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    Muerto el Rey, viva el Rey

    Arte eterno: B.B. King, en más de 70 discos oficiales y miles de conciertos, un mito del blues

    George Harrison, Keith Richards, Jimi Hendrix, Eric Clapton, Carlos Santana, Richie Blackmore, Jimmy Page, Stevie Vaughan, Angus Young, The Edge y Jack White, una posible línea evolutiva de la guitarra del rock, tienen algo en común: en un momento de su formación escucharon a B.B. King y aprendieron algo de uno de los músicos más influyentes en la historia del blues y el rock. El legado de Riley Ben King, apodado Blues Boy King y conocido en el firmamento musical como B.B. King, fallecido el jueves 14 en Las Vegas a los 89 años, es tan grande, que su figura tiene asegurada su proyección hacia el futuro. Nada de llantos ni lamentos. Los futuros genios de la guitarra deberán oírlo si quieren salir buenos.

    Su obra abarca la friolera de 73 discos oficiales. Grabó 43 álbumes de estudio, algunos de ellos esenciales como Singing The Blues (1956), My Kind of Blues (1960), Lucille (1968), Live & Well (1969), Completely Well (1970), In London y L.A. Midnight (1971) y Why I Sing The Blues (1983). Además editó 16 placas en vivo y los sellos que lo ficharon lanzaron 14 álbumes recopilatorios. Entró al salón de la Fama del Rock and Roll en 1987, ganó 15 premios Grammy (el más laureado de los bluseros), llegó a tocar casi 300 noches al año y prestigió a U2 con su fulgurante aparición en When Love Comes To Town. Tocó tres veces en Montevideo, donde demostró, como en toda su vida, su amor incondicional por la música y su generosidad con sus colegas. Si no, ¿cómo se entiende que una leyenda de su valía haya invitado a su mesa de El Águila a un flaquito de 21 años que tuvo la suerte de abrir su show?

    Su periplo vital es archiconocido. Nació en 1925 en una plantación de algodón de Itta Bena, Mississippi. Infancia pobre, padre ausente, madre muerta a sus nueve años, criado por su abuela entre tractores y coros de iglesia. Antes de cumplir 20 años ya tocaba la guitarra en las iglesias del Delta, fue firme animador del rhythm & blues en los años 50, coqueteó con el jazz y el soul y a fines de los 60 se consagró como estrella de blues. “Mi familia era muy religiosa, todos los domingos encontrábamos una iglesia. Entre semana no había mucho para hacer, íbamos de casa en casa de familia, y cantábamos. Conocíamos gente, oíamos buena música y comíamos bastante bien, porque en esas casas se hacía buena comida y nosotros la necesitábamos”, cuenta en el documental biográfico King of Blues.

    Dice la leyenda que bautizó a su guitarra Lucille en honor a una mujer por la que dos hombres pelearon durante un concierto suyo, en 1949, en Arkansas. La disputa incluyó derrame de combustible y provocó un incendio en el que murieron los dos. King rescató su guitarra entre las llamas y decidió: “Si esta mujer desató esta pasión, mi guitarra llevará su nombre”. Su imagen arquetípica lo muestra abrazado a su musa, con los ojos cerrados. Todo un gesto de amor hacia el instrumento que le dio un sonido único a su música. En 1980, Gibson lanzó el modelo Lucille, hoy el más requerido de su línea signature.

    Es que buena parte de su personalidad radica en la hermosa tímbrica de su guitarra, un sonido luminoso y optimista, que alcanzó mediante apliques y distorsiones caseras a su Gibson 335. De hecho, en 1968 B.B. bautizó Lucille a uno de sus mejores discos, en el que recita, mientras puntea: El sonido que oyen viene de mi guitarra llamada Lucille. Estoy loco por ella, me arrancó de la plantación y me hizo famoso. Cuando estoy triste, siento que ella me llama.

    También influye su fraseo moderado, que respira, se toma tiempo para los fundamentales silencios. No arremete con mil notas, sustrae las redundantes y deja las esenciales. Las que arman la historia que cuenta la púa. El otro atributo que contribuyó a su temple de artista insular es su voz, límpida en su juventud pero que fue ganando garra y carraspera en la adultez, para convertirse en un alarido fenomenal que cargó de energía todos los teatros en los que resonó.

    Entre los cientos de canciones grabadas por King, The Thrill is Gone brilla como un blues rotundo y melancólico, escrito por Rick Darnell y Roy Hawkins en 1951, e inmortalizado por King en Completely Well, en una interpretación que estremece de pies a cabeza.

    La muerte de B.B. King es un acontecimiento tan extraordinario que disparó reacciones así de extraordinarias, como el acongojado saludo de despedida de Eric Clapton, quien compartió con el Rey el disco Riding With The King. “Quiero expresar mi tristeza y decirle gracias a mi querido amigo B.B. King. Le agradezco toda la inspiración y el aliento que me dio a lo largo de los años, y por la amistad que disfrutamos. No tengo más para decir, porque esta música es algo del pasado y no quedan muchos que la toquen en forma pura como él lo hacía”, dijo Slowhand en un video el viernes 15. “El blues perdió a su rey y Estados Unidos perdió a una leyenda”, afirmó el presidente Barack Obama.

