”, un agente de la CIA sin nombre ni pasado o motivaciones personales. Al menos, inicialmente en el relato. Una misión fallida lo acerca a una palabra: Tenet, un palíndromo que a su vez abre las puertas al Protagonista y a los espectadores hacia dos elementos narrativos: una trama tradicional de acción y suspenso (una carrera contrarreloj entre buenos y malos para “prevenir la Tercera Guerra Mundial”) y una idea, atractiva y confusa, vinculada al tiempo.

Tenet se construye de una forma similar a la que El origen —que en Uruguay se estrenó en su versión aniversario como abrebocas cinematográfico— lo hizo ante las películas de atracos: explotando un concepto como marco narrativo y otorgándole un giro diferencial. Para su nueva aventura, Nolan, único guionista del filme, altera la percepción lineal del tiempo según lo experimentan personajes y espectadores mediante la superposición de acciones físicas. Una vez más, el inglés se aferra a herramientas tradicionales para intentar innovar. Si en El origen la edición permitía la superposición de planos oníricos mediante cortes transversales, en Tenet la cámara captura y muestra movimientos en tiempo real y otros al revés, es decir, moviéndose en una dirección temporal inversa. Para experimentarlo, solo es posible a través de la forma más convencional que existe para ver una película: de principio a fin. Sin vueltas.

Tras cargar su guion con todas las palabras presentadas en el cuadrado Sator —un figura compuesta por cinco palabras latinas que genera un multipalíndromo—, Nolan también sube la apuesta a la hora de asentar el concepto del bucle como resultado inevitable de una película que, hasta la segunda mitad, se mueve motivada por una acción convencional en las aventuras de espías: con mentiras, golpes, disparos y seducción. Es inevitable, incluso como se sugiere en el propio título de la película, que los conceptos de principio y fin pierdan relevancia.

Si suena confuso, sobre todo lo que refiere a la inversión del tiempo, es porque lo es. Si lo transportamos hacia el plano de la música, lo más fácil sería pensar en Tenet como la superposición del solo de guitarra de Geroge Harrison en I’m Only Sleeping, del álbum Revolver, con la voz de John Lennon. Mientras la canción avanza, Lennon canta y Harrison juega con nuestra percepción al incluir sonidos que no podrían salir de la guitarra de forma analógica. Necesitó, al igual que Nolan, de efectos especiales.

Si nos preguntamos cuál es la necesidad que el director tiene de aferrarse, generalmente, a un truco que lo ayude a contar sus historias, la escena inicial de Tenet puede que encierre una respuesta. Con un arranque tenso, sin contexto más que el de la acción, el Protagonista se infiltra dentro de las fuerzas policiales encargadas de detener un ataque terrorista a una ópera, donde un auditorio repleto se encuentra dormido debido a unos gases estratégicamente desplegados. El hecho, inspirado en la toma de rehenes del teatro Dubrovka de Moscú en 2002, construye una antítesis para lo que Nolan busca en las audiencias con sus propuestas: hay que mantenerse despierto a toda costa. Entre el truco del tiempo, la banda sonora de Ludwig Göransson y la fotografía de gran escala de Hoyte Van Hoytema, Nolan sabe cómo causar ese impacto.

El hechizo del tiempo, sin embargo, puede acabarse rápido, tanto por su complejidad como por su reiteración una vez desplegado. La mayor satisfacción de Tenet está en otro lugar: en el vínculo fraternal de sus dos protagonistas masculinos: Washington y Robert Pattinson, quien interpreta a un espía aliado del Protagonista, Neil. A la dupla le sobra el carisma y hasta cierta arrogancia (¿o ignorancia?) al saber que están liderando una de las grandes producciones más esperadas de 2020. Las bromas, la complicidad y los secretos terminan construyendo, inesperadamente, el vínculo emocional más efectivo de la película. Pattinson, a quien próximamente se lo verá como Batman, logra robarle alguna escena a Washington, quien aquí carga con la labor de salvar al mundo, tener un interés romántico por el cual preocuparse (Elizabeth Debicki) y lidiar con un antagonista más maleducado que memorable (Kenneth Branagh).

Si bien los personajes de Tenet suelen verse condenados a dos tipos de actitudes (una de decisiones físicas y otra de explicaciones), la construcción de suspenso hasta el golpe final, una escena que cambia el espionaje por la guerra, es cautivante. Hay que reconocer que el cineasta ha mejorado en su puesta en escena y donde antes la escala parecía jugarle en contra, hoy lo muestra más desenvuelto y bastante más orientado.

¿Cuál es, entonces, la idea rectora detrás de Tenet? Que todo está predeterminado. Con el vínculo de causa y efecto trastocado pero no dañado, la película no oculta un final algo esperable y una última gran explicación de una idea que organiza temáticamente la película entera y promueve una revisión inmediata. Fuera de la ausencia de ese riesgo, si algo hay que celebrar es que finalmente el director parece haber aceptado, públicamente, su interés por la creación de acertijos narrativos y no de relatos con un contenido emocional profundo. En Tenet no hay tal cosa como el poder del amor del que se hablaba en Interestelar. Sí hay, de todas formas, un diálogo de coincidencias con el presente que le dan al filme algo profético, con personajes obligados a usar mascarillas y una sociedad futura (¿la juventud?) que se ve amenazada por la de su pasado/presente.

“Es un proyecto que literalmente existe porque la cámara de cine existe”, explicó Nolan en las notas de producción de la película. “Lo que tiene una cámara es que ve el tiempo. El cine, en sí mismo, es la ventana al tiempo que permitió que este concepto existiera”, agregó. Si a Tenet alguna vez se le asignó la tarea de devolver la fe en el cine de grandes producciones, probando los límites de las herramientas que se utilizan para su confección, hay que revisar esa misión. Resulta, principalmente, una obra que demuestra las habilidades de un director funcional, con ideas creativas, que sabe cómo mantenerse en forma para ser parte de la conversación. Si su nombre quedará o no junto a otros grandes de su época, todavía está por verse. Es cuestión de tiempo.

Vida Cultural
2020-09-16T21:07:00