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    Nada es suficiente

    Federico Álvarez filma su tercera película en Hollywood

    Colaborador en la sección de Cultura

    Desde el otro lado de la línea de teléfono, en el barrio Los Feliz, en Los Angeles, Federico Álvarez pide perdón por el retraso. “Si sirve de algo, estaba en la casa de Sylvester Stallone”, se excusa. “Estaba en la casa de Rocky”, dice, y sabe que suena a delirio, como casi todas las noticias o rumores o comentarios que llegan sobre él y su carrera en Hollywood y que son delirantemente ciertas. “Acá se hace mucho algo que en Uruguay no sucede nunca y que, de verdad, está buenísimo. A alguien le interesa el trabajo de algún otro profesional del área y se pone en contacto con él simplemente para tomar un café o almorzar, sin ningún otro objetivo más que ese, conocerse, nada más”, comenta el director. Y Stallone, precisamente, se había puesto en contacto con él para conversar. “Cuando trabajaba en Uruguay como director de publicidad, una industria que, dentro de todo, es chica, eso rara vez se dio. Creo que debería generarse ese tipo de instancias. Son reuniones que están buenísimas para charlar de algo que no sea de trabajo. La relación queda hecha ya, y mañana, si surge un proyecto, ya nos conocemos y sabemos más o menos en qué está la cabeza de cada uno. Es algo muy común en Hollywood. Y recién estando acá me di cuenta de que en Montevideo nunca se da. Es raro y es una pena, a pesar de que es un ambiente relativamente chico y supuestamente nos conocemos todos”.

    La conversación se da varios meses antes de que Álvarez se traslade a Alemania para filmar The Girl In The Spider’s Web, nueva entrega de la saga cinematográfica centrada en Lisbeth Salander, el personaje de las novelas de Stieg Larsson, que ahora es interpretada por Claire Foy, la protagonista de The Crown. Se da incluso antes de la confirmación de que filmará un spin off de Laberinto, filme de 1986 dirigido por Jim Henson y que Álvarez considera como uno de los más influyentes de su infancia.

    Todo parece estar sucediendo demasiado rápido. Aunque, a esta altura, el cineasta montevideano lleva en Hollywood más tiempo que el que se dedicó a trabajar en publicidad en Uruguay. Y si bien siente que uno es la suma de sus circunstancias, que todas las experiencias son valiosas, la vivencia hollywoodense, en especial si uno se mantiene con la mente clara y está bien parado, puede ser muy edificante. “El espíritu emprendedor que tiene la gente de acá es muy contagioso. En este tiempo hice dos largometrajes y aprendí muchísimo de producción”, comenta.

    Su debut cinematográfico, Posesión infernal (2013), remake de Diabólico, de Sam Raimi, producida por el propio Raimi, costó 17 millones de dólares y recaudó 97.5 millones. No respires (2016), su segunda película, fue un hitazo mayor. Costó 10 millones de dólares y recaudó 153,2 millones en todo el mundo. Durante su lanzamiento también se realizó un concurso de ideas para un cortometraje de terror, ciencia ficción o thriller, que sería financiado por Álvarez. “Me pareció que podía estar bueno tomar una parte de lo que el estudio tenía destinado a la promoción de la película y que, en vez de comprar más anuncios de televisión y gastar más plata en una fiesta más grande para el estreno en Latinoamérica, se invirtiera en producir algo en Uruguay”.

    No respires, como Posesión infernal, fue coescrita con Rodolfo Rodo Sayagués. El proyecto empezó llamándose Man in the Dark. Y la intención inicial del director era filmarla en Uruguay. “Se hizo un presupuesto. Terminaba siendo un poco más caro que hacerlo en otros lugares, como Budapest, donde terminamos rodando. Uruguay no tiene los incentivos fiscales que muchos países, como Hungría, ofrecen a las producciones de Hollywood. Por medio de estos incentivos el país pone plata en el proyecto y es como un productor de la película”.

    Con su socio creativo se conocen desde la preadolescencia, de los años en los que Álvarez formaba parte de La Hermandad, un grupo de amigos con los que filmaban cortometrajes que proyectaban en los cumpleaños de los miembros de la cofradía. Cortos como Superpelmazo (que originó una trilogía) y Los villeros se divierten integran la filmografía de esta banda aparte que llegó a tener su propio fanzine, La Voz de la Hermandad, donde Álvarez ejercía como editor. “Podía ir una crónica de una noche en un boliche, contando con qué mina se encontró uno y después una nota, una entrevista por teléfono, con ella, para tener la otra campana”.

    Sayagués, por ser más chico, no era parte de La Hermandad, sino de otra constelación de amigos y compañeros con gustos en común que les suministraban a sus retinas suculentas y anfetamínicas dosis de VHS. “Nosotros teníamos 15 y él tenía 12, ponele, una edad en la que esa diferencia es un abismo”. Pero el abismo se redujo a la nada al compartir el entusiasmo ante películas como Laberinto, y cuando empezaron a grabar clips de bandas apócrifas de heavy metal y a inventar luchas inspiradas en Mortal Kombat. “Lo hacíamos desde el mejor lugar posible: la pasión de contar una historia con una cámara”, dice Álvarez. “Y siempre —siempre— jugando, nunca tomándonos en serio. Eran los 90, una época en la que si le decías a alguien seriamente que querías ser director de cine, seguro lo iba a tomar como una especie de broma. No había muchas chances”.

