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“Ser parte de la solución y no del problema”. Esa ha sido en estos meses una muletilla entre los gerentes bancarios que alude al rol que su sector debería tener frente el impacto del Covid-19 en la economía, en contraste con crisis anteriores, que encontraron a las instituciones financieras en posiciones de debilidad para poder prestar.
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Las soluciones ofrecidas por los bancos de la plaza uruguaya fueron, por un lado, postergaciones en los plazos de pago de los préstamos otorgados antes de la emergencia sanitaria declarada en marzo; dieron prórrogas hasta seis meses —que ya empezaron a vencer— sin que le bajaran la categoría de riesgo al deudor. Esa fue una tolerancia regulatoria temporal que habilitó el Banco Central (BCU). Por otro, varias instituciones financieras, incluso no bancarias como República Microfinanzas y otras entidades de microcrédito, dieron nuevos financiamientos a empresas afectadas por la pérdida de ingresos —sobre todo en los meses donde fue más estricto el confinamiento voluntario— respaldados en el Sistema de Garantías estatal, capitalizado a tal fin por el gobierno.
Esas medidas operaron hasta ahora con buenos resultados, según la evaluación de las autoridades. No se produjeron grandes complicaciones en la cadena de pagos, más allá de situaciones puntuales. Y con la relativamente rápida normalización de la actividad —al menos hasta que se disparó el número de contagios de Covid-19 y el Poder Ejecutivo anunció este mes nuevas medidas restrictivas de la movilidad—, las empresas en general pudieron sobrellevar sus obligaciones comerciales y bancarias.
La información al 30 de noviembre relativa a la morosidad en el sistema bancario, divulgada en los últimos días por el BCU, mostró que la proporción de créditos con atrasos de pago en relación con el total aumentó en el Banco República (BROU), aunque no de manera significativa. El ratio de morosidad en ese banco público subió a 4,95%, desde 4,53% en octubre; es un nivel casi idéntico al previo a los primeros casos de coronavirus en Uruguay (ver cuadro).
“Hasta ahora la foto de la morosidad no es preocupante y es similar a la de la prepandemia. Las refinanciaciones empezaron a vencer en octubre, noviembre, diciembre, y es algo a monitorear de cerca porque puede llegar a haber algún movimiento no deseado. De todos modos, si revisamos cómo nos preparamos para el panorama macroeconómico seis meses atrás, hoy podemos ser moderadamente optimistas y decir que la caída fue menos significativa. Y que sectores como el agropecuario —que es prácticamente el 60% de la cartera de negocios corporativa— están tirando del carro; en el otro extremo está el hotelero o el turístico, que requieren atención específica”, dijo la semana pasada en Búsqueda el presidente del BROU, Salvador Ferrer.
También hubo un deterioro, aunque ligero, en la cartera de algunos de los mayores bancos privados, analizó Búsqueda: la morosidad aumentó de 1,94% en octubre a 2,14% en noviembre en Santander; de 1,14% a 1,62% en Itaú; y de 1,84% a 1,91% en BBVA. Son ratios relativamente bajos, en una perspectiva histórica. No se publicaron datos de Scotiabank, otro de los más activos en el negocio de créditos.
En los bancos más chicos la proporción de préstamos vencidos bajó. La mayor caída se dio en la filial del Banco de Desarrollo Económico y Social (Bandes) de Venezuela; la morosidad pasó de 11,33% en octubre a 9,88%.