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Si alguien todavía recuerda a José Sacristán (Madrid, 27/9/1937) es porque este actor español pegó fuerte cuando protagonizó “Solos en la madrugada” (José Luis Garci, 1978). Aquel locutor radial, de voz poderosa y dicción perfecta, les hablaba a los solitarios que no dormían de noche, les decía cosas incómodas, los provocaba, era molesto pero necesario, irritante pero reflexivo, cuestionador pero transparente. Y todos podían entender lo que decía aunque utilizara la ironía y la acidez, pues no tenía pelos en la lengua para referirse a las cosas cotidianas, las que de una manera u otra afectan a todo el mundo.
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En el Uruguay de la dictadura (el filme se estrenó en mayo de 1983 en el Cine Plaza), muchos estaban dispuestos a compartir los comentarios de aquel locutor nocturno que utilizaba la libertad de expresión como un afilado estilete, máxime cuando identificaba al actor protagónico con alguien comprometido con lo que decía, como si su actuación fuera un mero instrumento para expresar pensamientos propios. Eso hizo de Sacristán , que ya había aparecido antes en “Asignatura pendiente” (1977, también de Garci), uno de los intérpretes más queridos por el público de aquella época y uno de los más frecuentados por las carteleras montevideanas (“Pantaleón y las visitadoras”, “El diputado”, “La vaquilla”, “La noche más hermosa”, “Un hombre llamado Flor de Otoño”).
Ahora, muchos años después, con apariencia de hombre maduro pero bien conservado (tiene más de 70 años), el artista vuelve en Madrid, 1987 a utilizar su filosa lengua en el papel de un veterano escritor que está de vuelta de todo. Cínico y descreído de los valores humanos, acepta empero una entrevista con una jovencita aspirante a periodista (María Valverde), porque su único fin es acostarse con ella para demostrar que aún es un tipo irresistible. El individuo ha escrito varias novelas y tiene una columna de opinión en un periódico madrileño, por lo que se cree con derecho a decir lo que se le antoje y hasta maltratar de palabra a alguna admiradora que se le acerca para pedirle una dedicatoria en un libro de su autoría. No es simpático, habla demasiado, fuma demasiado, provoca demasiado.
Sin embargo, ella acepta cualquier cosa con tal de acercarse al modelo admirado. La verborragia del sujeto no parece amedrentarla, tampoco el hecho de que él abandone la mesa de café en donde fabrica sus notas tipeando con dos dedos en una vieja máquina de escribir y la invite a casa de un amigo pintor que se ha ido por el fin de semana. Las intenciones son claras, pero ni así ella (que podría ser su nieta) se atreve a decirle que no. La aventura tendrá una derivación inesperada, ocurrirán varias cosas que parecían cantadas. Pero, independientemente de lo que pase, el hombre no para de hablar: es como una máquina de producir frases inteligentes, agudas, mordaces, que podrían deslumbrar a la chica si no tuvieran como única intención (declarada) llegar a poseerla sin demasiada esperanza de éxito.
Cualquiera tendría derecho a pensar que esta es una película conversada y teatral, donde dos únicos personajes se enfrentan en un duelo dialéctico de frases elaboradas y respuestas tajantes. Pero no es así, porque la cámara está siempre atenta para no registrar pasivamente la acción sino para formar parte de ella. En eso, el director y libretista David Trueba tira los dados y apuesta fuerte, pues un encierro entre dos personajes, apoyado únicamente en el diálogo, es algo difícil de digerir. Se requiere, ante todo, un libreto sólido, buenos diálogos y actuaciones de primera, siempre contando con que los personajes sean creíbles y convoquen la atención del público, que se reparta por igual el interés hacia esos personajes y que no decaiga jamás el ritmo de la acción. Lo contrario es apostar al perdedor.
Claro que es muy grande la diferencia entre el maduro escritor y la jovencita principiante. Ella nunca va a estar a la altura de él y todo el peso del diálogo va a recaer en ese viejo impertinente y descreído. Aunque como se trata de José Sacristán, ya se sabe que su actuación será muy convincente y que su perorata no será aburrida.
Ella lo acompaña muy bien y es bonita y talentosa: tanto que logra equilibrar el plato de la balanza a pesar de que hable menos y haga valer su presencia juvenil y su pureza esencial. Todo va bien hasta que se empantana. Y eso se veía venir. Sostener el asunto durante 104 minutos requiere un pulso muy firme. Hacerlo crecer implica mucho talento. Y culminarlo debidamente es ya una tarea mayor. Trueba lo sostiene hasta que puede. Entonces, la última media hora no crece sino que se cae, y la culminación es harto insatisfactoria. Los intérpretes se salvan, pero algo dice que no todo funcionó como era debido.
“Madrid, 1987”. España, 2011. Director y libretista: David Trueba. Con José Sacristán, María Valverde, Ramón Fontserè. Duración: 104 minutos.