    Bautismos.

    San Pablo, 1980. Un montevideano de 20 años logra juntar el dinero para el pasaje y asiste a un concierto de B. B. King en el Festival de Jazz, junto a peces gordos como Dexter Gordon, Egberto Gismonti y Hermeto Pascoal. El cincuentón, que a visto en vivo a toda la crema del jazz mundial, recuerda hoy: “Ver a B.B. King por primera vez es una experiencia iniciática”.

    Montevideo, noviembre de 1992. Salón de actos del Colegio Santo Domingo. En medio de un concierto de coros, un alumno de sexto de liceo quiere demostrarles a las chicas que es un amante del blues con toda la onda, y a viva voz irrumpe desde la platea: “¡Quiero pedir un aplauso para B.B. King, que está tocando acá cerca, en el Plaza!”. Esa primera vez de King en Uruguay, la banda soporte fue La Incandescente Blues Band, liderada por los guitarristas y cantantes Ramón Aloguín y Juan Faccini. Este último volvió a telonear a King en su segunda visita, en 1994, pero al frente de otra banda de blues, El Conde de Saint Germain.

    Nueva York, 1993. B.B. King y Norberto “Pappo” Napolitano son entrevistados juntos en el programa musical La Viola, horas después de que el americano invitara al argentino al escenario en un recordado concierto en el Madison Square Garden. Se habían conocido un año antes en Buenos Aires y la química fue instantánea. “My friend”, lo saluda B.B. cuando el “Carpo” irrumpe en plena nota. “¿Crees que B.B. King te enseñó todo?”, le pregunta el conductor Bebe Contepomi a Pappo. De inmediato, King lo interrumpe: “¡Noooooooooo, esa no es una pregunta justa! Aprendió solo, nos ayudamos mutuamente”. Y Pappo replica: “¿Ves por qué es el Rey?”.

    Montevideo, 8 de diciembre de 1998. Tercer concierto del monarca en el teatro que ha pasado a manos de los comerciantes de la fe. Primera vez para quien esto escribe. Vaya si es una experiencia iniciática. Sentado y abrazado a Lucille, el negrazo despliega su talento como docente y en tres minutos enseña a las dos mil personas la letra de una tonada blusera ancestral: Since I meet you baby, my whole life has changed / Now everybody tells me that I’m not the same / I don’t need nobody to tell my troubles to / Cause since I meet you baby, all I need is you.

    El cantante y guitarrista Fabián Marquisio, hoy al frente del proyecto Villazul, tenía 21 años en ese año y solía tocar covers en el Nat Capiloncho, siempre con la misma guitarra Samick. Una noche, en Argentina, tocando en La Mississippi­ Blues Band, conoció a Pappo­, quien le espetó: “No podés tocar blues con esa guitarra china”. “Es la única que tengo, y es coreana”, le respondió Marquisio. Gracias a la gestión del blusero porteño, la importadora de Gibson le obsequió a Marquisio una Lucille que costaba 5.000 dólares. En octubre fue convocado como telonero de B.B. King en el Plaza, y terminó cenando con el Rey del Blues en el restaurante El Águilla: “Sin conocerme, me agradeció sobre el escenario: ‘To my co-star (co-estrella) Fabián Marquisio’. Cuando lo dijo así me tembló todo”, rememoró a Búsqueda. “Después del concierto bajé al camarín y ahí estaba B.B., sorprendido porque yo tenía una Lucille. ‘No sabía que había en Sudamérica’, me dijo. Me preguntó qué amplificador usaba y me aconsejó que lo seteara a volumen bajo para sacarle el mejor sonido. El asistente lo apuraba para ir a cenar y él no le daba pelota. ‘¿Ustedes donde van a comer?’, nos preguntó, y terminamos con (el guitarrista) Quique Lafourcade en la misma mesa en El Águila. Como éramos unos inconscientes lo invitamos a grabar al otro día para el disco que yo estaba haciendo. El ‘no’ lo teníamos seguro, pero lo más fuerte fue que nos dijo que lo haría con mucho gusto, y empezó a preguntar al manager por su agenda, pero no pudo ser. Era tan generoso que estaba dispuesto a hacerlo”.

    Anciano venerado.

    B.B. King vivió sus últimos años como una auténtica leyenda. Mantuvo a raya su diabetes, sentado en su trono, tocando y cantando con una impecable condición mental, y desde allí pudo disfrutar una vejez plena de tributos, siempre en el escenario con monstruos como Eric Clapton, Ron Wood, Slash y una constelación de colegas que lo rodearon como al venerable —y venerado— anciano de la tribu que fue. The Thrill Is Gone, en vivo en la edición de 2010 del festival Crossroads o el notable concierto en el Royal Albert Hall de Londres en 2011, son dos de esas muestras disponibles en la red.

    El presidente Obama está equivocado: el blues no perdió a su rey sino que ganó un mito. El monarca que derramó sus notas por el planeta durante más de 70 años simplemente pasó de pantalla, y ahora es la estrella más fulgurante en el firmamento de una de las más bellas manifestaciones de la música popular. B.B. King mantiene la corona. Será muy difícil que alguien lo destrone.

    Vida Cultural
    2015-05-21T00:00:00