    De hecho, cuando salió del liceo se metió a estudiar Ingeniería. “En ese momento, mi viejo (el comunicador y divulgador Luciano Álvarez) ya era director de la carrera de Comunicación en la Universidad Católica. En su afán de cuidarme, me aconsejó que hiciera cualquier cosa menos Comunicación. Claro, como docente, por más interés que tenía y por pasión que le ponía, veía a los estudiantes terminar la facultad y agarrar para cualquier lado porque no encontraban trabajo. Estamos hablando del 96, 97, era otro Uruguay. Decidí meterme en lo otro que me interesaba, y que al día de hoy me sigue interesando, que es diseñar y hacer juegos de computadora. Al cabo de tres semestres en Ingeniería, donde lo que te enseñaban te llevaba mucho más a diseñar programas de administración para farmacias que videojuegos, dejé la facultad. Y mi viejo, claro, me mandó a laburar. Entré en un período de unos seis meses en los que tuve dos trabajos, uno de ellos sigue siendo mi favorito hasta el día de hoy: el departamento de necrópolis de la Intendencia. No entré como empleado público sino para una empresa que trabajaba para la Intendencia. Estuve dos meses metido en un sótano pasando los datos de los muertos que estaban en unos libros enormes, escritos con pluma, a la computadora. Como me pasaba en la computadora, tipeaba bastante rápido. Y así digité la base de datos: qué muerto está en qué nicho de cuál cementerio. Ojalá pudiera decir que este trabajo me aportó algo de morbo, pero la verdad es que era burocrático y bastante parecido al que agarré después, en Antel, que consistía en pasar datos de partes de computadoras obsoletas. Lo que aprendí, claramente, y que me sirve mucho hoy en día, es entender que el trabajo es trabajo y que uno tiene que hacerlo lo mejor posible. Fue decisivo después, cuando me dediqué a lo que quería hacer. El haber estado encerrado esos meses en el sótano pasando nombres de muertos me enseñó a tener conciencia de la suerte de tener el trabajo que tuve después y el trabajo que tengo ahora”.

    Solo en el último año, el nombre de Álvarez se vio vinculado públicamente, desde la realidad de los medios de comunicación, en tres proyectos asombrosos. Uno de ellos, The Batman. Otro, Dr. Strange, que el director rechazó. El otro, Monsterpocalypse, que en 2010 iba a dirigir Tim Burton. La producción se estancó en 2013, luego de que Guillermo del Toro estrenara Titanes del Pacífico, con máquinas humanoides piloteadas por humanos que luchan contra monstruos colosales surgidos de un portal interdimensional. La promesa que significó el corto ¡Ataque de pánico! (robots destruyendo Montevideo) y la realidad que confirmó Posesión infernal, reactivaron el proyecto en 2016. Pero mejor ir por partes, aclarar tantos. “Mucho de lo que se menciona como un proyecto suele ser en realidad un trabajo en desarrollo, una intención”, explica. “De ahí a que se haga siempre hay un tramo largo. Nada de eso aparece cuando se anuncia y se difunde la intención, el interés por determinado trabajo en desarrollo. Ojalá se haga, pero primero tenemos que escribirla. Y nunca se sabe, hasta que el guion esté pronto, si la vas a hacer o no. Es un camino largo”.

    Y en ese camino, los creadores pueden encontrar desvíos. Posesión infernal estaba en plena ebullición cuando Universal se contactó con Álvarez para la adaptación del videojuego Dante’s Inferno. El guion llegó con la firma del inglés Jay Basu. “El tema es que cuando estábamos escribiendo el guion nos dimos cuenta de que era demasiado caro para el dinero que quería gastar. No quería un presupuesto que se pasara de los 100 millones de dólares. Sigo con la intención de mantener las películas en una escala más humana, donde pueda tener más control sobre las cosas. Y Dante’s Inferno está por ahí, cada tanto volvemos a ella. Porque también uno funciona mucho a base del entusiasmo. Hay una idea que te copa y te ponés a escribir y le das para adelante. Pero como suceden otras cosas en el medio, el estudio, por mil razones, empieza a demorar, ponele, tu atención se desvía hacia otro lado. Mientras estábamos con Dante’s Inferno se nos apareció la historia de No respires. Nos enamoramos de ese argumento y le dimos para adelante”.

    El resto de la historia es conocido. Y conduce a The Girl In The Spider’s Web, que se basa en el libro homónimo (en español publicado como Lo que no te mata te hace más fuerte) escrito por David Lagercrantz. Álvarez trabajó en el último borrador del guion con Jay Basu, el de la adaptación de Dante’s Inferno. Después de todo esto, de atreverse a la remake de Diabólico, de lograr un envidiable control creativo en su segundo filme, mientras filma su tercera película en Hollywood, es de suponer que el hombre se siente como pez en el agua. “Me encantaría sentirlo o pensarlo”, dice. “Pero no. En el momento en que estoy laburando estoy laburando, concentrado en la escena, en sacar lo mejor. Creo que el día en que empiece a pensar ‘fah, soy bueno en esto’, voy a descansarme en eso, no voy a esforzarme por hacer lo mejor posible. No respires es un poco reflejo de eso. Pasan tantas cosas en la trama porque siento que nunca nada es suficiente”, reconoce. “Al final del día, cuando me pongo a evaluar lo que filmé o a revisar la primera versión de una escena o de una película, generalmente mi pensamiento me dice que me tengo que dedicar a otra cosa. De verdad. Me ha pasado toda la vida y he aprendido a vivir con eso. Y creo que ser así es lo que me permitió este pequeño milagro”.

    Vida Cultural
    2017-11-16T00:00:00