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Con sus manos esposadas y con una cadena desde sus brazos hasta los grilletes que circundaban sus tobillos, vestidos con uniforme blanco, encorvados. Así fueron llegando uno a uno. Hablaron y escucharon entre noventa y ciento veinte minutos. Fueron seis. Todos prisioneros de Guantánamo que se sentaron individualmente a la mesa de los invitados extranjeros y pidieron venir como refugiados a Uruguay, reconstruyó Búsqueda de fuentes diplomáticas y políticas locales y extranjeras.
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Los invitados: la delegación del gobierno uruguayo integrada por cuatro personas y encabezada por José González, un referente del MLN-Tupamaros, que trabaja de asesor del ministro del Interior, Eduardo Bonomi, y que cuenta además con la “confianza plena” del presidente José Mujica.
Todo empezó cuando González, un ex guerrillero que cayó preso en 1971 con 18 años y permaneció detenido hasta 1980, estaba fuera de Montevideo en cumplimiento de tareas de la cartera de Interior cuando se enteró de la noticia. Era un caluroso día de enero. Su teléfono celular sonó y la voz que escuchó le resultó inconfundible. Era Mujica, en cuya secretaría trabajó cuando era parlamentario. “Tengo que hablar contigo. ¡Venite ya!”, le dijo el jefe de Estado. González no preguntó la razón de la urgencia pero en seguida se excusó ante los oficiales de Policía que lo escuchaban y retornó a Montevideo.
Hora y media después del llamado, “El Chacha”, como lo conocen en el MLN, tomó el ascensor de la Torre Ejecutiva y llegó al piso 11. Mujica lo esperaba en su despacho. “Encargate de esto”, le ordenó. “Esto” no era otra cosa que la concreción de un planteo que días atrás le había realizado el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, de dar refugio en Uruguay a un grupo de prisioneros de la cárcel de Guantánamo. Lo mismo ya habían hecho 18 países con gobiernos de los más diversos signos ideológicos.
Horas antes Mujica había recibido a una delegación de primer nivel enviada por Obama. La integraba el comisionado para atender el tema de cómo vaciar de presos la cárcel de Guantánamo, Cliffor Sloan, abogado de profesión e íntimo amigo del secretario de Estado, John Kerry, un jerarca del Pentágono, otro del Departamento de Estado y otro del Departamento de Justicia.
Mujica definió el pedido como un tema “humanitario” al cual accedería, entre otras cosas, por su historia de “torturado y preso” en condiciones parecidas.
Luego de esa directiva, González le pidió a Bonomi el salón de honor del Ministerio del Interior y recibió también a la calificada delegación llegada de Washington. Funcionarios de la Embajada americana en Montevideo completaron la comitiva. González los recibió solo.
Los americanos venían con los nombres a ser recibidos pero el representante uruguayo demandó una lista más amplia de personas. Rechazó además que una vez en Uruguay los refugiados —ya “hombres libres”— puedan ser objeto de control o vigilancia presencial o tecnológica, porque para eso se requiere autorización de juez. Aclaró también que las condiciones las pone Uruguay.
González armó entonces un equipo de unas 15 personas de su confianza, supo Búsqueda. La principal condición era el secreto más absoluto. Ese grupo, compuesto por algunos militantes tupamaros pero también de otros sectores del oficialismo, hizo su propia indagatoria una vez que se recibió una nueva lista desde Washington con unos 12 nombres.
Cuatro servicios de inteligencia (tres de los cuales son de países que participaron de las guerras de Irak y Afganistán) fueron consultados para ver los perfiles de cada uno de los nombres de esa nómina. Tres de ellos informaron al equipo uruguayo que los escogidos —de los 154 aún presos en la base americana instalada en territorio cubano— no generan “peligro alguno”. El cuarto servicio, extraoficialmente, corroboró los datos de las agencias de los restantes países.
Uruguay inicialmente escogió cinco nombres y luego se agregó la ficha de otra persona, que una vez realizado el chequeo por el equipo también fue aceptada.
Los jerarcas que trabajaron en el caso tuvieron, entre otras lecturas, las memorias del general Pervez Musharraf, presidente de Pakistán y jefe del Ejército de ese país entre 2001 y 2008, tras dar un golpe de Estado. “En la línea de fuego”, el texto de su autoría, dice: “Muchos miembros de Al Qaeda huyeron de Afganistán y cruzaron la frontera hacia Pakistán. Hemos jugado al gato y al ratón con ellos (...) Hemos capturado 689 y entregado 369 a los Estados Unidos. Nos hemos ganado recompensas por un total de millones de dólares. Los que habitualmente nos acusan de ‘no hacer lo suficiente en la guerra contra el terrorismo’ deben simplemente pedir a la CIA cuánto en recompensas ha pagado al gobierno de Pakistán”.
Con toda esa información y una voluminosa carpeta de más 300 hojas de documentación extraída de Wikileaks, los informes de los servicios de inteligencia europeos y los materiales enviados por el gobierno americano, González visitó en febrero a Mujica para transmitirle las novedades.
Días después, viajó con otras personas en un vuelo de línea hasta un aeropuerto de Estados Unidos y luego en avión militar hasta las cercanías de Guantánamo. Después todos subieron a una lancha y finalmente a una camioneta que los llevó a la prisión, donde permanecieron una noche.
Algunos comentarios que escucharon revelaron a la delegación uruguaya la “interna” entre agencias americanas, entre republicanos y demócratas y aún entre fracciones de esos partidos. El establecimiento funciona con las actividades tercerizadas y su vaciamiento —pretendido por Obama y resistido por los republicanos— dejaría personal sin trabajo.
Cada entrevista con los prisioneros que quieren venir a Uruguay fue grabada y filmada por los americanos, que seguían todos los detalles en una habitación contigua. Los uruguayos tomaron nota también y alternaban preguntas con la ingesta de mate. Uno de los detenidos pidió y probó la infusión.
El grupo uruguayo explicó a sus interlocutores que la mera petición oral del refugio ya permitía concederlo. Una de las instrucciones que tenían los enviados de Mujica era la de no preguntarles a los detenidos nada sobre su pasado. Y así lo hicieron.
Se les informó que deberán cumplir las leyes uruguayas, aceptar controles médicos y luego, ya cuando estén habilitados a recibir a sus familias e hijos, enviarlos a los institutos de educación pública.
Los futbolistas de la selección uruguaya Luis Suárez y Diego Forlán fueron la principal referencia que muchos de los presos entrevistados manejaron sobre Uruguay, según corroboró Búsqueda.
Ahora, el gobierno uruguayo ya busca alojamiento y alternativas laborales para los futuros refugiados.