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    Miss Simpatía era de los malos

    Columnista de Búsqueda

    N° 1978 - 19 al 25 de Julio de 2018

    , regenerado3

    Hace unas semanas, cuando la selección croata pasó a la fase final del Mundial, la figura de su presidenta pasó a ser moneda corriente en sus partidos. Vestida siempre con la camiseta mantelera, Kolinda Grabar-Kitarovi aparecía en las pantallas, alentando a sus jugadores o conversando de manera más o menos protocolar con sus compañeros de palco. Estos sí vestidos siempre de acuerdo con el protocolo: traje oscuro y camisa clara.

    Muy pronto comenzaron a circular en las redes unos memes que enumeraban una serie de cosas que se suponía había hecho Kolinda para llegar a Rusia: había viajado en clase turista en un avión de línea, se había pagado los gastos de su bolsillo y para estar ahí había pedido vacaciones sin goce de sueldo. Exactamente la clase de cosas, pensé, que casarían con una líder que en vez de estar gobernando (para eso fue votada) se tiraba unos días de verano vestida de futbolista, mirando fútbol desde un palco.

    Y sin embargo, la percepción generalizada no fue esa. Al contrario, fue que Grabar-Kitarovic era una presidenta humilde, que estaba cerca de su pueblo, que era muy distinta del resto de presidentes que ocasionalmente pisaban el palco. Esos que siguen el protocolo, hablan poco, manifiestan menos y se bancan calladitos cada vaivén del partido. Era una presidenta como los suyos, como su votante y su pueblo.

    En el fondo, esta percepción no es extraordinaria: por un lado, el líder populista hace todos estos gestos precisamente para generar esa clase de “empatía”, un mecanismo cada vez más popular a la hora de mirar la realidad, que sustituye el análisis razonado de las acciones de alguien por unas palmaditas en la espalda y un “dale, que venís bien”. Y por otro, cada vez más, el ciudadano elige quedarse con esos datos superficiales que hacen a determinados aspectos del carácter de la persona que el líder es, no a su liderazgo. Y mucho menos al contenido de su programa de gobierno y a los efectos que sus acciones provocan en la vida de la ciudadanía.

    Por los avatares del torneo, Croacia terminó jugando su primera final de un Mundial contra Francia, un equipo que tiene jugadores de varios tonos de piel que van desde la palidez vampiresca de un Pavard a la oscuridad densa de un Kanté. Ahí se activó entonces otro mecanismo propio de nuestras nuevas democracias sentimentales: la “defensa” automática y no muy razonada de quien, por alguna razón histórica, se considera oprimido. Sin entrar a valorar el racismo y el eurocentrismo contenidos en esa “defensa” (ya le dediqué una columna en La piel de la pelota), fue sencillo para los bienpensantes oponer a la muy blanca Croacia (debían de ser nazis si eran blancos, eso es algo que sabe cualquiera) con la más oscura y variada Francia. Para eso tuvieron que olvidar convenientemente que hacía dos días nomás Francia era, según sus nuevos defensores, el resumen del más feroz colonialismo.

    Aparecieron ahí los memes de Modric, cuyo saludo al público se convirtió en un saludo nazi, y el video con el cantito pro-Ucrania del central Vida acompañado por un amigo, sorpresa, ucraniano. Todo lo que hiciera falta para que la dicotomía indios vs. vaqueros fuera nítida, simple, accesible y coreable. Porque de eso se trata la democracia sentimental, de hacer la ola en el estadio según sople el viento. La necesidad de plantar el punto de vista propio en versiones dicotómicas de la realidad es así: no le importan los datos de la realidad ni las contradicciones que genera con su propio discurso previo.

    En un tuit de hace un par de días, el periódico español El Diario escribía: “La adorable presidenta de Croacia que esconde a una xenófoba”. Es cómico que sea justo un diario el que se pise el palito de esa manera tan flagrante: Grabar-Kitarovic no solo no ha escondido sus ideas sobre la migración, las llevaba en su programa de gobierno. Los responsables de difundir una visión amigable de la presidenta croata fueron precisamente medios como el suyo, que se apresuraron a construir una imagen simpáticamente populista. Y eso es así porque medios como El Diario creen de corazón que existe un populismo bueno (el que es afín a su línea ideológica) y uno malo (el que hace “cosas nazis”, al decir de Peter, protagonista de Padre de familia). Lo mismo les pasa con las dictaduras.

    Lo interesante no es tanto lo visibles que se volvieron las filias y fobias ideológicas ante un simple partido de fútbol y ante una presidenta que no pasa de ser una política de derechas más o menos del montón en un país que, como su propia selección demuestra, ha carecido de atractivo para los inmigrantes. Lo interesante, creo yo, es que esta situación revela la imperiosa necesidad colectiva de fundar las opiniones sobre dicotomías simples que permitan colocarse moralmente en un lado o en otro.

    Dicotomías que son creadas en función de seleccionar de la realidad solo aquellos datos que confirman lo que se pretende confirmar: primero, que la líder croata era austera y responsable (difícil cuando en vez de gobernar está mirando fútbol) y después, que era una suerte de demonio blanco que resumía todo el horror que implica tener una selección (¡y un país, óigame, un país!) de puros croatas pálidos. Desde la perspectiva de los diarios no es mal negocio: primero vendés titulares en un sentido y luego los vendés en el otro. Escamoteándole al lector, siempre, el contexto y las referencias.

    Dicotomías falsas que son consumidas con euforia por una ciudadanía a la que no le importan ya demasiado los aspectos fácticos o racionales: basta la foto de un jugador saludando a la tribuna para construir un nazi. Que esa clase de mamarrachos se afiancen como realidades es responsabilidad en primer término de quien las crea y las difunde: hay mucha gente con agenda propia y con tiempo libre. Pero en segundo término, la construcción de esa realidad “a medida” está en la compra acrítica de toda esa mercadería averiada por parte de los ciudadanos.

    Hay una pregunta muy elocuente que se le atribuye a Manuel Vázquez Montalbán, intentando resumir las dificultades que tenían los izquierdistas en España a finales de los ochenta para hacer frente común: “¿Contra Franco vivíamos mejor?”. Es decir, preguntarse si las cosas no eran más simples cuando el dictador estaba vivo y era más sencillo plantarse ante sus desmanes. Algo de eso es lo que pasa en el mundo actual, en donde los ejes ideológicos tradicionales ya no sirven para dar cuenta cabal de las nuevas realidades: migraciones, millones de refugiados, debilitamiento de las democracias liberales y la creciente convicción, empujada por populistas a derecha e izquierda, de que los datos no cuentan, solo la “empatía” y las emociones.

    Para quienes necesitan tener un piso firme, un dogma sobre el cual pararse para poder mirar, este mundo lleno de nuevas dinámicas que no responden a la lógica bipolar del mundo de la Guerra Fría es un verdadero incordio. Y es que durante la Guerra Fría estaba el riesgo de desaparecer en una nube de neutrones, pero al menos medio planeta tenía claro que los malos eran los de la otra mitad. Hoy esa lógica ya no sirve para explicar casi nada. Por eso es que las presidentas croatas pueden transmutar de Miss Simpatía a Presidenta Xenófoba en dos tuits.

    ?? Cambio de bando